No me sueltes

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    Habían caminado durante el resto del día, mientras la luz gris del cielo nublado comenzaba a desvanecerse y la ciénaga se sumía en la oscuridad.

    —¿Dónde pasaremos la noche? —preguntó Issa.

    —Seguiremos caminando todo lo que podamos —respondió Iri. Issa la miró con expresión desanimada.

    Solo se detuvieron un momento para comer algo y encender un par de antorchas. Iri lucía notablemente cansada, aunque Issa no tanto. Al menos ella había podido dormir un poco más. La lluvia comenzó con una leve llovizna que refrescaba la noche. El día había sido sofocante; el ambiente de la ciénaga era caliente y húmedo, y uno sudaba con poco esfuerzo. Pero cuando llovía, el ambiente se volvía frío, la humedad y el aire causaban una sensación de frescura en la piel.

    —¿Qué harás cuando encuentres a tu hermano? —preguntó Issa. Iri se sorprendió por la pregunta.

    No recordaba cuál era el plan una vez encontraran a Inkko. Desde el principio, el plan era encontrarlo y regresar a la aldea, pero después del ataque de los Hazzarin no había un lugar al cual regresar. Y dirigirse al norte significaría volver por el mismo camino que habían recorrido, pero ahora sabiendo lo que les esperaba.

    —Inkko sabrá a dónde ir —respondió con inseguridad.

    —¿Y si no lo encuentras?

    Iri no quería pensar en esa idea. Para ella, Inkko seguía con vida, tal vez herido, pero con vida. Pero si estaba herido, necesitaba ayuda cuanto antes, de lo contrario... La sola idea le disgustaba. Pero se dio cuenta de lo real que era. ¿Qué pasaría si no lo encontraba? La zona donde desapareció era grande, no sabía hacia dónde se había movido. ¿Cuánto tiempo tardarían en buscarlo una vez que llegaran a su destino?

    —Lo encontraré —se limitó a decir. La lluvia se intensificó.

    —Pero ¿y si no lo encuentras?

    —Ya veremos cuando llegue el momento —dijo Iri, tratando de dar por zanjado el tema—. Tal vez vayamos a la aldea Akui. Está al oeste y lo suficientemente lejos de nuestra aldea.

    Issa no preguntó más al respecto, se quedó callada. Solo se escuchaba el viento en los árboles, la lluvia cayendo, sus pisadas en el lodo, las ranas croando y otros cuantos animales nocturnos de la ciénaga.

    <<Sé que sigues vivo —pensó con preocupación—. Pero si estás herido, puedes estar agonizando —la sola idea le provocaba un nudo en la garganta>>.

    Habían caminado durante mucho tiempo. Issa comenzó a quejarse del dolor en las piernas y quería que se detuvieran un momento para descansar.

    —No podemos detenernos, y menos de noche —dijo Iri—. Es peligroso.

    —La noche en sí es peligrosa —respondió la niña—. Una fogata no nos protegerá, con solo dos antorchas somos presas fáciles tanto si nos detenemos un momento como si continuamos caminando.

    Iri se quedó sorprendida por cómo razonaba Issa. La niña tenía estos momentos de lucidez en los que sus palabras revelaban lo bien que entendía la situación. Pero también había momentos, como el de la noche anterior, en los que su verdadera edad salía a relucir.

    —Está bien —respondió Iri—. Será solo un momento, pero después de eso caminaremos hasta el amanecer.

    Issa parecía insatisfecha con saber que sería el último descanso de la noche. Recogieron un par de ramas y musgo mojado, caminaron un poco más hasta encontrar un árbol con hojas anchas que reducían la cantidad de agua que caía sobre ellas, aunque apenas lo lograban. La lluvia caía con intensidad y el viento soplaba con fuerza.

La ciénagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora