La isla del árbol con rostro

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    No sabía a qué se tendría que enfrentar cuando la anciana le dijo que no sería sencillo y que sufriría. Y sí que estaba sufriendo, pero no de la manera en que creía. En las últimas semanas, había estado aprendiendo a leer y escribir. Cuando era niña, sus padres le habían enseñado algo de escritura, aunque eran conocimientos limitados. Normalmente, la escritura estaba reservada para los ancianos y los líderes principales de la aldea. Al principio, no entendía por qué debía aprender eso, ya que los problemas de la ciénaga no se resolverían con letras. Sin embargo, la anciana siempre le decía que era para que en el futuro le resultara más fácil reconocer la escritura de otros lugares, aunque no las entendiera, ya que casi todas tenían las mismas bases.

    Al menos, no era lo único que había estado aprendiendo. La anciana le había contado muchas historias sobre la ciénaga y lugares lejanos. Para Iri, la ciénaga era su mundo entero. Ahora sabía que su mundo era solo un punto en una inmensidad. También le había hablado más sobre el dios Tealdir.

    —Es un dios menor —le había dicho la anciana—. Su lucha es contra otro dios que quiere gobernar la ciénaga.

    Iri notaba que no era toda la historia; había algo más sobre los motivos para controlar esa zona de la ciénaga. La anciana ya había mencionado que algo muy grande atraía a la ciénaga.

    —El dios Duhros es el principal enemigo del dios Tealdir —le respondió la anciana cuando Iri preguntó por el otro dios—. Tiene un grupo de sacerdotes que utilizan a los Azodores y los crean a partir de los seres que caen en sus manos.

    Iri se dio cuenta de que había visto a esos sacerdotes antes, cuando huía con Issa de la anciana y sus Urk-anzu. Con la luz de los relámpagos, había visto figuras altas y negras con dedos largos cerca de los árboles, pero no pudo verles el rostro.

    —El fuego verde es su forma de crear Azodores —le explicó la anciana—. Todas las luces verdes que viste esa noche eran el fuego de la creación que usa su dios, y también les habla desde ese fuego.

    Iri no sabía cómo un dios se comunicaba con sus fieles. El fuego sagrado nunca le había respondido con palabras. Algunos en la aldea decían que el dios del día o el fuego sagrado les hablaban en sueños, pero nunca había oído hablar de una conversación directa y despierta con un dios.

    —Presenciaste el nacimiento de un Azodor a partir del fuego —continuó la anciana.

    Iri tenía grabado en la memoria el recuerdo del fuego verde apagándose y el relámpago iluminando al Azodor que quedó en su lugar. Le aterraba saber que esa noche no solo había nacido uno, sino que todas las luces verdes que vio eran nuevos Azodores.

    —¿Cómo creas a los Urk-anzu? —le había preguntado Iri. Si los sacerdotes del dios oscuro Duhros utilizaban cualquier ser para crear a los Azodores, el método de la anciana tal vez no sería tan diferente. Aunque saber la respuesta le aterraba.

    La primera vez que había visto a los Urk-anzu, tenían las cabezas de dos de los hazzarin que la habían atacado cuando regresó con el papá y el hermano de Issa a su aldea la mañana después del ataque. Eso le daba una idea del proceso.

    —La muerte es el primer paso —respondió la anciana—. Debes asesinar a otros seres mediante los Urk-anzu y ofrecérselos al dios Tealdir. Solo así se convierten en fieles suyos.

    Sabía que la anciana tenía cientos, o tal vez miles, de esas criaturas. Eso la incomodaba, ya que antes esos seres habían sido personas. Sentía enojo en parte. La anciana era parte del problema que sumía a su aldea en los horrores de cada noche. A la anciana y a los sacerdotes del dios Duhros no les importaba de qué aldea provenían sus víctimas.

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