Los sacerdotes del dios oscuro

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    —Ellos se valen del poder que su dios les otorga —dijo la anciana—. Al igual que nosotras nos valemos del poder que el dios Tealdir nos otorga.

    Durante la última semana, la anciana le había estado enseñando a usar ese poder. Le había dicho a Iri que poseía poco poder, ya que aún no era una sacerdotisa, pero era solo el comienzo. Cuando terminara todo el proceso, sería más poderosa que la anciana, al igual que la anciana había sido más poderosa que su antecesora.

    —El poder que yo poseo será tuyo en el momento en que yo parta —le dijo la anciana—. Así fue cuando me convertí en sacerdotisa y así será con quien te suceda.

    Iri no lograba imaginar vivir tantos años. La anciana le había dicho que tenía seiscientos años, y la antecesora de la anciana vivió cuatrocientos años. Tal vez vivir mil años sería increíble para Iri; pensaba en todo lo que podría ver y hacer en ese tiempo. Pero al mismo tiempo, sería aterrador. Ver morir a todos los que conociste y conocerás. Sería un precio alto. Pensó en Inkko. ¿Qué pasaría cuando llegara el momento de su muerte? ¿Lo dejaría morir? ¿O se vería obligada por el dios Tealdir a convertirlo en un Urk-anzu?

    <<No debo preocuparme por eso ahora —pensó—. Cuando llegue el momento, decidiré>>.

    Entre las cosas que la anciana le había enseñado estaba la capacidad de separar el cuerpo de la mente, poder materializar otro cuerpo para la mente en cualquier lugar de la ciénaga, siempre y cuando el poder que fluía por su cuerpo se lo permitiera. Iri logró dominarlo en solo tres días, lo cual sorprendió a la anciana, ya que a ella le había llevado casi un año conseguirlo.

    —La luna de sangre ha posibilitado tu avance —la anciana estaba segura de que los poderes de todos habían crecido desde la luna de sangre. Lo podía sentir, cómo fluía más poder en sus manos, lo cual permitía que Iri aprendiera los hechizos que le enseñaba rápidamente.

    Pero a pesar de eso, siempre había una advertencia.

    —Ten cuidado, niña —advirtió la anciana—. Si nosotros aumentamos en poder, nuestros enemigos también lo hicieron. Y cuídate de los Azodores y los sacerdotes oscuros que nacieron la noche de la luna de sangre.

    Iri aún no sabía por qué la luna de sangre influía en sus poderes.

    —Lo sabrás cuando adquieras mis conocimientos —aseguró la anciana cuando le preguntó acerca de la luna de sangre.

    No le quedaba otra opción; tendría que vivir con esas dudas hasta el momento de su consagración. Al menos ya sabía cómo era que la anciana se le aparecía en sueños, visiones y en persona. La anciana nunca estuvo realmente frente a Iri.

    —Todo tiene que ver con la separación de la mente y el cuerpo —explicó la anciana—. Cuando eliges a dónde ir y si tu poder te lo permite, puedes manifestarte con un cuerpo semimaterial frente a quien desees. Pero también puedes entrar en sus sueños y visiones. Así fue como me contacté contigo, así es como llegué a ti.

    —¿Semimaterial? —Iri no entendía a qué se refería con tener un cuerpo así.

    —Cuando recreas tu cuerpo en el lugar donde deseas aparecer, podrás sentir todo, los olores, sabores, todos tus sentidos funcionarán en ese cuerpo. Si un humano normal te ataca, no podrá hacerte daño.

    —¿Entonces eso me hace inmortal? —le sorprendía la idea de ser inmune a los peligros de la ciénaga.

    —No he dicho eso —respondió la anciana—. Debes tener cuidado, aunque tu cuerpo real estará a salvo en el lugar donde se encuentre. Si eres atacada por los poderes de algún sacerdote de un dios o alguno de sus seres, eso sí te hará daño. El daño al cuerpo semimaterial podría ser fatal para tu cuerpo real. Podrían herirte de muerte.

La ciénagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora