Susurros

15 3 2
                                    

    Iri sentía una sensación extraña. Tal vez el lugar al que se dirigía era una trampa, pero al mismo tiempo cuestionaba esa idea. ¿Por qué la anciana querría atraerla a un lugar solo para matarla? Después de todo, podría haberlo hecho durante la noche cuando tantos seres la rodeaban.

    El viaje que Iri había emprendido para encontrar a su hermano se había convertido en una pesadilla desde la primera noche. Sabía que muchas cosas podían suceder, que habría terrores en la noche y animales salvajes que podrían causarle daño durante el día. Existía la posibilidad de que nunca encontrara a su hermano y que terminara muriendo en la ciénaga antes de llegar a él. A pesar de todo eso, seguía con vida. Había llegado a la zona donde Inkko desapareció, pero solo encontró seres acechando y una anciana que le pedía que fuera a un lugar en la ciénaga.

    —Al menos allí encontraré las respuestas que espero —se dijo en voz baja mientras pasaba junto a un estanque de agua lodosa y fétida al mediodía.

    Había estado reflexionando sobre lo que la anciana podría decirle. ¿Estaba Inkko muerto o se encontraba sano y salvo en alguna aldea? Pero había más cosas en su mente.

    —Puedo decirte dónde está, eso y muchas otras cosas —le había asegurado la anciana.

    ¿Qué otras cosas podría decirle? A Iri no le importaba nada más que encontrar a su hermano, no le importaba saber de dónde provenía la anciana ni si el mundo estaba a punto de desaparecer. Siguió caminando durante el resto del día y se detuvo cuando la luz gris de las nubes se transformó en un gris oscuro que anunciaba la llegada de la noche.

    <<Esta vez no treparé a un árbol —pensó amargamente—. Estaba más protegida con las cinco fogatas>>.

    Reunió un buen número de ramas, hojas secas y musgo suficientes para encender las fogatas. Cortó un par de juncos y cazó unas ranas para cenar. Cuando terminó, la noche ya se había adueñado de la ciénaga, pero solo encendió tres de las seis fogatas que había preparado alrededor de ella, dejando una séptima en el centro para cocinar su comida.

    —No permitiré que me tomen por sorpresa —dijo mientras asaba una rana.

    La noche avanzaba y decidió encender las fogatas restantes. Los sonidos de los animales nocturnos llenaban el aire. Ranas, búhos, murciélagos y otros más hacían que la ciénaga pareciera llena de vida, aunque solo por un momento Iri dejaba de sentirse sola. Pero notó algo curioso: los ruidos siempre provenían de animales pequeños, como insectos y aves nocturnas, pero no escuchaba nada más grande que un cerdo o una rata. Los únicos animales más grandes eran los búhos y otras aves, que siempre tenían la ventaja de poder volar si algo los acechaba desde abajo.

    —Ojalá fuera uno de ellos —dijo mientras comía una pata de rana—. No le temen a la ciénaga, parece que las criaturas y los seres los ignoran... ¿O será que mi mente se está protegiendo? No lo había considerado —se dijo, dándose cuenta—. Cada vez que esas cosas aparecen, la ciénaga se queda en silencio.

    Era como si todos los animales nocturnos estuvieran a la espera de presenciar el ataque de esos seres. ¿O era solo su mente entrando en un estado de alerta?

    —Es como si mi mente aislara los ruidos que podrían hacerme daño y me mantuviera alerta.

    En medio de todas las preguntas que se planteaba, sin darse cuenta, se quedó dormida. Despertó sobresaltada, una de las fogatas se había apagado por completo y la otra apenas emitía un débil resplandor. Tal vez era de madrugada, no lo sabía con certeza. Desde que las nubes cubrían las estrellas en la noche, era difícil determinar la hora. En una noche de luna, la posición y el brillo de la luna indicarían la hora, pero en noches sin luna o con poca luz, las estrellas directamente sobre quien las miraba servirían como referencia.

La ciénagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora