La sacerdotisa

6 1 0
                                    

    Aquellos ojos marrones la miraban fijamente mientras las serpientes de humo se enroscaban alrededor de sus brazos y piernas. Casi podía escuchar a Issa gritando desde detrás de esos ojos, suplicando que la salvara, pero solo eran los recuerdos de la noche en que murió.

    —Mátenla —dijo el dios oscuro.

    Las serpientes de humo la soltaron, dejándola caer sobre el seco lodo. Los dos Azodores se abalanzaron sobre ella; uno atrapó su brazo con la boca y el otro su pierna. La sacudían violentamente, tratando de arrancarle los miembros del cuerpo. Iri solamente lloraba, sintiendo el dolor físico, pero el dolor interno era aún más profundo. El Azodor que antes había sido Issa le arrancó un trozo de carne de la pierna, y Iri dio un grito de dolor que la hizo recobrar la conciencia.

    <<Tal vez aún pueda devolverlos a su forma humana —pensó>>.

    Pero, ¿cómo lo haría? Su poder había menguado tras la muerte de todos sus Urk-anzu.

    —Nadie más que yo puede devolverlos a su humanidad —dijo el dios oscuro—. Has perdido tu oportunidad, ahora lo único que te ofrezco es esto: la muerte.

    Morir no era una opción, pero vivir y salvar a Inkko e Issa sí lo eran.

    <<Por favor, gran dios Tealdir —rezó, implorando—. Devuélvelos a su forma humana>>.

    Mientras sus brazos y piernas eran destrozados, ella rezaba fervorosamente. Pero no hubo respuesta, solo el ruido de los Azodores atacándola.

    —Inkko, Issa. Sé que están ahí —suplicó—. Sé que pueden escucharme. Luchen por tomar el control de sus cuerpos.

    Pero esas bestias parecían no oírla, no mostraban más humanidad que en los ojos que aún conservaban de su pasado.

    —¿Aún no lo entiendes? —preguntó el dios oscuro de forma irónica—. Ni tu dios, ni tú. Solo yo puedo devolverlos a su forma humana.

    —¡Entonces hazlo! —gritó Iri— Haz que vuelvan y tómame, moriré por ellos —seguía atrapada en las fauces de los Azodores. A pesar de su fuerza, el cuerpo de Iri se resistía a ceder.

    —Es demasiado tarde —respondió el dios oscuro—. Ellos te matarán y yo no perderé a mis siervos. Contigo caerá la anciana y tu dios. Esta noche todo terminará, solo un dios gobernará la ciénaga, solo un dios tendrá todo el poder en la nueva era.

    Ya había sido suficiente con los dioses y su sed de poder sobre la ciénaga. El hecho de que no les importaran las personas que vivían allí había llenado a Iri de desprecio y odio. A causa de esa lucha de poder, había perdido todo lo que quería: su hogar, su hermano y a Issa. Los habían convertido en seres infernales que parecían suplicar con esos ojos el regalo de la paz: la muerte.

    No podía devolverlos a su forma humana, el dios oscuro Dhuros se lo había dejado claro. Su nuevo dios, al que servía, no había respondido a sus plegarias. Y ella no poseía el conocimiento de la anciana, pero estaba segura de que, aun así, no podría hacer más que convertirlos en Urk-anzu. Pasarlos de un infierno a otro no le parecía justo para Inkko e Issa. Pero tomar la última decisión sería lo más doloroso. Aún más por Inkko, toda la travesía había comenzado para encontrarlo, siempre había guardado la esperanza de verlo vivo, de abrazarlo, de decirle que estaban a salvo. Solo pensar en eso ya era suficiente para sentirse devastada. Ser ella quien hiciera con Inkko lo que tanto había deseado evitar. Y por Issa, no podía permitir que la niña sufriera más tiempo. Ya había sido suficiente presenciar la muerte de su madre y la propia muerte, en todo su horror, para continuar en una vida infernal.

La ciénagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora