El Profeta(sa) nació en La Meca en agosto de 570 d.C. Le dieron el nombre de Muhammadsa, que significa "el alabado". Para comprender su vida y su carácter, es necesario poseer un conocimiento básico de las condiciones que existían en Arabia en la época de su nacimiento.
Cuando el Profeta(sa) nació, todo el pueblo árabe, con muy contadas excepciones, era politeísta. Los árabes descendían de Abraham, y sabían que había sido un maestro monoteísta, pero a pesar de ello mantenían creencias y prácticas politeístas. Argumentaban que algunos hombres gozan de un contacto especial con Dios, que acepta su intercesión a favor de otros; y que para los simples mortales es difícil alcanzar a Dios. Sólo Le alcanzan los seres perfectos; las personas normales necesitan a otros que medien en su nombre para lograr Su agrado y misericordia. Esta actitud les permitía reconciliar su reverencia hacia Abraham, el monoteísta, con sus propias creencias politeístas. Abraham, decían, pudo alcanzar a Dios sin intercesión de nadie porque era un santo, pero los mequíes corrientes no podían lograrlo sin la mediación de otros hombres santos y justos. Para conseguir esta intercesión, el pueblo de La Meca había convertido en ídolos a muchas personas santas y justas a las que adoraban y hacían ofrendas para complacer a Dios a su través.
Era una actitud primitiva, ilógica y poco racional, que no obstante no preocupaba en absoluto a los mequíes. No habían tenido, desde hacía mucho tiempo ningún maestro monoteísta, y el politeísmo, una vez que arraiga en cualquier sociedad, se extiende sin conocer límites. Se dice que en la época en la que nació el Profeta(sa) había trescientos sesenta ídolos sólo en la Ka'ba, la Mezquita Sagrada de todo el Islam, construida por Abraham y su hijo Ismael. Parece ser que los mequíes tenían un ídolo para cada día del año lunar. En otros lugares, y en otros recintos grandes habían muchos más. De ahí que podamos afirmar que la creencia politeísta se extendía a todas las regiones de Arabia. Los árabes se afanaban por cultivar su tradición oral. Se interesaban mucho por el idioma hablado, y se esforzaban por conseguir su progreso. Sus aspiraciones intelectuales, sin embargo, eran escasas. No sabían nada de historia, geografía o matemáticas, pero al ser un pueblo del desierto, obligado a orientarse sin puntos físicos de referencia, habían desarrollado un interés muy profundo en la astronomía. No había una sola escuela en toda Arabia, y se dice que en La Meca sólo unos cuantos hombres sabían leer y escribir.
Desde el punto de vista moral, los árabes eran un pueblo lleno de contradicciones. Tenían defectos morales muy graves, y también cualidades éticas admirables. Solían beber en exceso; y el hecho de embriagarse y comportarse como salvajes bajo la influencia de la bebida se consideraba una virtud más que un vicio. Para ellos, un verdadero caballero era el que invitaba a sus amigos y vecinos a juergas regulares, y el hombre rico debía celebrar semejantes festejos al menos cinco veces al día. El juego constituía su deporte nacional. Lo habían convertido en un arte, pero no apostaban dinero para hacerse ricos, pues el ganador debía invitar a sus amigos. En tiempos de guerra, se recogían fondos a través del juego. Aún hoy existe la institución de la lotería nacional, que se utiliza para recaudar fondos para la guerra. Esta institución ha sido descubierta de nuevo en nuestros días por los europeos y americanos, aunque deben de tener en consideración que no hacen más que imitar a los árabes. Cuando estallaba una guerra, las tribus árabes se reunían para organizar el juego. El ganador debía sufragar la mayor parte de los gastos de la guerra.
Los árabes desconocían las facilidades de la vida civilizada. Su oficio principal era el comercio y con tal fin, enviaban sus caravanas a lugares lejanos. De esta forma mantenían relaciones comerciales con Abisinia, Siria, Palestina e incluso la India. Los árabes ricos admiraban las espadas indias. Su ropa procedía en gran parte de Siria y el Yemen. Los centros comerciales eran las ciudades. El resto de Arabia, con la excepción del Yemen y de algunas regiones del norte, era beduina. No existían asentamientos duraderos, ni lugares permanentes de residencia. Las distintas tribus se habían repartido el país entre sí, de modo que los miembros de cada tribu se desplazaban libremente por su propio territorio. Al agotarse los recursos de agua en un lugar, se desplazaban a otro sitio, instalándose allí. Su capital consistía en ovejas, cabras y camellos. De la lana hacían la tela, y de las pieles fabricaban tiendas de campaña, vendiendo lo sobrante en los mercados. El oro y la plata no les eran desconocidos, pero eran posesiones raras. Los pobres hacían adornos de cauris y sustancias fragantes. Las semillas de melón se limpiaban, se secaban y se unían para hacer collares.
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Historias i datos para reflexionar (ISLAM) ©
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