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Mientras conduzco, como una maníaca entre los coches de la avenida, me invaden multitud de recuerdos de mi vida. El coche todavía huele a nuevo, pero con una mezcla de pino y naranjas, el aire acondicionado está tan frío que me hace tiritar y lo he puesto así de frío para que se sequen las lágrimas en mis mejillas y las que aun están en mis ojos. Necesito ver bien para conducir y no acabar en las noticias.
Todos mis pensamientos vuelven a ella. Ya no estoy triste por la traición de mi marido y el tan poco respeto que tienen hacia mí. Estoy furiosa por sus acciones.
Estoy tan cabreada que podría provocar un incendio con mis propias manos en este instante.
Charlotte Beau. Mi primera y única hermana.
En un determinado momento, fue el sol de mi vida.
Pronto, se convirtió en la onceava plaga que Dios me envió a mí en lugar de al Faraón.
La espina venesosa clavada en la palma de mi mano.
Mi pesadilla viviente.
Dulce Jesús.
Charlotte me ha odiado desde el segundo en que nació y he deseado todos los días durante los últimos veinte años de mi vida estar bromeando.
Sólo tenía cuatro años cuando mis padres me dieron la noticia de que iba a tener una hermanita. Estaba tan contenta con la noticia que hasta lloré un poco, vivía en una mansión con mucho espacio y a menudo me sentía muy sola ya que mamá y papá trabajaban tanto. La historia de la vida de cualquier niño privilegiado; gran cantidades de dinero y escaso espacio para el tiempo en familia, pero nunca pensé en ello lo demasiado para tirarlo en cara a mis padres. Los amaba con locura.
Mis padres, Jhonny y Cherry DeCarlo, se enamoraron del cine cuando aún eran demasiado jóvenes para entender lo que significaba el amor. Cada uno por un camino diferente. Mientras que, a papá ―un español íncreiblemente luchón―, le encantaba la idea de crear y dirigir filmes, a mamá siempre le gustó escribir. Le resultaba liberador, así que, claro, mamá se convirtió en guionista y papá en director de cine. Aunque papá es un conocido y respetado director de Hollywood, seguimos manteniendo un poco de privacidad. No tanto como queremos, pero así es la vida. Pasaba tanto tiempo sola que hasta tuve un amigo imaginario por unos años; un pato blanco con un gorrito francés rojo y un cinturón de metal. No llevaba pantalones y era un bombero; se llamaba Mister White. De hecho, creo que fue cuando ambos se enteraron de que tenía un amigo imaginario que decidieron tener otro bebé.
Gracias, Mister White.
Sin importar la razón, la idea de, por fin, tener una hermana pequeña con la que podría pasar tiempo y jugar fue la mejor noticia que pude haber recibido a esa edad. Como cualquier otra niña de seis años, estaba locamente enamorada de Barbie. Me gustaban más las películas en las que salía con Kelly, una de sus hermanas pequeñas.
Con el tiempo y el entusiasmo, Mister White había desaparecido por completo y la ilusión de ver crecer el vientre de mamá crecía junto junto con mi hermanita. Cada vez que ponía mi mano sobre el mismo, Charlotte tendía a patear más fuerte que de costumbre y mamá solía decir que debía estar ilusionada por sentir la mano de su hermana mayor, y yo me lo creía cada vez.
Ahora sé la verdad de lo que las patadas significaban; me detestaba.
Cuando Charlotte Emilia DeCarlo nació, mamá pasó por una etapa de depresión posparto. Yo no lo entendía en ese entonces, pero sabía que mamá necesitaba toda la ayuda que podríamos brindarle. A pesar de tener varias niñeras, un grupo de extrañas nunca querría a Charlotte como sus familiares, además, los bebés a esa edad necesitan mucho amor y cariño. Aunque vivíamos en una casa de cinco habitaciones y cinco baños, le había rogado a mamá que la dejara dormir conmigo y ella había accedido.
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Intercambio
Roman d'amourAubree Bain es una mujer exitosa de veintinueve años que sigue siendo una soñadora de corazón y, a veces, un tanto ingenua. Es inteligente y le encanta lo que hace. Cree que su vida es perfecta, salvo por algunos desacuerdos con su marido, pero eso...