CAPÍTULO SIETE.

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Dos noches pasaron, en donde la luna alumbraba el sangriento campo de batalla. Los guerreros de ambos pueblos luchaban poniendo el corazón en aquella guerra. Descaradamente, Seongkyong tenía muchos más hombres, pero la pasión y el dolor en los soldados Woongsones valían como dos de cada uno de ellos. 
El deseo de volver con sus familias y compañeros hacia su pueblo, victoriosos, era mayor que cualquier herida que un guerrero contrario podía llegar a proporcionarles. El rencor y el enojo: sus armas más fuertes.

Poco a poco, el campo se había ido tornando cada vez más y más sombrío: la sangre, los cadáveres con heridas horrorosas, rostros irreconocibles, partes de cuerpos mutiladas por donde sea que se camine. El lugar era digno de pesadilla, y los gritos y llantos que lo acompañaban sólo hacía los escalofríos de los que quedaban en pie más grandes.

Woongso estaba cansado de vivir en la miseria y pobreza por culpa de Seongkyong, pero Seongkyong no estaba para nada descontento con el uso de Woongso: sus preciadas tierras y ricos cultivos junto a una minería bastante aceptable era algo que explotaba a más no poder. Las ofrendas del pueblo más pequeño podrían servir para alimentar a cada uno de sus pueblerinos que morían por enfermedades debido a la gran desnutrición en estos, pero al fin y al cabo todas eran dadas a Seongkyong en algún momento.

Todo aquello no era olvidado; era usado como motivación. Seongkyong tenía más hombres, pero Woongso tenía más resistencia y necesidad, llevaba consigo el sentimiento del dolor de su pueblo, flanqueaban la bandera de aquellos que no podían vivir en tranquilidad por la pobreza de sus hogares.

La luna que los observó por esas dos noches alumbraba los momentos críticos.
Seongkyong muchas veces huía hacia el río que separaba a ambos pueblos, por lo menos hasta el momento de dar aquello que Woongso tanto ansiaba desde hacía dos días atrás: la bandera blanca de la rendición. 

Victoriosos, los hombres festejaron abrazándose entre sí; alegres y entre lágrimas de orgullo y felicidad, alivio sintieron en sus corazones viendo las banderas de Seongkyong alejarse de aquél sombrío campo.
Se unieron todos lo que quedaron: menos de la mitad, y emprendieron su camino por el campo en búsqueda de más hombres, en estado crítico o no.
Veían a sus compañeros, amigos, hijos, padres sin vida tendidos en el suelo, o agonizando sin ninguna esperanza de vida futura. El dolor los volvió a invadir. Padres lloraban a sus hijos, hijos lamentaban fuertemente a sus padres, hombres dolían a sus amigos o penaban a sus compañeros sin luz de vida.

El líder de todo, Chunghee, se dedicaba específicamente a buscar a alguien con el que debía volver sí o sí. Sus cejas se fruncieron mirando el campo, pensando en si algunos de aquellos destrozados cuerpos podrían llegar a ser aquél compañero que buscaban.
   —¡Busquen a Park Sunghoon! — ordenó fuerte, y tres grupos diferentes se esparcieron por todo el territorio sangriento y triste. 
Y aún así, los rastros de Park Sunghoon no aparecían por ningún lugar.
Pasaban los minutos, las horas ayudando a aquellos que encontraban heridos; la luna los había abandonado finalmente y el sol llegó con el amanecer, quizá facilitándoles aquella tarea, pero nada pasó así.
   —¡Que un grupo de cuatro hombres se dirija a Woongso para dar la noticia de la victoria; los demás seguiremos buscando a nuestros compañeros! bramó firme mirando hacia detrás suya, en donde sus guerreros lo seguían buscando el rastro del más joven de todos.
Cuatro compañeros soldados se unieron para despedirse respetuosamente e ir hacia su pueblo, aprovechando también para llevar a los heridos que no podían moverse, por lo que era imposible ejercer la tarea de buscar vida en ese campo de pesadillas.

Horas pasaron, y los hombres iban apareciendo cada vez más y más dañados, sin vida, agonizando.
Chunghee seguía buscando a su menor con desespero: había visto el mismísimo momento en donde su princesa le había dejado aquella corona de flores.
Buscaba y buscaba y no encontraba rastro, por lo menos hasta llegar hacia un lugar cerca del bosque, en donde varios guerreros de Seongkyong descansaban claramente sin vida. Oyó un pequeño y dolorido murmullo, uno muy dolido; pronunciando desesperadamente entre susurros el nombre de su adorada princesa de flores mugunghwa. Chunghee abrió sus ojos en grande, corriendo hacia el hombre contrario.
   —¡Park Sunghoon! clamó victorioso, viendo el cuerpo del joven bajo el de un sin vida guerrero del pueblo contrario.
Movió aquél cadáver frío del joven soldado, y observó el dolor en su rostro.
Las pálidas manos de Sunghoon rodeaban suavemente y con desespero las flores mugunghwa, apretándolas contra su pecho. Su cabeza sangraba, un corte en su sien era visible, sus labios estaban rojos de sangre, su ojo derecho morado de golpes, una de sus manos parecía dolorosamente irreconocible por la sangre y los raspones en esta, pero lo que más alarmó al teniente, fueron las flores que tenían tonalidades marrones en ellas: se estaban marchitando, la princesa lo estaba haciendo.
   —Eun... La princesa. — susurró dolorosamente. Seguramente su pecho y su cuerpo entero dolía, pero Park Sunghoon clamaba a los dioses que aquella corona no marchitara nunca.
   —Vamos, iremos a devolverle su corona a la princesa Eun — musitó Chunghee, sentando al joven guerrero que no podía moverse por cuenta propia —. ¡Aquí está Park Sunghoon; que alguien venga a buscarlo! — ordenó mirando hacia los jovenes que buscaban y ayudaban a sus heridos hombres —Le llevaré yo mismo esto a la princesa. — murmulló suave, en intento de robar la corona de flores de las manos de Park. Este ejerció más fuerza, pero al llevar su único ojo bueno hacia su mayor, soltó el objeto: confiaba en Chunghee, pero estaba tan ido que sólo se dio cuenta de que era él al momento de observarlo cara a cara.
   —Eun...
   —Yo se las daré. ¡Llévenlo al pueblo; que dos de ustedes me acompañen ya mismo!

Dos hombres corrieron junto a Chunghee, mientras otros dos tomaban al más joven de todos y lo acomodaban con sus brazos por sobre sus hombros.

No se sabe si fue por pura ignorancia o algún enojo contra el joven, pero el rumor de la muerte de Park Sunghoon rápidamente se esparció por el pueblo al llegar el primer grupo de sobrevivientes, y lamentablemente, la princesa Eun fue una de las primeras en oírlo.



𝐖𝐀𝐑 ━ park sunghoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora