3-Ubicate en la palmera

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La diosa griega ha tenido días bastante ajetreados por decir lo menos, hasta su esposa ha tenido que ayudarle con un juicio bastante complicado para el cliente que le tocó defender, le ha dado tantos dolores de cabeza que se arrepintió de haber tomado el caso. Hasta ha tenido que hacer algo que no quería, pero luego de hablarlo con Scarlett y darle el visto bueno, aceptó que llevara trabajo a casa.

   —¿Amor piensas comer hoy? —entra a la oficina Scar ya con 5 meses de embarazo.

   —Ya en un rato voy —le responde sin dejar de mirar los papeles en su escritorio.

   Las horas pasan y la diosa ahora tiene mucho más papeles que antes esparcidos por prácticamente toda la oficina. Los niños entran para desearle buenas noches a su mamá, Valentín por sujetar Boby, el perro, tira papeles de una silla y por querer acomodarlos, tira los de la otra silla.

   —¡LES DIJE QUE TUVIERAN CUIDADO Y NO TOCARAN NADA!

   —Perdón mamá —Atenea se levanta enojada tomándose la cabeza, estuvo demasiado tiempo ordenando papeles— fue sin querer, te puedo ayudar —el niño quiso levantar uno de los papeles y ella se lo saca de las manos.

   —No toquen nada más, saquen al perro y vayan a acostarse.

   Scarlett aparece en la puerta de la oficina y ve a su hijo con los ojos llenos de lágrimas y su hermana tomándole la mano, saliendo callados. Mira a su esposa en el suelo recogiendo los papeles, sin siquiera percatarse de su presencia ahí. Toma a sus hijos para acostarlos, Valen le pide perdón y ella le explica que mamá está estresada por trabajo que no es su culpa, sabe que fue sin querer y ahora mismo irá a hablar con ella.

   —La puerta se cierra de un portazo atrayendo la atención de su esposa— Tú y yo acordamos algo Atenea —si la llama por su nombre es algo serio— traías el trabajo a casa solo sino interfería con la familia, si esto va a hacer así toma —le tira la caja dónde traía los papeles— junta todo y llévatelo de aquí.

   —¿De mi propia casa? —responde pedante.

   —Mira Antonopoulos, sé que estás estresada y no quiero comenzar una discusión contigo con esos ánimos, pero el límite son nuestros hijos. Valentín tiro sin querer los papeles y tu reacción lo dejó llorando, lo tuve que calmar y explicarle que estás así por trabajo. Si vas a estar así por trabajo con nuestros hijos, vas a tener que llevarte el trabajo de tu propia casa, sino quieres que tu propia esposa y tus propios hijos se vayan de casa hasta que te calmes. ¿Fui clara Atenea? —acaricia su vientre, suspirando.

   Ella traga con dificultad, puede destrozar un imperio, enfrentarse a un ejército y desbaratar una banda delictiva, pero si su esposa la llama por su nombre y apellido, la diosa griega tiembla.

   —¿Estás bien?

   —Sí, solo estoy rabeando con mi esposa y al parecer a nuestro hijo no le gusta que te grite, creo que ya tiene una favorita. —suspira— lo cual no me parece justo, porque la que lo está cargando soy yo.

   —Lo siento iré a hablar con Valen ahora mismo, fui una idiota, solo estoy demasiado estresada —comienza a levantarse de la silla detrás de su escritorio.

  —Sí, lo eres.

   Scarlett cierra de un portazo, que hace que Atenea cierre los ojos. Sale y se dirige a la habitación de su hijo, le pide perdón y se queda acurrucada a él hasta que se duerme, luego se dirige a la cocina dónde la pelinegra está terminando de limpiar y cerrar para irse a dormir, la ve y le pasa por al lado.

   —¿Podemos hablar?

   —¿Hablaste con nuestro hijo en tu propia casa?

   Traga con dificultad, porque ese comentario de "en mi propia casa" sabe que la hizo sentir como si esta propiedad no fuese tanto, ni de ella, ni de sus hijos, como de Atenea.

   —Es nuestra casa amor, te hablé mal y también a nuestro pequeño.

   —Sí, lo hiciste Atenea. Trato de ayudarte con el caso, trato de entenderte y trato de ser paciente, pero una cosa es lo que soporte porque te amo y otra muy diferente es que soporte la manera en la que le hablas a nuestros hijos, y menos si no hicieron nada para merecerlo. No dejaré que ni tú, por más que te ame, ni nadie los lastime o haga llorar.

   —Amor lo lamento, sé que no es excusa que este estresada...

   —Me iré a dormir, cuando te vayas apaga la luz y fijate que quede todo cerrado —la besa en la mejilla mientras se suelta el cabello

   La diosa vuelve a la oficina, ve todo el desastre que tenía de papeles, los mete en bolsas etiquetandolos y los devuelve a la caja, fue una mala idea traer trabajo a su templo sagrado que es su hogar.

   Entra a la habitación y se acuesta al lado de su pelinegra, que le da la espalda, la abraza por atrás corriendo el cabello de su cuello y pegando su rostro, la beso y Scar suspira.

   —Me llevaré de vuelta todo a la oficina mañana.

   —Atenea —otra vez por su nombre— no quiero que hagas llorar a nuestros hijos. Yo puedo soportar tu mal humor, pero ellos no tienen porqué hacerlo.

   —Lo sé y de verdad lo lamento —la abraza más fuerte— ¿Puedes dejar de llamarme por mi nombre Jensen?

   —Sí, si puedo amor.

   —¿Puedes dejar de darme la espalda?

   —Volteo a verla— Es que si te veo se me pasa el enojo, no es que lo olvide, pero solo me dan ganas de besarte y no debería ser así.

   —No, no debería —la besa— así como tampoco debería ser que hace tiempo no cumplo con mis obligaciones maritales —mete la mano entre su ropa acariciando su espalda— si este caso pone en riesgo mi salud mental, o si sigue estresandome así lo dejaré —quedo encima de la pelinegra, mirándola a sus ojos azules, acaricio su rostro— necesito mirarte para saber que no eres un sueño ¿De verdad aceptaste casarte conmigo? ¿O sigo soñando?

   —Scarlett la besa profundamente— ¿Te parece un sueño todavía?

   —Atenea sonríe— No creo que lo sea.

   Siguen besándose, acariciándose y consumandose hasta que Scarlett la perdona. La diosa griega sabe demasiado bien como hacer que su esposa la perdone y el sexo de reconciliación es la especialidad de ella, ya que la hace enojar a veces o demasiado seguido a Scarlett.

La favorita de la profesora 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora