[15] Alec

232 19 0
                                    


Son las cuatro de la mañana y mi corazón se ha visto sorprendido por una emoción extraña

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Son las cuatro de la mañana y mi corazón se ha visto sorprendido por una emoción extraña. Juliet está bailando de la mano con un chico y, no lo entiendo, pero me molesta.

—¿Alec? — lo que me faltaba.

—Ahora no, Carla.

—Alec, ¿se puede saber qué te pasa? — Carla se pone justo frente a mí, cortándome el campo visual.

—Lo que me pasa es que estoy cansado de que seas tan egoísta, de que trates mal a todo el mundo, joder, no puedo estar con alguien así.

Carla me mira y puedo ver como el fuego de sus ojos arde con intensidad. Entonces su mirada sigue la mía, y en ese momento casi puedo ver como estalla de rabia al verla.

—¿Esto por es ella?

—¿Qué?

—Juliet. Es por esa imbécil, ¿verdad?

—Juliet no tiene nada que ver— digo entre dientes, esta conversación me parece más absurda con cada segundo que pasa.

—Ya.

—Lo nuestro no funciona, nunca ha funcionado. Esperaba que te hubieses dado cuenta.

—Como quieras, Alec, pero esto no se va a quedar así.

Carla gira sobre sí misma y desaparece tal y como vino, por arte de magia. Dentro de mí hay un cúmulo de emociones inexplicables, pero la rabia que siento predomina ante todo. Es hora de irse a casa.

No me lo pienso, cruzo la habitación a grandes zancadas, esquivando borrachos como puedo, hasta llegar hasta Juliet. Me acerco a ella y le sujeto el hombro, sus ojos sonríen, pero al mirarme su expresión cambia.

—¿Qué pasa Alec?

—Nada— trato de sonreír—, ya veo que te lo estás pasando muy bien, pero es hora de irnos a casa.

—Ah... ¿ya?

—Sí, tenemos que irnos, vamos— no sé por qué lo hago, pero lo hago. Agarro su mano con fuerza y la arrastro detrás de mí, sin darle tiempo a articular palabra.

—¡Alec! ¿Se puede saber qué te pasa? ¡Me haces daño! — su voz me detiene en plena calle. Aflojo la mano, pero no la suelto. Ella se acerca a mí y me mira, incrédula.

—¿Me estás escuchando? ¿Estás borracho? — sus ojos buscan una respuesta, pero yo no sé qué decir, así que suelto la primera tontería que se me viene a la mente.

—No estoy borracho, solo quiero irme a casa ya, vamos.

Comienzo a caminar por el paseo de adoquines mientras el frío de la noche me acaricia las mejillas y el viento sacude los árboles del paseo.

—No te entiendo, Alec, de verdad que no. Querías que viniese y ahora quieres irte— su voz en mi espalda me da escalofríos.

—Ya te lo has pasado bien, así que nos vamos a casa, ¿vale?

Suspira. Escucho el ruido de sus botines acercarse cada vez más hasta que se pone justo a mi lado.

—Nos vamos, pero cuando quieras, me dices qué es lo que te ha pasado, porque no me has dejado ni despedirme, y realmente me lo estaba pasando bien— sus últimas palabras han sido un ligero murmullo, un murmullo que preferiría hacer como que no he oído, pero no puedo. Sus palabras son como cuchillos filosos que se me clavan en el pecho.

Mi cuerpo reacciona sin control, las palabras salen de mi boca sin ningún tipo de filtro, como si fuese un títere al que mueven con hilos. Podría echarle la culpa al alcohol, pero lo cierto es que soy totalmente consciente de mis actos.

Estamos a punto de entrar a casa, ya ha introducido las llaves en la cerradura, pero entonces mi mano se ancla en su brazo y tiro de ella hasta tener sus ojos justo en frente de los míos.

—Juliet— alcanzo a decir mientras un cúmulo de sentimientos en mi interior trata de desatarse.

Sus ojos me miran, impasibles, ella es como un témpano de hielo, imposible de derribar, pero su mirada es cálida, como la misma luz del sol.

—Alec, estás realmente raro, no deberías beber alcohol, te sienta realmente mal.

Su mirada está clavada en la mía, y mi mano sigue sujetando su brazo, es como si fuese un imán, y yo el metal que se siente obligado a acercarse a ella, cada vez más.

—Vamos, hace frío— me ruega mientras trata de abrir la puerta, pero de nuevo la detengo. No tengo ni la más mínima idea de lo que estoy haciendo, no soy capaz de controlar mi cuerpo. Entonces, se muerde el labio, y todo lo que llevo dentro sale disparado, como un resorte.

Mi cara se acerca más a la suya, mi mano rodea su pelo, y a pesar de su mirada de incredulidad, mis labios atrapan los suyos con desesperación.

Pero ese breve instante finaliza con un golpe seco. Se separa de mí con fuerza y entra en casa, cerrando la puerta tras de sí y dejándome atrás como el completo imbécil que soy. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Heridas de titanio © - Lorena Arufe ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora