[16] Juliet

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Mi corazón late a mil por hora

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Mi corazón late a mil por hora. Subo las escaleras a toda velocidad y me encierro en mi cuarto. Pongo la mano en mi pecho mientras mi respiración, entrecortada, lo hace subir y bajar de forma brusca.

¿Qué ha pasado? No podría explicarlo con palabras, mi cabeza es una nebulosa que no me deja pensar con claridad. En mi mente se repite una y otra vez la misma escena, su mirada clavada en la mía, el calor de su piel, la suavidad de sus labios.

—<<Esto no puede ser. Esto está mal>>— mi mente me lo repite una y otra vez, pero... ¿por qué mi corazón late de esta forma?

Escucho el sonido de las llaves y sus pasos resonar por el pasillo mientras mi corazón se acelera todavía más. El mero hecho de imaginar que puede entrar aquí me estremece, mi cuerpo está alerta, tenso, pero mi cabeza parece estar en otro lugar.

—Juliet— su voz al otro lado de la puerta me ahoga.

Silencio. No puedo contestar, no soy capaz de articular palabra, pero, aún en el caso de poder, no sabría qué decir.

—Juliet... Yo...— su voz decae, el silencio vuelve a repetirse y solo mi respiración llena el vacío de la habitación. Tras unos segundos, que me parecen eternos, oigo sus pasos rezagados alejarse, poco a poco.

Mi corazón trata de calmarse, pero la adrenalina fluye por todo mi cuerpo, es como un vendaval a punto de estallar. En este preciso momento soy el epicentro de un terremoto, pero su magnitud es tan pequeña, que nadie logra percibirlo.

Camino hacia el armario y me miro en el espejo, por primera vez en mucho tiempo no soy capaz de pensar en mi aspecto, en todos mis miedos e inseguridades. Mi mirada está centrada en el reflejo de mis labios, aún hinchados tras ese súbito encuentro. ¿Cómo debe actuar una después de algo así? Es algo tan surrealista que parece sacado de ficción, pero no, aquí estoy, en el mundo real consciente de todo, de cada momento por breve o ínfimo que pudiera parecer.

La niña que veo ante mí no parece la misma, no parezco yo. Mis ojeras están marcadas, pero mi piel ya no está pálida, sino enrojecida por el calor que siento en estos momentos. Cierro los ojos con fuerza, trato de eliminar los recuerdos de mi cabeza, pero es imposible.

Abro las puertas del armario con rapidez y cojo mi pijama. Tengo que ir al lavabo, pero encontrarme con Alec me atemoriza. Cojo aire con fuerza, sostengo mi ropa entre los brazos y abro la puerta con firmeza. La oscuridad del pasillo me recibe, pero no soy capaz de encender la luz, de delatar mi posición, así que camino con cautela, sin hacer ruido y entro en el baño. Me cambio lo más rápido posible y me cepillo los dientes. Soy consciente de que ahora sí hago ruido, pero necesito quitarme este sabor de la boca.

Hace rato que no escucho ni el más mínimo ruido, por lo que saco todas mis fuerzas y corro hacia mi cuarto, cerrando con llave.

Esta no es otra noche que se va, esta noche no puedo pensar en nada, no hay voces, no hay demonios, se han quedado igual de petrificados que yo. Es una tormenta que no descarga, porque ya no sé lo que siento. No me siento rota, pero no estoy feliz. Tengo tantas emociones dentro de mí que ni mis pensamientos son claros, solo vagos pedazos coherentes entre un mar de dudas.

La oscuridad llega, sin apenas darme cuenta, y ya no puedo pensar en nada, pero en mis sueños hay un mundo donde no me odio, donde estoy ebria de felicidad y donde mi primer beso, me hace levitar por el aire.

Al abrir los ojos una ráfaga de luz me hace esconderme bajo las mantas. Mi cuerpo es más pesado de lo habitual y la cabeza me da vueltas. Trato de levantarme, pero mis músculos están agarrotados y me hacen caer de nuevo. Maldita reseca. Visto desde esta perspectiva, salir de fiesta no es tan bueno como lo pintan. Al menos, no las consecuencias que le prosiguen.

Tras más de media hora dando vueltas, consigo incorporarme y camino a duras penas hasta el lavabo. El espejo me devuelve una mirada mucho más demacrada de lo normal, y en mi cabeza comienzan a despertar los demonios que creía dormidos.

Al mismo tiempo, los recuerdos de la noche anterior me acribillan como una metralleta. Después de la calma, la tempestad puede parecer mucho más dura de lo que era antes.

Salgo al pasillo y el silencio me hace temblar. Ni siquiera sé qué hora es, pero mi estómago me pide a gritos algo de comer, algo que llevarme a la boca. Bajo las escaleras casi de forma mecánica y abro la nevera. Esa lucecita me muestra miles de posibilidades, miles de pequeños bocados que podrían saciar mi hambre, pero que al mismo tiempo se convertirían en un arma de doble filo. Sería tragar veneno, y mi cuerpo no podría soportar una dosis más.

Cojo una botella de agua y me la bebo de un trago, después relleno una taza con agua y la caliento en el micro mientras busco un té saciante en la despensa. En ese momento, un ruido a mis espaldas me hace pegar un salto.

—Buena reseca— la voz de Alec me sorprende, demasiado cerca, y mi cuerpo se tensa de golpe.

—Ho... hola...— consigo tartamudear mientras trato de apartar mi mirada de él.

—¿Qué tal has dormido?

No contesto. Trato de fingir que no le he escuchado y sigo buscando mi té, como si esa fuese la tarea más importante del mundo. Él pasa un brazo por encima de mí para alcanzar una taza y camina hacia la nevera en busca de leche.

—Si te digo la verdad... yo no sé ni cómo narices he llegado a casa.

—¿Qué? — pregunto casi a la defensiva. ¿No sabe cómo llegó a casa? ¿A qué se refiere con eso? Mi mente comienza a pensar a toda velocidad, otra vez.

—Creo que bebí demasiado— asiente con una pequeña sonrisa mientras me hecha la lengua—. La verdad es que no me acuerdo de mucho.

—¿No recuerdas cuándo vinimos a casa?

—¿Vinimos juntos? — sus palabras se clavan en mi pecho y me hacen sentir rabia y alivio al mismo tiempo. ¿De verdad no recuerda nada? ¿O en realidad no pasó nada? Mi cabeza comienza a traicionarme. Ya no sé si eran recuerdos reales o si, simplemente, fue un sueño, una jugada de mi mente.

—Sí— contesto tajante.

—Lo siento, me pasé con el alcohol— mi mira, mientras me indica con la mano que me siente a su lado. Cojo mi taza y me acerco, pero entonces sigue hablando, y el miedo me detiene—. Entonces... ¿Llegaste bien no? Al menos espero que hubieses disfrutado de la fiesta.

—Me lo pasé muy bien— contesto tan rápido que las palabras apenas son audibles.

—Me alegro— Alec vuelve a sonreír, y juro que esa sonrisa es lo que menos me apetece ver en estos momentos, porque lo cierto es que no sé si me gusta, o la odio. Lo único que tengo claro es que yo también debería olvidarme de esa noche, hacer como si nunca hubiese pasado. 

 

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Heridas de titanio © - Lorena Arufe ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora