La mañana ha pasado rápido, apenas he visto a Juliet en todo el día, pero creo que necesito alejarme de ella, al menos el tiempo suficiente para dejar de recordar mi estúpido impulso. ¿Hago bien en hacer como si nada? No sé de qué otra manera actuar, y pienso que de esta forma todo será más fácil y cómodo entre nosotros. Aunque guardármelo me consuma por dentro.
¿Por qué hice lo que hice? No podría explicarlo, me dejé llevar. Quería hacerlo, quería besarla y lo hice. Eso de actuar y luego pensar se me da de maravilla. Lo que no llevo tan bien es eso de aceptar las consecuencias.
Estoy recogiendo mis cosas para ir al partido cuando escucho música a través de las paredes. Intento descubrir qué canción está escuchando, pero lo cierto es que no me suena de nada. Estoy a punto de irme cuando su voz empieza a llegarme también. Es dulce, suave, melodiosa. Parece una canción de cuna cantada por un ángel, pero al mismo tiempo es una canción triste, realmente triste.
Me acerco poco a poco a su puerta, pero no la abro. Sigo escuchando su voz, como entona cada palabra, hasta que la música se apaga, poco a poco. Espero unos segundos más, trato de percibir una nueva melodía, pero ya no escucho nada más, así que agarro el pomo y abro un poco la puerta.
—¿Juliet? — está sentada en la cama con el portátil entre sus piernas. Su mirada se clava en mí al escuchar su nombre y trago saliva.
—Me voy al partido— digo sin apartar los ojos de ella.
Asiente, y el silencio vuelve a reinar en la habitación. Estoy a punto de irme cuando su voz me detiene.
—Mucha suerte— me dice mirándome por última vez antes de cerrar la puerta.
En el camino hasta el campo no puedo dejar de pensar en lo estúpido de mi comportamiento. ¿Por qué no fui capaz de contenerme? A decir verdad, ¿por qué me molesta? No lo sé, no puedo aclarar mi cabeza, hay algo dentro de mí que lo insinúa, pero no puedo aceptarlo. Hay cosas en esta vida que no pueden ser, que están mal que sean.
Trato de no darle más vueltas, me concentro en la música, pero mis pensamientos son más fuertes. No, desde luego este no es mejor estado para jugar, mi cabeza no está centrada en ello.
—Hey, Alec— Raúl se acerca tras darme una palmada en la espalda y sonríe—, ¿por qué te fuiste tan temprano ayer?
—Estaba...cansado— digo arrastrando las palabras. Me mira extrañado, pero no dice nada.
Tras un incómodo silencio, al menos a mi parecer, Raúl vuelve a hablar.
—¿Sabes? Ayer estábamos todos flipando.
—¿Por qué? — arqueo una ceja mientras clavo mi mirada en él.
—Juliet, jamás la había visto en una fiesta, en serio tío, fue rarísimo, está... cambiada.
—¿Tú crees?
—Ya sabes cómo es, al menos deberías saberlo mejor que nadie, ¿no? Vivís juntos y eso.
—Ya, tienes razón— digo no muy convencido. La conozco mejor de lo que todos creen. Y no, no quiero que nadie más la conozca hasta tal punto—. Bueno, la gente cambia, ¿no? Quizás solo necesitaba un empujón, alguien que la ayudase.
—Ya, puede ser— dice mirando al horizonte, creo que ya no me está haciendo mucho caso. Sigo su mirada a través del campo y doy de lleno con Carla, Jonathan y su séquito de cabezas de chorlitos.
—¿Por qué narices estarán discutiendo? — pregunta Raúl mirándome extrañado.
—Ni idea, ya no hablo con Carla y la verdad es que me alegra.
—¿En serio? Ya era hora, tío. Esa niña es... no sé, tóxica o algo por el estilo.
—Es una mimada y una maldita egoísta— asumo antes de irme a mi posición.
Al terminar el partido, Raúl me invita a tomar una copa y, aunque realmente no me apetece nada, acepto. Algo dentro de mí tiene miedo de enfrentarse a Juliet, no quiero asumir las consecuencias.
—¿A dónde te apetece ir? — pregunta cargando su bolsa a la espalda.
—La verdad es que preferiría un sitio cerca de casa, estoy muerto.
—¿Una cervecilla en el Olvido?
—Me parece perfecto.
En el camino, Laura llama a Raúl y quedamos en encontrarnos todos en la cafetería. Entonces Raúl me coge desprevenido.
—Oye, ¿por qué no le dices a Juliet que venga? Nunca tuve la oportunidad de conocerla.
Mi corazón late más rápido de repente, pero asiento y cojo el móvil.
Espero, y su voz suena al otro lado poniéndome la piel de gallina.
—¿Alec? — suena ronca, pero es agradable, como si acabase de despertarla de un sueño.
—Juliet, ¿estás ocupada? — por un instante solo se escucha su respiración cortando el silencio, pero entonces su voz vuelve a sonar.
—No, estoy leyendo— susurra—, ¿por qué?
—Estoy con Raúl y Laura en el bar que está cerca de casa, el Olvido, ¿sabes? — al otro lado no hay respuesta, pero supongo que asiente—. Era por si querías venir a tomar algo con nosotros, ¿qué me dices? Será divertido.
Aunque no la veo, puedo sentir como aprieta el móvil con fuerza y juega con sus dedos.
—No estoy vestida...— susurra. Tiene miedo, puedo sentirlo.
—Te vistes en cinco minutos, Juliet. Anda, baja, te prometo que lo pasarás bien.
—Vale, estoy ahí en diez minutos.
Cuelga y Raúl me mira sonriente.
—¿Qué, viene?
—En un rato estará aquí.
—¡Oh Dios mío! — se ríe agarrándome los hombros—. ¡Eres increíble, tío! Nunca he visto a Juliet en un bar, esto promete— sus carcajadas resuenan por toda la calle y no puedo evitar contagiarme de su risa.
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Heridas de titanio © - Lorena Arufe ✔
Teen FictionCuando su padre vuelve a casarse, su vida da un giro inesperado al tener que mudarse y empezar de cero, compartiendo su hogar con su nuevo hermanastro: Alec. Juliet lucha en silencio contra sus propios demonios internos, consumiéndose día tras día y...