Camino hacia el deseo

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Sólo ella fue capaz de hacerme sentir de esa manera, es imposible que pueda encontrar a otra.

Es a ella a quien deseo, a quien deseo tener, y si tengo que tomar medidas drásticas para que sea mía, así será.

«Voy a hacer lo imposible por hacer realidad mi deseo de probar aquel fruto prohibido, será todo un manjar lo que tendré cuando la obtenga donde la quiero».

Y esta impaciencia mía me va a hacer actuar como un loco, un estúpido, si me precipito de esta manera podrían descubrirme, debo actuar con cautela. Debo hacer un mejor plan, podría simplemente esperar al año, ya casi estoy cerca de la mitad del tiempo, debería pero ya no puedo esperar, no puedo hacerlo.

—Emilie, quien sea, ayúdeme con esto. Necesito esperar un año, es todo lo que quiero, más paciencia.

Arrojé todas las cosas que encontré cerca al suelo, no puedo hacerlo, estoy desesperado, no sé qué más hacer. El que viniera creí que mejoraría mi situación que me calmaría, y lo hizo pero el saber que ella le falta poco para cumplir diecisiete me enloqueció, me desesperó. Mi suplicio se había calmado y ahora volvía con más fuerza.

Traté de resistir el tocar el fruto prohibido y no funcionó.

Hasta incluso intenté quitarme de la cabeza esta obsesión, quería quitármela de la cabeza, hacerme ver a mi mismo que puedo sentirme atraído por mujeres que estén acordes a mi edad y no de jovencitas como Marinette Dupain-Cheng.

Esa noche intenté enfrentarlo, busqué fotografías de mujeres desnudas, intenté masturbarme tratando de ver esas fotos, pero a los segundos, sentí una náuseas y corrí hacia el baño para vomitar; lo que más temía era verdad, no era capaz de sentir placer por ninguna mujer debido a lo que me hizo mi maestra, como me violó, abusó de mí y yo dejé que lo hiciera.

Me encerré en la ducha y abrí la llave del agua fría, empecé a llorar, llorar tan desconsoladamente por lo que hice, por no poder superar ese trauma, por nunca haber tomado otra decisión.

«Este plan es demasiado loco» pensaba mientras entraba a la panadería de los Dupain-Cheng.

—¿Su pedido habitual? —me preguntó la madre de Marinette.

—No, señora—titubeé. —Es solo que...Es solo que...

En ese momento aparece Marinette, tragué saliva, tenía una cara llena de curiosidad que la hacía lucir más infantil.

—Quisiera ordenar una croquembouche.

—Pero tendremos que prepararla, señor—comentó la señora Dupain-cheng. —Nos llevará más de una hora, iré a avisarle a mi esposo.

—Esperaré, además, necesito un favor de su hija.

Ella me miró antes de asentir, cuando la señora Dupain-cheng desapareció, me sentí un poco nervioso, no me había sentido así desde que estuve con Emilie. De solo pensar en ella comencé a sentir dolor, mierda, debí tomarme mis medicinas antes de venir.

—¿Se encuentra bien? —se consternó Marinette.

—N-no es nada—balbucee. —N-ni una palabra de esto a nadie, Marinette.

—Señor...

—¡Ni una palabra! —repliqué.

Debí asustarla mucho, porque ella retrocedió y no se dio cuenta de la estantería que estaba detrás de ella hasta que chocó con ella. La estantería tembló me olvidé por un momento del dolor que sentía al ver una jarra de cerámica a punto de caerle encima, me disparé hacia ella y la cubrí temiendo que la jarra le fuera a golpear; lo que en realidad ocurrió fue que el contenido de la jarra terminó en mi espalda antes de llegar por completo al suelo provocando un ruido estruendoso. El ruido alertó a los padres de Marinette que fueron a ver lo que ocurría.

Belleza Parisina [Versión 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora