Capítulo 12

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Serena metió las últimas prendas de Usagi en la maleta y cerró la cremallera. Faltaba media hora para abandonar aquella casa perdida en las Rocosas y se resistía a hacerlo. Cuando montase en el coche de Armando, su historia con Darien acabaría.

Sentada en la cama que compartió con Bunny, y la mirada perdida en alguna parte de la pared de enfrente, sintió que le costaba respirar. Aquellos sentimientos hacia él eran tan potentes que, aunque solo había pasado una semana a su lado, se encontraba muy apenada. Darien era todo lo que un día soñó en un hombre. Guapo, hablador, culto, agradable aunque algo huraño al principio, con su mismo gusto por la literatura clásica, arrebatadoramente sexy y pasional. Nunca antes había disfrutado tanto del sexo con nadie. Darien le había enseñado que cuando el deseo era potente y real, era capaz de engullirte y poseerte dejándote a su merced, siendo una mera espectadora de su poder.

Echaría de menos las charlas de madrugada, desnudos, enlazados. El tener que apartarle las gafas en cada beso para que no se le empañasen por el calor que emanaban, verlo dormir y pensar que tenía carita de niño bueno, pues las pequeñas arruguitas de las comisuras de sus ojos se suavizaban cuando estaba tranquilo. Añoraría acurrucarse contra su torso y enterrar la nariz en su cuello.

Con un suspiro de aceptación, se levantó de la cama y cogió la maleta. Se dirigió hacia la puerta y antes de agarrar el picaporte miró hacia atrás, memorizando la habitación, como había hecho con el resto de la casa.

Al abrir lo encontró apoyado en el marco, con los brazos cruzados, sonriente. Serena notó cómo su corazón se aceleraba, siempre lo hacía cuando lo veía.

Darien dio un par de pasos hacia ella, haciéndola retroceder, y cerró la puerta tras de sí, asegurándola con el pestillo.

—Darien... —Serena rio y negó con la cabeza—. ¿Qué haces?

—¿Ibas a irte sin despedirte de mí?

—No, claro que no. Pensaba hacerlo en el salón.

—Hazlo ahora —la animó sin dejar de mirarla fijamente.

Serena tragó saliva y asintió.

—Muy bien. —Se humedeció los labios y lo miró a los ojos—. Gracias por todo, has sido muy amable dejando que me quedase en tu casa.

—¿Qué clase de despedida es esa, maldita sea? ¿Después de todo este tiempo solo se te ocurre eso?

—Me dijiste que lo nuestro acababa aquí, cuando me fuese.

Él asintió y le sonrió ladeando los labios.

—Pero aun no te has ido.

—No. —Serena rio.

Darien la rodeó por la cintura y la apretó contra su cuerpo, logrando que ella se agarrase a sus brazos para no perder el equilibrio. Acercó su cara y apoyó la frente sobre la de ella, quedando sus bocas muy juntas, pero sin llegar a tocarse.

—¿Me echarás de menos, Serena? —le susurró.

—Mucho.

—¿Recordarás el tiempo que pasamos juntos?

—Siempre —asintió ella sin poder aguantar las ganas de besarlo—. ¿Y tú a mí? ¿Me recordarás?

—¡Maldición, claro que lo haré! ¿Cómo no hacerlo? Eres preciosa, eres el sueño de cualquier hombre.

Se besaron con ardor, fundiendo sus bocas en una danza sexual que les calentó el cuerpo en milésimas de segundos. Sus manos apretaron la piel del otro, como si intentasen quedarse con un trozo. La lengua de él jugueteó en la boca de Serena. La pasión fue bajando por su garganta y recorriendo su pecho hasta llegar a su bajo vientre. Darien tenía ese efecto sobre ella. La tocaba y la hacía desear unirse a él.

Corazón NevadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora