Capítulo XXXV

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Si me lo permites, voy a dar un pequeño salto en el tiempo para que mi historia te sea un poco más amena. Si no lo hago, no terminaríamos nunca, ya te aviso.

Tempus fugit, cielo, y más cuando eres inmortal. Así que, sin casi darme cuenta, ya llevaba cuarenta años viviendo como Contessa Blaire. ¿Quién sabe dónde hubiera estado a esas alturas de mi vida si no hubiera conocido a Mihael y me hubiera marchado con él? Lo más seguro es que ya hubiera muerto por enfermedad, malnutrición, exceso de trabajo, melancolía... y los gusanos me hubieran dejado en los huesos.

En esa época, ya había pasado más tiempo viviendo en el castillo que el tiempo que pasé con mis padres y estoy segura de que me hubiera resultado imposible vivir de otra manera. Al final, mi yo pequeña tenía razón: había nacido para vivir en un castillo y ser una señorita de la nobleza.

Pero, aunque nosotros no lo notáramos, la vida del castillo había cambiado en muchos aspectos con el pasar de los años. La familia de Soare había aumentado como setas tras la lluvia: además del hijo que tuvo mientras estábamos en la mutatio de Estrella, también nacieron un par de gemelos, un niño y una niña, a los pocos años. De repente, la casa se llenó del habitual escándalo que generan tres niños tan pequeños. No es que me encantara el jaleo de los niños, ni los niños en general..., pero dadas las dimensiones del castillo, sus padres se cuidaban de que no molestaran cuando pasaban por las zonas en las que estábamos Mihael o yo. El respeto hay que enseñarlo desde pequeños.

Por desgracia, cuando tuvo la edad de decidir, el hijo mayor de Soare optó por marcharse del castillo para retomar el que había sido el trabajo de su padre antes de casarse.

—Por favor, señorita, haga algo. Sé que a usted la escuchará —me suplicó Soare, desesperada.

A pesar de que intentó por todos los medios que intercediera por ella para convencer a su hijo de que se quedara, yo me negué.

—No voy a hacer eso, Soare. Tu hijo ya es mayor y ya tiene capacidad de decidir. Como su madre deberías aceptar aquello que le de la felicidad. Aunque eso signifique que toméis caminos separados.

Yo mejor que nadie sé lo que puede llegar brillar una persona cuando tiene la libertad de hacer aquello que quiere. Sería muy hipócrita de mi parte negarle esa oportunidad. Así que el chico se marchó a pesar de la desazón de su madre y con mis mejores deseos de que le fuera bien. Estoy más que segura de que aquel chico tuvo una vida maravillosa.

Aunque, por suerte, su abuela no tuvo que soportar el disgusto de ver a su nieto mayor marcharse de casa con poco más que los consejos de su padre y un pequeño obsequio de mi parte para que empezara su negocio con buen pie. Como os pasa a todos los mortales, Anca nos dejó cuando los mellizos cumplieron dos años, feliz de tener una familia tan extensa, de haber podido conocer a todos sus nietos y de disfrutar de ellos durante sus últimos años.

Tras la pérdida de su madre, Soare heredó su puesto como ama de llaves ya que Ileana había mantenido su promesa de quedarse a mi lado siendo mi dama de compañía.

—No puedo dejar que nadie más cuide de usted —me dijo Ileana—. Estoy segura de que ninguno está a la altura de mi señorita Contessa.

Yo no cabía en mí de alegría cuando me contó cuál había sido su decisión. No había nadie mejor que ella para cuidar todas mis necesidades y caprichos. Éramos tan inseparables que no había nadie que pudiera entenderme como lo hacía Ileana.

La vida también nos concedió tiempo para celebraciones. Tuvimos las bodas de los hijos de Soare y el nacimiento de los hijos de ambos. La familia del servicio crecía cada día más. Además, también hubo muchos cumpleaños, mutationes y fiestas de algún vampiro muy aburrido. Todo era tan alegre y perfecto que no parecía real.

Para no aburrirme en los pocos ratos de descanso que me brindaba mi inmortalidad, recibía visitas de mis amigos o iba yo a deleitarlos con mi presencia. A Alex le encantaba la zona de pasto que teníamos detrás del castillo y siempre la acabábamos usando como arena de entrenamiento. Desde el despacho de Mihael esa zona no era visible por lo que era el sitio ideal para jugar sin problemas.

Aunque, obviamente, no todo era diversión.

Con el paso del tiempo, Mihael empezó a delegar en mí algunas de sus tareas de la administración del castillo y las tierras. El primer día, temblaba de miedo al recordar mis lecciones de matemáticas en Florencia. No es que fuera la más espabilada para los números, no lo he sido nunca. Y, cuando empecé a estudiar matemáticas no fueron pocas las veces que deseaba destrozar mi cuaderno de prácticas y menos mal que Mihael estaba ahí para tranquilizarme y conseguir que volviera a centrar mi atención en los detestables números. Aun así, mi conde pensó que era una buena idea que yo me encargara de revisar minuciosamente los libros de cuentas del castillo.

En ese momento, me di cuenta de lo complicado que resultaba el trabajo de Mihael gestionando tantos terrenos y a tantas personas. Cuidándose de que a nadie le faltara de nada. De su gestión, y desde entonces de la mía también, dependían muchas vidas.

Aunque al principio parecía que delante de mí estaba el primer libro que no entendía, poco a poco fui capaz de comprender lo más básico y a ver que quizás las matemáticas más prácticas tenían cierto encanto. Aunque si me vuelves a poner un libro de esos delante, te juro que te lo comes. Prefiero dejarle ese trabajo a un asesor que entienda más que yo.

Por desgracia, las cosas se empezaron a complicar con el tiempo.

No es sencillo dirigir un terreno tan grande como el condado Blaire y conseguir beneficios para todo el mundo. No es fácil ahora y mucho menos lo era aquel entonces. Por si fuera poco, empezamos a notar como muchos de los aldeanos que trabajaban nuestras tierras se marchaban y nos dejaban con menos mano de obra. Las relaciones con los pueblos del condado eran bastante tensas en ese momento. Incluso dejé el coro de la iglesia al que iba de vez en cuando para no solo molestar con mis cánticos en el castillo.

Hacía algunos años que el sacerdote de la iglesia que estaba cuando yo llegué había fallecido y lo había sustituido un nuevo sacerdote procedente de la gran ciudad y cuyos ideales no contemplaban que la gente del pueblo sirviera con más devoción a los terratenientes que a su dios y a él mismo. Desde aquel entonces, las cosas se empezaron a complicar. Durante esos años, nos vimos obligados a hacer grandes sacrificios para conseguir que todos nuestros trabajadores y el servicio del castillo tuvieran todo lo necesario para sobrevivir y nosotros tuviéramos excedentes con los que poder comerciar.

A pesar de las muchas dificultades, fueron tiempos muy felices.

El precio de la inmortalidad (#PGP2024)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora