Capítulo XXIX

8 1 2
                                    

Al igual que mi aspecto, el aspecto del palazzo había cambiado muy poco desde la última vez que estuve allí. Eso sí, la pesadez que oprimía el ambiente, por razones obvias, había acabado con el esplendor de aquel majestuoso edificio. Pero, por lo demás, habían cambiado contadas cosas.

Al entrar, nos hicieron pasar a una salita hasta que nos dieran la bienvenida. No pasó mucho hasta que apareció una criada que nos sirvió algo para comer mientras esperábamos después de tan largo viaje. Aunque solo pensar en llevarme algo a la boca me parecía sumamente vomitivo, tuvimos que comer algo para aparentar. Aquella desagradable sensación arenosa en mi boca era algo a lo que me tenía que empezar a acostumbrar —y ya ni le doy importancia—. Sin embargo, aquella era la primera vez que interactuaba con humanos que no fueran el servicio del castillo desde que pasé por mi mutationis. Por lo que decidí tomarme la estancia en Florencia como una prueba para demostrarme a mí misma que era capaz de dejar a mi antigua yo a un lado para pasar a ser completamente Contessa Blaire.

Y, parece ser que todos mis esfuerzos habían merecido la pena y había conseguido ser capaz de mimetizarme con total naturalidad. Tras unos minutos de espera, hizo acto de presencia la doliente viuda. Aunque bueno, doliente, solo de palabra. Vestida de luto, como debía, Silvia se tiró con descaro a los brazos de Mihael, llorando desconsolada como si sus ojos fueran nubes de tormenta.

—Me alegro tanto de que hayas podido venir, querido. Al fin voy a dejar de sentirme tan sola. Es como vivir una pesadilla. Ha sido todo tan repentino, aún me levanto por las mañanas pensando que está a mi lado —sollozó haciendo gala de sus mejores dotes dramáticas.

—Lamento mucho lo ocurrido Silvia. —Mihael la estrechó entre sus brazos—. Espero poder serte de ayuda en lo que sea necesario.

—La verdad es que sí hay algo que podrías hacer por mí...

Dejando al lado todo el pudor propio de una viuda reciente, Silvia intentó acortar la distancia que la separaba de Mihael. Como si hubiera obviado mi presencia o no se hubiera dado cuenta siquiera de que no estaban solos, pretendía saciar su "pena" con el hombre al que había estado seduciendo años atrás. Tenía; no, debía detenerla. No iba a dejar que aquella mujer que me sacaba de mis casillas consiguiera lo que pretendía. Si quería ser una ligera de cascos, al menos que lo fuera con un poco de decoro.

—Le acompaño en el sentimiento, señora —intervine para llamar su atención.

—¡Oh! —Se sorprendió con un mal disimulado toque de decepción. ¿De verdad se pensaba que estaban los dos solos?— Muchas gracias, señorita. Creo que no he tenido el placer de conocerla —dijo forzando una sonrisa y viéndose obligada a interactuar conmigo—. Y, ¿quién es usted? Si me permite la pregunta.

—Contessa Blaire. La prometida de Mihael —respondí con una sonrisa traviesa. Si ella quería jugar, yo también jugaría—. Siento que nos hayamos conocido en estas circunstancias. Mihael me ha hablado tanto de usted. —La fulminé con la mirada—, que estaba deseando conocerla.

Disfruté de la cara tensa de Silvia. Una mentirijilla no hacía daño a nadie y esa parecía ser la única forma de alejar las garras de esa arpía de mi maestro. Al menos al escucharme, Silvia retrocedió y acabamos teniendo una conversación bastante incómoda y llena de formalismos mientras la mujer seguía acercándose a Mihael con disimulo mientras él no hacía nada para alejarla. Por suerte, no estaríamos mucho en Florencia. Ella no nos quería más tiempo del necesario ahora que sabía que no podía tener a Mihael para ella tan fácilmente como había imaginado. En cuanto enterrara a su marido, teníamos total libertad para volver a casa.

Tras el encontronazo con Silvia, una criada nos llevó a nuestros aposentos. Como Mihael no tenía ninguna propiedad en Florencia, se alojaba en casa de sus conocidos cuando estaba de visita. Además, siendo un momento tan delicado, Silvia no iba a negarle el favor. Una vez instalada en mi habitación, mi maestro llamó a la puerta y entró sin decir nada, se dejó caer en uno de los sillones de la habitación y rompió en una sonora carcajada que dejaba ver sus colmillos en todo su esplendor. Esa actitud me molestó bastante. Aunque me alegraba verlo reír, ya que sonreía en escasas ocasiones, no me hacía gracia que fuera a mi costa.

El precio de la inmortalidad (#PGP2024)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora