Capítulo XXVI

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Pasaron los días y cada vez disfrutaba de más noches junto a Alex cuando la sombra del aburrimiento me rondaba. Al final, resultó ser una persona bastante entretenida cuando llegas a conocerla. Borde, eso sí. Muy borde, pero eso es parte de su encanto y quizás lo que hizo que nos lleváramos tan bien desde el principio, aunque no lo quisiéramos admitir.

Conforme pasaba más tiempo haciendo cosas con Alex, más empezábamos a congeniar y a buscarnos mutuamente sin ninguna excusa. Quizás fue en ese momento en el que se empezó a forjar nuestra amistad. Simplemente, nos gustaba la compañía mutua. Ya no me aburría en el palacio porque sabía que, siempre que el hastío me atacase, Alex estaba ahí, esperando con un nivel de aburrimiento superior al mío.

Recuerdo una noche, en la que salimos a jugar a los exteriores del palacio. Mientras hacíamos mil tonterías, a Alex no se le ocurrió nada mejor que esconderse tras una fuente para asustarme. Y, al igual que el día en el que nos conocimos, me volví a caer haciendo que Alex rompiera a carcajadas y cayera a mi lado rodando como una pelota mientras no dejaba de reír.

—¡Qué malos reflejos tienes, Tessa! —rio mientras se levantaba, secándose las lágrimas de la risa—. Venga, déjame que te enseñe algo. Así dejas de hacer el ridículo, que das un poco de pena.

—¿Acaso crees que tienes algo que enseñarme? —le desafié en cuanto me volví a levantar.

—No te pases de chula, niñita. Aquí donde me ves soy mucho más mayor que tú y he vivido cosas que no podrías ni imaginar.

—¿Ahora me vas a venir con batallitas?

—No, pero podría, jovencita. Además, a diferencia de ti, señorita estirada, a mí me criaron para saber defenderme y combatir como es debido. Por lo que tengo un equilibrio envidiable. ¡No como tú! —Me sacó la lengua, disfrutando de mi torpeza.

—Lo que tú digas —me mofé, sin confiar mucho en su fanfarronería—. Venga, enséñame lo que sabes.

Y así, nuestras noches de juego empezaron a ser noches de entrenamiento en los que, no solo aprendí a mantener mejor el equilibrio —cosa que hasta entonces no sabía que se me hacía tanta falta— sino que, además, empecé a aprender algunos movimientos de lucha y defensa personal. No sabía si alguna vez los utilizaría, pero era divertido aprender. Sobre todo, cuando le podía pegar a Alex. Era genial para liberar estrés. Ahora ya no puedo hacer tanto esas cosas, una pena.

Eso sí, siempre debíamos cuidarnos de que nuestro entrenamiento fuera a espaldas de Mihael ya que sabía que habría puesto el grito en el cielo al ver a una dama luchando cuerpo a cuerpo.

Alex es, sin exagerar, la persona que demanda más exigencia a la hora de entrenar a alguien en cualquier actividad física y en aquel entonces no entendía del todo como, con lo desastre que es para todo, puede llegar a ser tan perfeccionista a la hora de luchar.

Cuando el aburrimiento atacaba a Alex, no había persona que pudiera aplacar semejante bestia que rogaba por unas migas de atención. Por suerte, con el tiempo, conseguí aprender a aplacar a esa bestia. Llegué a la conclusión de que ignorar a Alex era la mejor estrategia para hacer que se cansara y se fuera a molestar a otra parte o a jugar con los perros o algo. Los días que tenía que estudiar, Alex me seguía como un perrito que rogaba porque le lanzaran un palo.

Un día concreto que me seguía mientras iba a la biblioteca a por unos libros que me recomendó Mihael, empezó a berrear:

—¡Venga ya, Tessa! —No paró de quejarse en todo el camino—. ¿Qué hacemos aquí? ¡Vamos a salir a jugar! Quiero enseñarte a dejar a la gente inconsciente. Venga, venga. ¡Va a ser divertido! Vamos a jugar. ¡No seas aburrida! ¿Te diviertes más en la biblioteca que conmigo?

El precio de la inmortalidad (#PGP2024)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora