Tabula rasa.

57 7 3
                                    

    El camino de regreso a la posada fue silencioso, Connor de por sí era un hombre de pocas palabras, pero Ezio, siendo el que hablaba hasta por los codos, se quedó callado cual si estuviese mudo. Pegó la vista al suelo y no la sacó de ahí hasta que se encontró de frente con la posada, o mejor dicho, hasta que se golpeó la cara contra la espalda de Connor cuando se detuvo. Se estaba volviendo costumbre lastimarse la nariz de ese modo.
   
    Subieron a su habitación bajo el mismo velo silencioso, apenas saludando a Stephane con un asentimiento. Una vez en privado, Connor se quitó la túnica y las botas, se desató el cabello y se dejó caer sobre la cama sin mayor explicación. Ezio quiso hacer lo mismo, pero sus pensamientos no lo dejaron descansar como hubiera querido. Se habían quedado estancados en los hombres que lo habían estado hostigando desde su arribo, en cómo se dirigieron a Connor cual si lo conocieran de toda una vida y sus palabras al mencionar que volverían a encontrarse. Frustrado, se dirigió a la ventana para abrirla de par en par y recargarse del marco en busca de alejar esa madeja de pensamientos con una bocanada de aire frío.
   
    —Pudiste pedir quedarte más tiempo afuera si lo que quieres es aire fresco —habló Connor, adormilado, sin siquiera abrir los ojos —. Aún estamos a tiempo de volver a salir.
   
    —No, no, no te molestes en interrumpir tu descanso —negó Ezio antes de que el americano intentara moverse —. Es solo que... Me siento tan abrumado que solo quiero cualquier cosa que me dé sensación de libertad, aunque sea mínima. Solo quiero volver al momento en que todo comenzó.
   
    —¿A tu vida en Italia?
   
   —No, ni siquiera eso. Al momento en que ignoraba estas luchas secretas. En que no hacía más que apostar con mi hermano mayor sobre competencias sin sentido y divertirme por ahí con peleas o lindas chicas. Cuando todo era normal.
   
    —En ese sentido, te doy la razón. Ignorar hace más feliz al hombre. ¿Me hubiera hecho feliz? Tal vez. No sé por cuánto tiempo. Quizá no para siempre. Pero... Por un rato. Lo que durara...
   
    Sus palabras sonaron a súplica, una súplica dirigida al universo, a su vida, a lo que sea que lo destinó a vivir en silencio una existencia de secretos, pérdidas y deberes. A vivir solo.
   
    —Únicamente me resta conformarme con lo que tengo —gruñó Connor, como siempre hacía cuando quería sonar desinteresado y hacerse el fuerte —. Tengo lo necesario. No lo que quiero, pero sí lo que necesito. Hago lo correcto y eso basta.
   
    —Suena a resignación —dijo Ezio, con un poquito de ironía. Connor tardó en responder.
   
    —No me queda nada más que resignarme. Aprendí que cuanto más me esfuerzo por conseguir lo que deseo, más rápido me lo arrebata la vida. Así que no deseo nada.
   
    —¿Sin esperar nada?
   
    —Sin esperar nada.
   
    Volvió a cerrar la ventana y se despojó de sus prendas hasta quedarse en camisa y pantalón, metiéndose bajo las sábanas de su rudimentaria cama. Ezio suspiró de fatiga, pero antes de cerrar los ojos se giró hasta quedar dando la cara hacia Connor para hablarle en voz baja.
   
    —Prometo no volver a interrumpir tu sueño gritando a media noche como un loco —dijo, con cierta vergüenza. Connor dejó oír lo que pareció ser un intento de risa.
   
    —Si llega a suceder, ni siquiera podré escucharte. Estoy tan cansado que nada hará que me despierte y bien podría hibernar —y añadió con más seriedad —. Pero si en verdad pasara, me sentaré a darte un poco de calma hasta que puedas dormir, igual que la noche anterior. Estaré aquí si me necesitas —finalizó, exhalando profundamente para relajarse.
   
    Ezio se quedó más tranquilo. Escuchar la respiración profunda y acompasada de Connor lo ayudó a serenarse, se sintió a salvo. No se dio cuenta del momento en que se quedó dormido hasta que empezó a soñar. Al principio fueron cosas raras como la mayoría de los sueños lo son, pero luego se tornaron en escenas más y más vívidas conforme se adentró en ellas. Vio el momento en que su padre y sus hermanos fueron ejecutados mientras él cruzaba la plaza en un intento vano de impedirlo. De un momento a otro estaba corriendo en las calles de Florencia y al momento siguiente pasó a pelear a muerte con un montón de hombres de Borgia. Luego, se dio cuenta de estar en Venecia, saltando entre los canales como si lo persiguieran, como si le fuese la vida en ello. Después se vio a sí mismo sosteniendo el fruto hasta que su vista se encegueció con una luz potente proveniente del artefacto y... Nada. Una oscuridad total, una nada en la que sus llamados no fueron atendidos, su voz no siendo capaz de llegar a sus propios oídos cual si la oscuridad la absorbiera en cuanto salía de su boca.
   
    «Ayuda, por favor ayúdenme» suplicó en su mente, luchando por retener las lágrimas «Connor, ¡Connor!»
   
    —¿Ezio...? —oyó que lo llamaron desde alguna parte de ese mar de penumbras, distante, amortiguado —Ezio... ¡Ezio! —la voz se hizo más fuerte y clara cada vez. Luchó por contestar, pero por más que lo intentó no hizo sonar sus palabras. Se sintió igual a un náufrago dando patadas contra las olas que amenazan con hundirlo, peleando desesperado para asirse de lo que sea que pueda salvarle la vida.
   
    «¡Connor!» volvió a gemir de miedo, sus pensamientos siendo el único lugar donde podía hablar, y siendo el americano la primera persona en la que pensó como la balsa que lo mantendría a flote «¡Connor! Por favor, por favor...»
   
    —¡Ezio!
   
    La voz sonó fuerte, justo frente a él. Abrió los ojos de golpe, estaba sudando a mares. Estaba oscuro, pero esa clase de oscuridad era diferente puesto que podía ver lo que había a su alrededor, un poco de luz de luna se colaba por la ventana. Y casi sobre él, sujetándolo de los hombros, una gran silueta recortada contra la luz, respirando con agitación. Era Connor.
   
    —Ezio —lo llamó de nuevo, con semblante serio por la preocupación, las cejas en un gesto confundido y triste. Lo llamó para asegurarse de mantenerlo consciente —. Empezaste a gritar de repente y a decir mi nombre. Me llevó bastante tiempo despertarte —dijo, mientras le apartaba el cabello adherido en la frente —. Pero ya estás a salvo, los sueños no pueden herirte ahora que estás de vuelta.
   
    —Yo... No quise despertarte —dijo entrecortando las palabras cada que sorbía aire —. Lo siento —se disculpó Ezio, haciendo amago de apartarse, pero Connor no se lo permitió y lo sujetó con firmeza.
   
    —Yo también lo sentí —bromeó cautelosamente, tal como había hecho Ezio horas atrás. El italiano movió la mirada hacia los antebrazos de Connor y encontró que estaban llenos de arañazos recién hechos, rojos e hinchados. De inmediato entendió que él fue el responsable y su afán por alejarse se hizo más fuerte. Pero las manos de Connor no lo soltaron, al contrario, el americano lo acercó hacia sí bruscamente, levantándolo con relativa facilidad y lo abrazó fuerte, fuerte, para alejarlo de esos sueños, cual si sus brazos fueran barreras impenetrables que dejaban fuera todos los miedos. Ezio se descompuso en llanto con la cara apretada contra la camisa del mayor llenándola de lágrimas, rodeando su cuerpo con los brazos. Se sintió rescatado. Ahí estaba su balsa.
   
    Connor le frotó la espalda dibujando círculos suavemente, acarició su cabello y lo volvió a abrazar mientras de forma inconsciente se mecía apenas un poco.
   
    —Perdón —dejó escapar Connor, recargando el mentón en la cabeza de Ezio.
   
    Hubo un corto silencio antes de que Ezio lograra controlar su voz lo suficiente para hablar.
   
    —¿Por qué?
   
    —Debí ser más observador y haberme dado cuenta de que la herida que cargas aún no es cicatriz. Debí ser capaz de ver que tu dolor es fresco y que unas simples palmadas, una taza de té o una charla seria no lo arreglarían. Perdón —repitió, para después soltar un poco la presión sobre Ezio y verlo a los ojos —por ignorarte.
   
    —No es verdad —hipó Ezio, volviendo a esconder la cara en el pecho de Connor en busca de consuelo, cosa que el otro no le negó —. Eres el único que me escucha. Nadie me vio hasta que tú lo hiciste.
   
    Ezio se desahogó otro rato entre los brazos de Connor. El americano lo mantuvo afianzado, bajando la mirada de vez en vez para asegurarse de que estaba bien. No le incomodó quedarse así tanto tiempo, con Ezio se sentía en confianza y lo único que quiso fue acompañarlo como a él le hubiera gustado estarlo cuando su madre falleció.
   
    —¿Qué soñaste?
   
    —No lo recuerdo, lo olvidé en cuanto abrí los ojos, pero debió ser algo terrible si me tuvo gritando dormido —repuso Ezio frunciendo el ceño,  para luego cambiar de tema —. Ellos ya no están, Connor. Su muerte fue muy injusta —masculló mientras apretaba la camisa de Connor entre sus manos.
  
    —No pienses en cosas tristes. Piensa en... En tu amigo Leonardo, aquel que mencionaste cuando me contaste cómo acabaste aquí, quizá hayan pasado un rato interesante al planear los escondites de tus armas. Piensa en las chicas que conquistabas. Llegaste a mencionar que apostabas con tu hermano. Piensa en los días buenos. O en cosas que mantengan ocupada tu mente. Podrías pensar en tu entrenamiento, en cómo llegaste a ser mentor, en los líos que pasaste para dirigir tu cuartel y tus tropas, en tus viajes, qué se yo, no se cuántos años de tu vida alcanzas a recordar —dijo Connor apresurando las palabras, hablando más rápido de lo que estaba pensando con tal de distraer a Ezio. El joven italiano se estremeció al escucharlo —¿Qué sucede? —preguntó, sin soltarlo.
   
    —No entiendo de lo que estás hablando —susurró Ezio haciendo pucheros, tratando de recobrar el aliento —. No sé nada sobre escondites, ni cuarteles o mentores, mucho menos de viajes. A duras penas sé cómo llegué a este lugar. Lo único que recuerdo claro como el agua es que hace poco mi padre y hermanos fueron ejecutados delante mío. Si te soy sincero, solo recuerdo eso y el largo viaje que soporté para llegar aquí. Unas semanas en alta mar no borran una escena tan cruda. Desearía que hubiera sido hace años, tal como dices. Así no dolería tanto...
   
    Connor quedó confundido. Antes de irse a dormir, Ezio había estado hablando de los Asesinos y de su vida en Italia, y la manera en que había hablado de la muerte de su familia había sido más “procesada”, no en pleno duelo. Ahora estaba hablando como si la ejecución acabara de suceder y no tuviera más memorias que esa, desconociendo por completo su labor como miembro de la hermandad.
   
    —Ezio —lo llamó como hizo rato atrás.
   
    —Así me llamo —replicó el otro sin asomar el rostro.
   
    —Ezio...
   
    —¿Qué es? —inquirió ahora con un poco de enfado, en parte debido a su malestar y a que se sentía cansado.
   
    —¿Qué edad crees que tienes? —Connor se echó hacia atrás, dándole espacio suficiente al más joven para que se acomodara. Ezio se limpió las mejillas y se sentó con las piernas cruzadas en loto, mirando perplejo a Connor.
   
    —Creí que ya habíamos tenido esta conversación —dijo él, frunciendo las cejas en señal de su confusión.
   
    —¿Qué edad tienes? —insistió.
   
    —Diecisiete, más o menos... ¿no lo parezco? No me dirás que me veo más viejo, ¿o sí? Porque eso sería un golpe muy serio para mi ego.
   
    Ahí estaba de nuevo el humor que lo caracterizaba. Connor rió suavemente, muy a su pesar. Con sus pulgares terminó de limpiar las mejillas de Ezio y le tomó la cara entre las manos.
   
    —Escucha bien lo que voy a decir, necesito que te concentres y estés en calma porque no será fácil de entender —dijo Connor. Ezio asintió, entonces Connor le relató las mismas cosas que Ezio le había estado contando por partes, incluyendo alguno que otro dato sacado de los libros de Aquilles esperando obtener una respuesta por parte de su subconsciente. La conversación duró un par de horas, el nativo explicó las cosas con paciencia y cuidando en todo momento las reacciones del joven frente a él por si tocaba temas delicados. Sin embargo, Ezio se mostró más consternado que antes y se limitó a mirar a todas partes, menos a Connor —¿No te suena nada de eso?
   
    —En absoluto —masculló Ezio llevándose las manos a la cabeza —. Suena a... A una tragedia griega de magnitud colosal. Te creo únicamente porque confío en ti y porque recuerdo lo que hemos pasado estos últimos días, pero esas conversaciones sobre mi vida... No lo sé, parecen haberse desvanecido de mi memoria. Y aún así siento que olvidé algo importante. ¿Qué está pasando? Estoy volviéndome loco. Me siento tan cansado...
   
    —Lo mejor será que duermas —Connor se levantó de un salto y obligó a Ezio a recostarse nuevamente, le colocó las mantas encima y se retorció las manos con ansiedad mientras lo miraba atento —. No pienses más. Duerme, mañana te sentirás mejor.
   
    —Perdón —se disculpó Ezio, cubriéndose la cabeza con las mantas.
   
    —¿Por qué?
   
    —Prometí que no volvería a despertarte a mitad de la noche y casi te provoco un ataque al corazón. Sin mencionar que hice de tus antebrazos un arañadero de pumas. Al menos podrás inventar que te peleaste con un animal salvaje, no es como que no lo hagas, después de todo.
   
    Ezio asomó la mitad del rostro para ver la reacción de Connor, quien sonrió ante la gracia de su comentario y se tumbó en su propia cama.
   
    —Despiértame si lo necesitas —ofreció el nativo antes de cerrar los ojos. Ezio le dio las gracias y se recostó sobre su costado derecho, quedando de cara hacia su compañero. Una vez más, la respiración profunda de Connor lo ayudó a encontrar consuelo y a conciliar el sueño rápidamente. En cuestión de minutos, Ezio se quedó completamente dormido, sin imágenes raras sobre vidas que no estaba seguro de haber vivido ni pasajes tristes sobre muertes y huidas.
   
    Aunque Connor fue cuento aparte. Dejó de lado su postura de “soy el tipo cool que mantiene la calma y ofrece consejos a los demás” para ponerse a temblar sin control, las manos le sudaron y la cabeza le dio vueltas. Los gritos de Ezio quedaron atascados en su mente junto con el pánico en el que estaban teñidos.
   
    «Es muy extraño. Fue como si sus recuerdos se hubiesen limitado según la edad de su cuerpo. Hace unas horas recordaba décadas de su vida y ahora solo sabe lo de la ejecución de su familia. Si ha perdido toda noción de su entrenamiento como Asesino, ¿tendré que entrenarlo desde cero?» pensó Connor «¿Qué va a ser de él si no recuerda nada? Y si... ¿Y si no importa que no recupere sus recuerdos y vive una vida normal?»
  

Como al paso del viento (Ezio x Connor)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora