Cualquier versión.

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    —No puede estar pasando en peor momento... —susurró —. Bien. ¿Recuerdas lo que te dije cuando veníamos de camino hacia aquí? —dijo más centrado, Ezio no pudo deshacerse de la expresión compungida pero asintió —. No es la situación adecuada para un entrenamiento, pero va a ser necesario que te defiendas a como dé lugar, tienes una daga y una pistola, apúntalas lejos de ti y seguro le darás a tu oponente.
   
    —Pe-pero jamás he usado un arma —chilló Ezio, no queriendo sonar más cobarde de lo que se sintió —. En teoría sí, pero no realmente. ¿Y qué es esto? Nunca he visto cosa parecida —añadió al señalar la pistola.
   
    —Olvido que existen cosas que no había en tu época. Es una pistola. Tenías algo parecido en el brazal izquierdo desde... —Ezio lo miró como un reo que no desea volver a escuchar su condena —. Ya entendí, no sabes nada. Eres el Ezio antes de ser Asesino.
   
    —No entiendo nada, solo quiero volver a casa...
   
    —¡Ya lo sé! —exclamó Connor y golpeó la pared, haciendo a Ezio saltar y soltar lo que tenía en las manos —Ya lo sé... —repitió, ahora no más fuerte que un murmullo. Se pasó una mano por la cara, para después acercarse al italiano y sujetarlo de los hombros. Sentirlo temblando lo llenó de arrepentimiento —. Estoy siendo egoísta contigo sin que tengas la culpa. Entiendo lo mucho que deseas volver a tu vida y a todo lo que conoces, de verdad lo sé. Pero esta es tu vida por ahora y estoy haciendo mi mejor esfuerzo para ayudarte, así que por favor, por favor, ten paciencia —dicho esto, se agachó a recoger las armas de Ezio y se las devolvió con cautela —. No soy particularmente bueno guiando a alguien perdido.
   
    —Si ese es el caso —prosiguió Ezio, con la mirada agachada, tomando las armas al tiempo que rozaba las manos del americano al hacerlo —, procuraré tener paciencia por los dos. Así tú podrías guiarnos a ambos. Pareces estar igual de extraviado que yo.
   
    Connor asintió lentamente. Recordó los montones de veces en que Aquilles lo reprendió por desatarse en arrebatos de ira como el que acababa de tener, siempre impulsivo, siempre reaccionando antes de tomarse un segundo para respirar. “Pero es que no hay tiempo para tomar respiros”, decía él, alegando que no podía darse el lujo de desperdiciar horas que bien podía ocupar para entrenar aún más duro, para buscar información sobre los templarios que perseguía, para estar un paso adelante en todo. Viviendo alerta. Viviendo sin vivir.
   
    «Y mira a dónde te ha llevado semejante comportamiento» pensó, y, al igual que otras tantas ocasiones, lamentó no haberse detenido a respirar. Más que eso, a disfrutar el ahora, ese que ya no vuelve. Convirtió cada día en una espera agónica en lugar de un camino donde podía separar los malos momentos de los buenos, acabando por mezclar ambos en el barro y odiarlos por igual.
   
    —Solo por hoy, viejo enfadoso —gruñó en voz baja, escogiendo seguir los consejos de su mentor —.  ¿Sabes qué significa que el homicida haya llegado hasta aquí sin ser detectado?
   
    —Que... ¿pudo irse sin ningún obstáculo?
   
    —Precisamente. De nada sirve ir en busca de alguien que a aprendido a entrar y salir de este laberinto sin que yo pueda notarlo. Ya debe estar lejos. Terminemos de  asegurarnos de que los túneles estén despejados y cerremos bien los accesos. Después iremos a casa.
   
    —Tu casa, querrás decir —le corrigió Ezio un poco más calmado.
   
    —Y tuya, por lo pronto. No pensarás quedarte en la ciudad como habías dicho, ¿o sí? Sobre todo si eres perseguido.
   
    —Entonces...
   
    —Primero comenzaremos con tu entrenamiento, la hacienda es el lugar perfecto. Ya decidiré cuándo podrás andar suelto sin que tenga que cuidarte.
   
    Ezio sonrió un poquito, durante un fugaz instante. Levantó la mirada y se topó con los ojos de Connor clavados encima suyo, observando toda reacción con una quietud estoica y triste, esa expresión que siempre cargaba a todas horas pero le brindaba cierta aura de tranquilidad que a Ezio le venía de perlas. Connor se interpuso ante su vista cuando intentó atisbar hacia el cuerpo mutilado y lo empujó suavemente en dirección opuesta, no permitiéndole voltear. Y así sin añadir más conversación, se alejaron de esa escena de pesadilla.
   
    ...
   
    Las mesas de la posada estaban vacías y llenas de suciedad, al igual que el piso. Era tarde, ninguno de los pocos huéspedes estaba despierto o por lo menos merodeando en la barra, como solían hacer los noctámbulos. Stephane estaba ocupado acomodando tarros recién lavados mientras que Connor se empleó en refregar las mesas manteniendo el ceño fruncido.
   
    —¿Sabes que estás arrugando las cejas? —dijo Stephane al otro lado de la barra, maldiciendo en francés cuando un tarro estuvo a punto de resbalársele de las manos.
   
    —¿De nuevo con lo mismo? —gruñó Connor, ofuscado, poniendo más empeño en restregar la madera.
   
    —Ajá. Y sabes que no es necesario que hagas mi trabajo, por algo estoy aquí —replicó el francés, siendo ignorado. Se echó el trapo al hombro y se aclaró la garganta —. No sueles bajar a limpiar a media noche a menos que algo te moleste. ¿Sucedió algo importante, me atrevo a asumir?
   
    —Alguien acabó con la vida de uno de los iniciados dentro de los túneles.
   
    —Oh —fue todo lo que Stephane pudo decir al sentir el peso y la seriedad del asunto.
   
    —Y no solo eso. Lo hizo minutos después de que yo hablara con él. Lo vi instantes antes de encontrarlo con el pecho despedazado igual que un ciervo devorado por lobos.
   
    —Oh —repitió Stephane, más sorprendido —. Eso lo agrava aún más. ¿Cómo es posible que no pudieras escucharlo? Tienes el oído tan fino como el de un perro —Connor lo miró de forma poco amigable —. Peor aún: quién lo haya hecho ha descubierto nuestra principal red de escondites en la ciudad. Es como si...
   
    —Alguien nos traicionó —se adelantó a decir el nativo. Stephane se detuvo al escucharlo decir lo que él estuvo por expresar —. El iniciado parecía ser quien estuvo merodeando en los túneles y levantó las sospechas de los informantes. Dijo no haber revelado la ubicación a nadie, incluso haber estado bajo órdenes tuyas —de inmediato sacó el documento de su chaleco y se lo tendió a Stephane, quien lo leyó nerviosamente.
   
    —No creerás que yo...
   
    —No —repuso rápidamente —. Ni siquiera te tomarías la molestia de escribir.
   
    —Me ofendes —rió Stephane, devolviéndole el papel —, pero tienes razón, soy más de decir las cosas de frente.
   
    —¿Algún enemigo que quiera incriminarte?
   
    —La mayoría fueron hombres de la corona, nadie en particular. Todos unos brutos, sin mente para planear movidas de este tamaño o siquiera pensar en redactar una carta con pulcritud.
   
    —Me pregunto qué sentido tiene usar a alguien para espiar si no va a contarte lo que averigüe.
   
    —A menos que no necesitara oírle, sino verlo.
   
    —¿Entonces lo siguió?
   
    —Solo basta asegurar que tu hombre hará lo que le pidas para que te marque el camino hacia lo que necesitas. Quien lo haya usado sabía que el iniciado tendría acceso a información que, de otra forma, no podría obtener sin llamar tu atención. Quiere permanecer entre las sombras a pesar de estar avivando el fuego, una maniobra poco convencional e increíblemente difícil pero muy lógica. Casi como si te conociera.
   
    Connor terminó de limpiar la última mesa y se sacudió las manos. Las palabras de Chapeau tenían mucho de verdad si lo pensaba bien. El problema fue que no quiso pensarlo, la simple idea de que se tratara de una nueva conspiración le revolvió el estómago. Dejó el trapo sobre la barra, se despidió de Stephane y subió silenciosamente a su habitación. Ezio se hallaba despierto, sentado al borde de la cama con los codos sobre las rodillas. Connor lo miró extrañado, tomando asiento frente a él.
   
    —Muero de cansancio —suspiró el italiano con gran pesadumbre, adivinando lo que el americano probablemente estaba por preguntarle —, pero temo que si caigo dormido olvidaré todo de nuevo.
   
    —Volviste. Eso es un alivio —le animó Connor apretándole el hombro amistosamente.
   
    —Sé que es una carga tratar con mi “yo” de joven, lo lamento.
   
    —Perdón, no quise expresarlo de esa forma. Y tampoco fue apropiado desquitar mi frustración contra ti, siendo que te encontrabas perturbado —tras una breve pausa para ordenar sus palabras, agregó —. Cualquier versión de ti es buena.
   
    Ezio sonrió y asintió con gratitud.
   
    —Ambas requieren montañas de paciencia —remató Connor. Esta vez, Ezio rompió en carcajadas.
   
   
   
   

Como al paso del viento (Ezio x Connor)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora