Empatía.

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Su improvisada hora del té llevó a una cena tranquila, ambos comieron sin prisas mientras intercambiaban palabras. Hablaron de lo tontos que eran los soldados y lo fácil que resultaba burlarlos, sobre la cantidad de lugares curiosos en la ciudad y lo malo del alcohol en las cantinas. Connor no bebía, pero al parecer a Ezio no le importaba beberse un tarro o dos si se encontraba de buenas.

De la cocina pasaron a la sala, donde Connor encendió la chimenea y se sentó a leer el diario de su padre que llevaba un par de días leyendo, de tanto en tanto atisbó por encima del diario hacia Ezio y lo descubrió mirándolo fijamente con esos ojos dorados de ave de presa al acecho. El italiano le sonreía de medio lado y después desviaba la mirada hacia el fuego o hacia cualquier otro lado, sin decir nada, sin ninguna intención en particular, y Connor se acostumbró rápidamente a su presencia y a sus sonrisas.

—¿Necesitas dormir? —preguntó Connor cuando notó a Ezio cabeceando por tercera ocasión, el italiano bostezó y asintió con pesadez, dejando que Connor le mostrara el camino al segundo piso. Anadeó detrás suyo, mirando con curiosidad las decoraciones alrededor.

—Estabas tan sumido en tu lectura que no quise interrumpir —dijo Ezio volviendo a bostezar. Parecía que el hombre no había dormido bien en días y las ojeras lo delataron.

—Iré a mi habitación. Dejaré que escojas la que más te acomode, todas están abiertas y tienen lo necesario. Estaré por allá si necesitas algo.

—Gracias, buenas noches Connor —se despidió Ezio con los ojos entrecerrados y agitó la mano burdamente antes de echar a andar por el corredor donde se encontraban las puertas de las habitaciones, por las cuales se asomó con disimulo.

—Si, claro. Buenas noches —titubeó el moreno ante la falta de costumbre.

Ya en su propia recámara, Connor se despojó del abrigo y la camisa para vestirse algo más cómodo y poder dormir a gusto. Dejó el diario sobre una cómoda, apagó la luz y se deslizó entre las sábanas soltando un hondo suspiro de satisfacción. ¡Ah, la hora de irse a dormir! Un verdadero placer para quien mantiene un día ocupado. Se giró de lado, se giró al otro, hasta que se acomodó boca abajo y su espalda lo agradeció, por un momento. Todos sabemos lo terrible que es para la espalda dormir así. Adoraba dormir, así que disfrutó de estar así de cómodo hasta que...

—¡NOOO! ¡Fratelli, padre! ¡Mio caro padre! ¡No, no!

El grito que sonó pasada la medianoche provino de las habitaciones al otro lado del pasillo como dicen los pueblerinos que hacen eco los fantasmas. ¿Era Ezio? Qué pregunta más tonta, eran los únicos dentro de la casa. Connor saltó fuera de la cama y salió pensando que alguien los había seguido y había irrumpido en donde Ezio mientras dormía, pero en lugar de hallarlo bajo amenaza lo encontró sentado al borde de la cama con las manos tapándole el rostro, aparentemente llorando.

Cuando Ezio se percató de la presencia de Connor, se enderezó lo mejor que pudo y se secó las mejillas con el dorso de la mano, fingiendo una expresión alegre aún si sus párpados hinchados decían lo contrario.

—¿Acaso nadie te dijo que una lloradita nocturna es la forma más rápida de irse a dormir? —bromeó el europeo, moqueando y aún con lágrimas en los ojos —. Son las malditas pesadillas que no me dejan, no es nada. Perdóname por haberte despertado.

—¿Cómo que no es nada? —repuso Connor con enfado, Ezio agachó la cabeza. Sin embargo, justo después se dio cuenta de que su enojo iba dirigido a su pesar y no a él. Preocupación, le dicen —. Tener terrores nocturnos no es cualquier cosa. Tú que puedes llorar, hazlo, eso evita que el dolor te ahogue. Yo jamás he podido hacerlo, pero tú puedes salvarte. Déjalo salir.

Se sentó junto a Ezio, hundiendo la cama bajo el peso de su enorme cuerpo y le frotó la espalda. Ezio se descompuso en una mueca de tristeza y rompió a llorar con todas sus fuerzas, no pudiendo parar por más que se esforzó. Connor era de los que no saben cómo actuar cuando las personas lloraban frente a él, pero en ese momento se limitó a frotarle la espalda y a no interrumpirlo con alguna frase motivacional estúpida. Y había dicho la verdad, jamás pudo llorar apropiadamente en cada desgracia que aconteció, él era un vaso lleno que, si bien no desborda, tampoco puede contener más. Así que dejó que uno de los dos sacara las lágrimas que tuvieran que derramarse para recobrar fuerzas.

En más de una ocasión los amigos de Connor habían dicho que era un grandote sentimental, no por el hecho de que sucumbiera a sus emociones, sino porque empatizaba fácilmente con las de otros y lograba que las sacaran a flote, era fácil de conmover aunque no lo aparentara.

—Confías demasiado en un extraño —consiguió articular Ezio —. No eres común, más bien eres un buen sujeto de los que hacen falta.

—Confío porque creo que puedo hacerlo —alegó él —y creo en que no eres mala persona. Se siente extraño. Hace mucho que no espero lo mejor de nadie.

Como al paso del viento (Ezio x Connor)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora