Miradas.

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Connor se sobresaltó al ver al extranjero frente a su porche. Se frotó los ojos hasta que estuvo seguro de que no era una imaginación suya, ¿tantas vueltas al asunto le había dado como para alucinarlo? Más valía que no. En cuestión de un minuto se vistió decentemente y con una bota puesta y la otra a medio poner, bajó saltando las escaleras, atravesó velozmente el corredor que llevaba a la puerta, pasó raudo frente a la cocina y salió a trompicones por la entrada principal.

Sendero abajo, entre los árboles, se distinguió la silueta del joven extraño quien iba montando un bello purasangre de color avellana. Connor llegaba tarde.

—¿Quién... quién era... ese? —jadeó el moreno con las manos en las rodillas recobrando el aliento.

—El muchacho no me dijo su nombre, pero fue bastante amable —respondió Godfrey, uno de ambos leñadores que trabajaban en la hacienda —, si ser amable significa que te den dinero —añadió riendo toscamente.

—¿Dinero?

—Así es. Nos pidió a mi colega y a mí que le ayudásemos con unas reparaciones en su nave. Al parecer unos idiotas ebrios le dieron un par de disparos anoche, y aunque lograron sellar los boquetes es precisa una reparación contundente antes de que esa preciosa visite los dominios de Neptuno en las profundidades.

—Pudo haberle pedido a cualquiera en la ciudad que...

—Sí, lo mismo me pregunté yo, pero explicó que nos recomendaron por hacer buenos trabajos con la madera, y como dinero es dinero...

—Ya entendí. Suerte con ello.

—Gracias, Connor. Volveremos entrada la tarde.

Godfrey se despidió del ahora dueño de la hacienda Davenport, quien se quedó ahí mirando el sendero que bajaba por aquel irregular terreno hasta que los árboles no hacían posible distinguirlo. Resignado, se dio la vuelta para volver a sus asuntos, si es que tenía alguno pendiente.

En lugar de dirigirse a su habitación, Connor entró en la que antaño era la recámara de Aquilles. Ahí seguía esa enorme águila disecada, con las alas extendidas como en plena caza, la mirada cristalizada, fija, falsa, pero feroz. Connor la contempló de arriba a abajo, sin pensar nada en particular.

«La vida no es un cuento de hadas, y no hay finales felices» sonó en la mente del chico. Su mentor solía ser muy directo con él, pero eso le sirvió para abrir los ojos a la realidad que lo embargó en aquel entonces. Era lo más parecido a obtener un consejo paternal. Resultaba raro, pero Connor lo extrañaba. Sin embargo, no se sentía triste ni nada similar. Simplemente en ocasiones es difícil separarse de algo o alguien a quien se le ha tomado costumbre el tenerlo cerca, por más malo que haya sido, aunque Aquilles nunca fue malo, no hizo más que protegerlo. Y lo sabía.

El joven nativo finalmente tuvo una idea. ¿Por qué quedarse con la duda, cuando tenía las habilidades necesarias para averiguarlo todo sobre aquel extraño de cabello largo y ojos brillantes? Si no quería estar en la casa con nada que hacer, mejor se daría una vuelta por la ciudad.

...

El clima pareció cambiar llegada la tarde. Por un momento se nubló y Connor pensó que iría a llover pero no fue así y al poco rato los últimos vestigios del sol volvieron a aparecer. El chico había buscado al misterioso extranjero, pero no lo encontró ni buscando debajo de las rocas.

Había estado preguntando entre la gente. Algunos le dijeron que era inglés, otros más que era español, pero nadie supo darle razón exacta de su procedencia. Aun así se enteró de que siempre iba rodeado de amigos o chicas según fuera el caso.

Pasaron dos días. Connor fue con regularidad a la ciudad para seguir investigando. Estaba caminando frente a un puesto de frutas, fingiendo que compraba algunas mientras escuchaba una conversación, cuando el extranjero apareció por una esquina a una cuadra de ahí. Connor volteó por puro instinto, sus ojos conectaron. El extranjero le dedicó una media sonrisa, pequeñita, casi imperceptible, pero auténtica. El joven nativo no se movió un ápice, pero su mirada profunda y expresiva le correspondió el saludo. Ambos se miraron mientras uno se alejaba, hasta que cruzó la calle y se esfumó tras un edificio.

Pensativo, se apartó del puesto olvidándose por completo de la mercancía. Había algo, una cosa oculta, un mensaje que pedía a voces ser leído, un secreto bajo la piel de aquel hombre del que nada sabía. Connor había visto a los ojos a muchas personas, pero estaba seguro de que nunca había visto unos iguales a los del foráneo, irradiaban luz propia, según palabras de Connor.

...

—Hey, Prudence, ¿hay novedades por aquí?

—Las mismas de siempre, Connor, las mismas de siempre.

Era la conversación que se había hecho rutina la última semana, en que Connor viajaba desde muy temprano a la ciudad y volvía de noche a la hacienda un tanto frustrado o desmoralizado de no haber obtenido nada. Lo último que hizo esa noche fue subir las escaleras golpeando pesadamente con los pies debido al cansancio, se quitó las botas lanzándolas a alguna parte y se dejó caer boca abajo en su cama, sin quitarse la túnica. No tuvo ganas ni de cenar.

...

Una vez más estaba despierto antes que el sol saliera. En el porche, alguien hablaba animadamente, otra vez. Reconoció la voz al instante y como impulsado por resortes salió de la cama. Bajó los escalones de tres en tres, pero no encontró a nadie al salir, es más: el chico nuevamente se alejaba a caballo cuesta abajo.

—¡Me lleva el...! Ah, no quiero ir de nuevo a buscarlo —se quejó Connor apretando los puños. Pero, ¿qué hacía en la hacienda? Probablemente fue a buscar a Godfrey para algún otro trabajo, no lo supo. A menos que... A menos que el extranjero supiera algo sobre la Hermandad y lo estuviera vigilando.

Sin embargo, a pesar de su falta de entusiasmo para ir de nuevo, Connor acabó yendo a la ciudad. Las tejas de los techos repicaron bajo sus pasos mientras corría por ellos, siempre mirando al frente, siempre constante. No iba en plan de caza, sino más bien de espera, o de observación. Cuando era más joven, siempre le habían dicho que un buen cazador sabe cuándo cambiar de estrategia si la que usa ha dejado de servirle. Así que iba siendo hora de rehacer su plan.

Bajando a nivel del suelo se detuvo en el mismo puesto de fruta que la vez anterior. Más bien una corazonada, y no tanto una jugada bien pensada. La misma hora, el mismo lugar. Empezaba a ponerse ansioso y temió que no se apareciera, pero ahí estaba. El extranjero pasó siguiendo la misma ruta, caminando erguido, altivo, los mechones de pelo castaño enmarcando su cara, meciéndose, ondeando, flotando cual bruma del mar. Y ahí estaba su sonrisa, en el momento más apropiado, cuando pensó que no se atrevería ni a mirarlo. Connor esta vez sonrió de medio lado, cosa de nada, inconscientemente, movido por el amable gesto del forastero, quien dejó escapar una suave risita al ver semejante gesto de simpatía en un rostro siempre tan serio. Connor reaccionó y recobró su facie inamovible, sintiéndose apenado. El extranjero se adentró tras un edificio al doblar la esquina, y aunque Connor corrió en su dirección dispuesto a pedir respuestas no pudo encontrarlo. ¿Acaso aquel, el de mirada brillante y sonrisa gentil, se había esfumado en el acto? ¿Convertido en bruma marina, quizá...?

Como al paso del viento (Ezio x Connor)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora