Capítulo VII: Escape.

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El "paseo" de había hecho un poco largo, además de que aún no lográbamos salir de la ciudad. Lo más importante, aparte de los recursos, era conseguir un vehículo... Que al menos funcione. Por cada calle que pasábamos era cada vez más grande el sentimiento de soledad que se presentaba en aquel momento. Era como si de pronto todas las personas que vivían en Miami hubiesen desaparecido.

Las casas, edificios y locales estaban saqueados, vacíos e incluso incinerados. Ese escenario me traían malos recuerdos; con todo y eso... Sonreí. — Estar en guerrillas a tan temprana edad me trae muchos recuerdos. — Cuando dije eso, volteé a ver una tienda saqueada, en donde casualmente había una persona tirada en el suelo, llena de aquel rojizo y repugnante vómito. — Je. No todos los recuerdos son malos.

En lo que escuchó esto, Kirell me miró con una cara... Que me preguntaba indirectamente si estaba loco o era un psicópata, además de que no se atrevía a mirarme directamente. Sin embargo, a pesar de aquel aparente sentir, creo que no le pasó por la cabeza el siquiera decirme que estaba loco o algo así.

Yo había perdido el objetivo que teníamos; Había empezado a seguir a esa chica y estar alerta de que nadie nos atacara... Por inercia. — Disculpa si interrumpo tus momentos de esquizofrenia pero. ¿Puedes ayudarme a buscar un maldito auto que funcione? — Comentó aquella rubia, con claros signos de molestia y frustración. Por mi lado... Ni me acordaba de que estábamos buscando un auto.

— ... ¿Estábamos buscando un auto? — Pregunté, con una expresión en mi rostro que detonó más frustración en la chica(Ya se imaginarán cuál fue). Con todo y eso, Kirell suspiró. — Acaso pensabas ir de aquí hasta el norte de Miami... ¿¡A pie!? — Me preguntó; ya estaba furiosa.

Yo... desvié mi mirada hacia otro lado y suspiré. — Ni que Miami fuera tan grande... — Creo que, con eso que dije, hice enojar más a la rubia. Ella solo respiró profundamente y me miró de reojo. — Solo... Ayúdame a buscar un auto, debemos llegar lo más pronto posible. — Sus palabras en ese momento eran más cortantes que las de mi madre cuando me envió al servicio militar. Decidí mantener el silencio en ese momento, para buscar algún auto que funcione. Logré escuchar un murmullo en voz muy muy baja de la mujer. Recuerdo que había dicho "hombre tenía que ser" o algo así.

Yo pensaba que, tras esos meses de desolación, o al menos eso percibía, no debería haber nada que funcione, o siquiera que no esté saqueado. Sin embargo, pudimos encontrar un viejo Mercedes estacionado dentro de un hotel en las mismas condiciones en las que estaba el lugar en donde desperté. Pudimos haber buscado más recursos dentro de aquel, pero las condiciones en las que estábamos no teníamos tiempo para aquello. Según las palabras de Kirell, "Con lo que tenemos entre ambos, basta y sobra para llegar al laboratorio".

Lo malo del auto era que el dueño aún seguía ahí... Pero no parecía que hubiese muerto por la enfermedad. Un tubo de metal traspasó el pecho del hombre, bien vestido y que aparentaba ser adinerado, y el parabrisas del coche. Ante los apuros de la rubia, tuve que dejar que ella revisara el auto; lo primero que hizo fue abrir la puerta del piloto y sacó el tubo del pecho del hombre y del parabrisas, para luego tirar el cuerpo del difunto al suelo. 

— El auto está intacto. Parece que pasó desapercibido durante todo... Esto. — Dijo la chica, cerrando el capó del auto. Yo desvié mi mirada de ella y del difunto. — Intacto... Si no contamos con que había un muerto en el auto. — Luego observé el interior del auto con asco. — Desde aquí me llega el olor a descomposición... 

— Es lo que tenemos durante esta pandemia, así que no pidas demasiado. — Decía aquella chica, mientras revisaba el cuerpo del muerto. — Además... — Del mismo cuerpo, logró sacar las llaves del auto. — Ese muerto nos regaló su auto, completo. Ahora a rezar por que tenga algo de gasolina. — Decía ella, metiéndose en el asiento del piloto.

Yo también entré al auto, sentándome en el asiento del copiloto, esperando que el auto encendiera y, para nuestra suerte, el auto encendió. Ella me miró por última vez y empezó a conducir el auto. — Vayámonos de aquí. Nuestro destino será Palm Beach. — Dijo esta, sacándonos de esa ciudad baldía.

La tos escarlata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora