Capítulo III: Encuentro

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Fue relativamente fácil bajar por el cable de acero, sin mencionar que algunos alambres estaban sueltos. Sin embargo, antes de poder bajar por completo a la cabina del elevador, pude escuchar los quejidos moribundos de una persona, como si estuviese vomitando. — Al parecer no estoy solo... — Susurré. Luego de escucharlo por unos segundos, decidí bajar por completo.

 La recepción estaba mucho peor que el piso en donde me encontraba. Era como si una estampida de animales de todo tipo hubiese arrasado con el edificio. Y en el suelo, en el centro del desastre, estaba un hombre joven boca abajo, como de unos veintitantos años. Su ropa estaba manchada de... ¿Sangre? Tenía rasguños y moretones en sus brazos y piernas. Parecía estar desganado, como si tuviese vomitando durante mucho rato; no parecía tener fuerzas siquiera para levantarse.

Me acerqué cuanto pude, evitando tocar aquel fluido rojizo esparcido por el suelo. Aunque intenté ayudarlo, antes de que pudiese estar siquiera a dos metros de distancia, el moribundo soltó un grito débil. — ¡No...! N-no te acerques. Te vas... — Antes de poder terminar de hablar, el joven empieza a toser. A los pocos segundos parecía estar ahogándose. No habían pasado ni treinta segundos cuando el pobre no parecía seguir respirando.

Solo transmití seriedad ante la situación. Cuando estuve en el "campo de batalla" morían camaradas y enemigos, por lo que me tuve que armar de valor, guardar mis lágrimas y seguir adelante. — Un muerto más, un vivo menos... como sea. Vamos a ver... — Pensé en voz alta, mientras me acercaba al cuerpo para comprender un poco la situación. — Muchacho... ¿En dónde te metiste? Parece que te caíste de un barranco y rodaste... — iba deduciendo en voz alta, mientras me percato que, en una de sus manos, sostenía una daga suiza, mientras que en la otra sostenía un cuchillo de combate. Era raro ver ese tipo de cuchillos en esas manos, ya que sí o sí lo utilizaban los guardabosques o personal militar en caso de que se encuentren en una pelea cuerpo a cuerpo. Por supuesto me llevé ambas, ya que el niño no las volvería a usar.

La recepción parecía estar ya totalmente saqueada, inútil, sin nada que buscar. Sin embargo, me llamaba la atención un lugar en específico: La sala de seguridad. Ahí estaba el "control" del hotel, y si quería conseguir un arma de fuego decente era el lugar perfecto para empezar a buscar.

La sala de seguridad no estaba tan lejos de la recepción, como debería ser. No parecía haberse abierto en meses; quizá nunca lograron abrirla. Sin embargo, con lo oxidadas que parecían estar las bisagras y el seguro de la puerta, pude derribar la misma con un buen empujón. Dentro de la sala todo estaba intacto, ni el polvo entró a la habitación por completo, hasta tenía un mejor olor que el resto del edificio. Lo malo era que, como el resto del edificio, ningún aparato electrónico servía debido a la falta de luz. — Je. Se nota que nadie pudo entrar aquí. Aunque si hubiesen entrado no sabrían qué hacer con todo esto que no sea desperdiciarlo. — Dije; me estaba burlando de la poca inteligencia de los huéspedes del hotel, en base a lo que ya había visto antes.

La buena noticia es que sí conseguí un arma: Unas STACCATO de nueve milímetros totalmente cargadas. Habían exactamente cuarenta cartuchos para el par de pistolas , pero sólo me llevé veinticuatro en mi mochila, porque claramente mi mochila no aguantaba tanto peso en ese entonces, no era una mochila militar. — Bingo... Tal vez no protejan a los huéspedes de drogarse, pero la seguridad externa tuvo que ser muy buena. Eso si al menos los guardias ha — Pensé

Con una de las pistolas guardada en la mochila y la otra en mi cadera, salí de la sala. Aún tenía curiosidad por revisar el resto del edificio en busca de algo más o sólo para investigar más, y estaba dispuesto a "usar el elevador" de ser necesario. Empezaba a sentirme ligeramente emocionado, pero de pronto...

Sonidos similares a disparos se escuchan a lo lejos, acompañados de gritos de... ¿Mujer? Rápidamente me alerté y salí por las puertas principales del hotel y me puse a cubierto, intentando identificar e dónde provenían los disparos. Provenían del sur, por lo que mi posición era segura. Asomé mi cabeza para ver de qué se trataba, hasta ya tenía mi pistola lista para disparar. Sin embargo... — ¿¡P-Pero qué...!? —

La tos escarlata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora