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Caminamos en silencio, uno al lado del otro, durante largos minutos. El paisaje que nos rodeaba era maravilloso- un vasto valle platinado, pintado por la nieve que coronaba también los altos pinos y los árboles de manzanas verdes que crecían por todos lados como hierba y el sonido de un río, sin dudas el mágico Danubio, que aunque no se dejaba ver desde allí fluía majestuoso hacia las montañas, provocando un efecto tranquilizador en mi pecho turbado. Sin embargo,  lo que acaparaba toda mi atención era el roce de su brazo contra el mío cada vez que dábamos un paso y el sonido rítmico de su respiración. Creo que, de haberme esforzado, podría haber escuchado también los latidos de su corazón. Presumo que serían más acompasados que los míos que en aquel momento galopaban desbocados por su arrebatadora cercanía.

Sin embargo, el dolor en mi pecho había vuelto y me aprisionaba, haciéndome difícil respirar. Y no era por el ritmo de mi corazón. Era porque aun cuando lo tenía tan cerca, sabía que estaba destinado para alguien más. "Jamás se fijará en ti…", me repetía una cruel voz interna sin ninguna piedad.

También sabía, y quizás eso era lo más doloroso, que en un par de días aquel paseo inocente por el borde del frondoso bosque no sería más que un lejano e insignificante recuerdo para Mew. Porque era algo inevitable. Debíamos separarnos. No sólo por varias estaciones de tren sino por la vida misma. Mi camino y el suyo no se cruzaban en el futuro.

Aunque ahora sí, por casualidad o causalidad- aquella palabra me vino de la nada- nos habíamos conocido pero el final estaba claro: tarde o temprano yo tendría que volver a Berlín y rehacer mi vida. Una vida que estaba hecha jirones y desconocía cómo arreglar.

Tampoco sabía cómo contarle a Mew sobre lo que me había pasado. Sabía sí, que debía hacerlo. Él lo merecía  pero me daba terror pensar en ello. ¿Qué diría cuando supiera mi historia? ¿Podría comprenderme? ¿Me aceptaría? ¿Me amaría…? ?Amaría…? Ese pensamiento se había colado sin permiso. Me mordí el labio casi con violencia. No fuera cosa que ese último pensamiento encontrara el camino desde mi cerebro hasta mi boca. Sería lo peor que pudiera pasarme. No podría soportar que aquellos ojos mágicos, profundamente azules, tan llenos de vida, me miraran con desdén o peor aún con odio, tal como me habían mirado muchos otros ojos en el pasado, al enterarse de quién era yo realmente…

Volví a morderme el labio al recordar aquellos años tristes. Y alcé la mirada con brusquedad, al atravesarme la idea aterradora de que Mew pudiera leer mis pensamientos. Busqué su rostro inconscientemente y hallé su mirada en mí y todo el terror se desmoronó. Tal como la nieve se vuelve líquida cuando la mano cálida del Sol la roza, así mi miedo, mis nervios y mis fantasmas de la niñez se fundieron con aquella mirada color del cielo.

Me pregunté si el Paraíso tendría un cielo tan intenso, vívido y hermoso como aquella tonalidad que ahora me miraba a través de sus pupilas claras. Y cómo percibiendo mi cambio, me regaló una sonrisa que me terminó de derretir. Agradecí en silencio que los seres humanos no tuviéramos la capacidad de leernos mutuamente los pensamientos.

Abrí la boca buscando que las palabras me salieran. Pero Joachím levantó su mano y, sin perder su sonrisa, me dijo con voz extremadamente varonil:

   — Ni se te ocurra volver a darme las gracias…

Me reí y él pareció disfrutarlo.

   — ¡Esa sonrisa…!—me pareció que balbuceaba.

   —No iba a darte las gracias, Mew.– le mentí sonriendo- Iba a contarte sobre mí… Te lo mereces. Seguro tienes muchas preguntas…

   —Sólo si tú quieres, Gulf. Sólo cuéntame lo que tú quieras contarme. No sé qué te ha sucedido, pero sí imagino que no fue agradable. La forma en la que llorabas… Parecías estar…

Un beso de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora