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Me aferré a la medalla de Mew, que colgaba ahora de mi cuello, como si fuera un salvavidas. Buscaba, a cualquier precio, evitar seguir ciegamente mi impulso de correr hacia él. El arrebato que me invadió al escucharlo recitar fue tan abrumador que creí que perdería el control y le diría, allí mismo, todo lo que estaba sintiendo por él.

Cerré los ojos y esperé a que el volcán en mi interior se fuera apagando. Agradecí en silencio al Santo por haber ganado la sensatez. Sólo a unos pocos segundos estuve, sin embargo, de confesarle todo. Y en lo más hondo de mí mismo, me sentí orgulloso de haberme podido controlar. Aunque no pude evitar oír un eco débil y lejano en mi mente: "fue cobardía; no, sensatez…"

Por suerte -o por desgracia- no tuve tiempo de reflexionar nada más pues unas risas nos llegaron desde el altar. Y la atmósfera extraña, mágica, abrumadora que hasta ahora nos rodeaba se quebró doloroso.

   —El cura párroco necesita hablar cn el padrino, Mew.

Lo vi alejarse en silencio. Quise ver su rostro antes de que desapareciera por el atrio pero la penumbra del lugar no me lo permitió. Sentí entonces que alguien se sentaba a mi lado y creí que era Bridgit. Pero me equivoqué.

   — Mucho gusto. Soy Wilheim. Y tú eres…

   — Gulf…

    Nos estrechamos las manos y me pareció que me miraba de arriba abajo.

   — Mew me ha hablado mucho de ti...

   —¡¿Cuándo?!— alcancé a balbucear.

   — Cuando me telefoneó durante su viaje a Berlín. Se bajó antes y llamó a la estación de Frieden para que avisaran a la posada de tu posible llegada. Ya sabes que en la posada no hay teléfono. Y luego me llamó a mí…

No pude evitar sonreír al saber que Mew le había hablado de mí a su mejor amigo. Busqué con la mirada en la penumbra a Bridgit y a Corinna. Las hallé cuchicheando entre ellas un par de bancos más atrás.

   — Espero que…haya dicho cosas buenas de mí aunque…pensándolo bien no me conoce de nada.

   — ¡Claro que te conoce!— exclamó Wilheim.

A pesar de la escasa luz del recinto noté cómo se sonrojaba. Claramente había hablado de más. Aproveché que tenía ahora sus ojos fijos en el altar para observarlo con más detalle: su cabello algo despeinado era casi del color del oro y sus ojos tenían un matiz claro y estaban coronados por pestañas onduladas. Sus labios eran finos y extremadamente pálidos.

Percibí que se volvía a mirarme y bajé la vista con rapidez.

   — ¿Te ha contado sobre la pintura? La que dice se parece a ti, la que él mismo pintó...—me preguntó casi en un susurro. Sus ojos brillaban traviesos.

Asentí y miré de soslayo hacia la puerta lateral. Wilheim calló por un momento y juntó las cejas. Parecía concentrado en algún pensamiento. Volvió a mirarme y dijo:

   —Es todo muy raro. Aunque aquí...siempre pasan cosas raras. Es por el cuadro..., ya sabes...

   —¿El cuadro...de San Cristóbal?

     Unas risas apagadas nos llegaron de repente desde muy cerca. Corinna y Bridgit parecían divertirse con su conversación. Y percibí entonces que Wilheim se ponía serio.

     —Parece que mi hermana está decidida esta vez. Siempre que se le mete algo en esa cabeza loca que tiene, no para hasta conseguirlo.

Lo miré con mucha curiosidad sin entender demasiado de qué hablaba. Entonces, con una media sonrisa, me explicó:

Un beso de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora