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   —¡Hola, Gulf!— la voz de Bridgit  me trajo a la realidad. Y por fin pude quitar mi vista azorada de aquella alta y esbelta mujer que avanzaba hacia nosotros.

Hasta ese momento yo no había visto que Bridgit venía detrás de ella, a pocos pasos de distancia. Esbocé mi mejor sonrisa aunque estuve seguro de que no fui muy convincente.

   — Sabía que estarían por aquí…— dijo Bridgit, guiñándole un ojo a Mew—  Este es el lugar favorito de mi primo. Ah, perdón, Gulf te presento a Corinna, mi mejor amiga y mi dama de honor. Ha venido desde muy lejos para mi matrimonio. Ah…y como detalle…, es con su hermano con quién me casaré.

No dejé de notar que Mew y Corinna se miraban de reojo y sonreían. La joven, quizá de mi edad, se quitó un mechón de cabello rubio de su rostro, le di un fugaz beso en la mejilla a Mew y luego estiró su mano para saludarme.

   — Mucho gusto.—  mentí— Soy Gulf Hauser.—hice un gran esfuerzo para que las palabras me salieran.

Hablaron los tres, entre ellos, todo el camino de regreso a la posada. Yo no logré articular ni una sola sílaba. Ni tampoco entendí de qué iba la conversación. Tenía el cerebro paralizado. Sentía como si me hubiesen tirado un balde de agua helada, sin previo aviso.

¿Cómo era posible estar en un momento en el más hermoso paisaje del mundo, junto a la mejor compañía que se podía elegir, sintiendo su magnético perfume y escuchando sus palabras dulces, conmovidas, casi mágicas y, al instante siguiente estar en un mundo helado, duro y doloroso?

No pasó desapercibido para mí las insistentes miradas que Corinna le lanzaba a Mew cada vez que tenía oportunidad. Me molestaba que aquella mujer no hacía nada por disimular lo atraída que se sentía por Mew. Y en seguida aquel pensamiento me avergonzó. Por lo que no tuve valor para volver a mirarlo. Y apenas llegamos a la posada, dije la primera excusa que se me ocurrió y logré escabullirme hacia el dormitorio, donde me habían instalado. 

Cerré la puerta tras de mí y suspiré sonoramente. Me froté el pecho, sintiendo que otra vez ese tan temido dolor quería apoderarse de mí. Caminé hacia la ventana y miré hacia fuera, buscando calmarme.

   —No te dejaré…— le dije al dolor—Esta vez no dejaré que te apoderes de mí. No por alguien a quien ni siquiera conozco.

Respiré hondo y asentí con firmeza cuando sentí el pensamiento que se acababa de formar en mi cabeza: 

   "Debes marcharte de aquí… y ahora mismo".

Cuando pensaba en la forma de llegar hasta la estación de tren, un golpe suave en la puerta me hizo sobresaltar.

   — Adelante…—dije sabiendo de antemano que era Mew.

Su rostro serio se asomó por la puerta entreabierta y me buscó con la mirada.

   —  ¿Gulf, estás bien?

   — Sí. — dije rápidamente y desvié la mirada. Si no lo miraba me sería más fácil decirle que me marchaba—Yo…quería decirte…

   —¿Tienes un momento?— me interrumpió Mew—Quisiera mostrarte algo…

No fueron las palabras sino su repentina sonrisa traviesa la que me convenció para que lo siguiera. De un plumazo se borraron mis ganas de partir. Al menos, el hecho de quedarme un rato más no empeoraría mi situación, pensé. Y mientras lo seguía me pregunté cómo podía ser que aquella sonrisa suya me hiciera sentir bien, incluso en el medio de un dolor tan intenso. Y no era la primera vez que me hacía esa pregunta. Pero aún así no era capaz de hallar la respuesta. Al menos una que me satisficiera completamente.

Un beso de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora