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Cuando llegué al dormitorio de Mew me temblaba todo el cuerpo. Dejé la puerta entreabierta; necesitaba aire. Me parecía estar viviendo el argumento de un cuento surrealista. Me encontraba también en medio de un duelo: mi pareja me traicionaba con quien yo había considerado era mi mejor amiga. Fue, desde el minuto cero, un dolor en el pecho que solo parecía amainar cuando Mew me miraba. Y eso era lo surrealista. En vez de estar llorando por el amor perdido –o pensando en cuál era el futuro que me esperaba- mi mente en cambio no hacía otra cosa que pensar en Mew; deseaba escuchar su voz, buscaba su mirada hipnotizante, anhelaba su cercanía permanentemente, agradecía en silencio cualquier roce accidental de su brazo con el mío al caminar.

Miré a través de la ventana escarchada. La hermosura de la tarde alpina me invadió el alma y una dulce sensación de felicidad- totalmente inesperada y fuera de lugar- se apoderó de mí.

No tenía recuerdo alguno de haberme sentido así en toda mi vida. Era una sensación completamente nueva y muy difícil de rechazar. La lógica parecía no tener cabida. Aunque sabía que estaba siendo muy irracional. 

   Mew se iría toda la tarde. Lo recordé con dolor y dejé que un sentimiento profundamente insensato se apoderara de mí. ¿Por qué desperdiciar aquella oportunidad? En pocos días, yo me iría de allí. Me iría sin saber si volvería a verlo alguna vez. Eso precipitó mi decisión de querer pasar a su lado cada minuto que pudiera. Me urgía verlo. Me urgía su presencia.

   —Mew…—suspiré mirando hacia el horizonte lejano.

   — Aquí estoy…— su voz dulce me llegó desde la puerta abierta, urgida y emocionada.

Me di la vuelta y sonreí.

   — Esperaba que hubieras cambiado de idea…y aceptaras acompañarme.

La emoción no me permitió hablar pero sí logré que mis piernas avanzaran y lo seguí perpetuando mi sonrisa hasta el patio lateral.

   — No te importa ir en la vieja carreta, ¿verdad?—me preguntó Mew— Es que hace tiempo que yo…no manejo automóviles.

Dos hermosos caballos nos guiaron a través de un bosque de pinos altos. Yo iba adelante, junto a Mew y detrás de nosotros Bridgit y Corinna - quien me pareció disgustarse cuando Mew me ofreció el asiento de adelante.

   —Vamos a la iglesia. El cura quiere ver a los novios y a los padrinos antes de la ceremonia.— me contó Mew.

   — ¿Y el novio estará allí?— pregunté con curiosidad.

   —Sí, es Wilheim, mi hermano— escuché a Corinna que parecía contenta de meterse en nuestra conversación— Ya lo conocerás…

   —Wilheim es mi mejor amigo. Nos hemos criado juntos, prácticamente desde que nacimos. Tiene una pequeña granja hacia el sur, cerca del Danubio. Es un lugar muy hermoso.

   —Sí, hermoso para ir de visita pero no para vivir…— la voz de Corinna sonaba burlona.

   — ¡Yo viviré allí! Y estoy encantada…— comentó Bridgit alegre.

Vi que Mew me miraba de reojo. Me guiñó un ojo y volvió a concentrarse en el camino. Yo también fijé mi mirada en el camino.

Aquel paisaje seguía provocando en mí una sensación de profunda paz que solo era comparable con la sensación que aquellos ojos color océano- profundos y prohibidos- me generaban cada vez que se posaban en los míos. Inspiré hondo como buscando que mis pulmones se llenaran de toda aquella paz. Miré el cielo límpido que se abría sobre nosotros a intervalos por entre las ramas altas y me dejé llevar por el traqueteo de la vieja carreta que pareció envolverme. Me sentí arrullado como si fuera un niño. Un niño feliz, pleno, inocente, descubriendo y experimentando las cosas hermosas de la vida.

Un beso de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora