No sé si me encuentro en estado de shock o es que estoy a punto de sufrir un infarto y una aneurisma a la vez. El mundo gira vertiginosamente a mi alrededor; se me nubla la vista, la cabeza me pesa y las piernas no me sostienen; tengo ganas de vomitar, me cuesta respirar y me siento como si alguien me hubiese pasado un papel de lija por la laringe; tengo frio y calor a la vez; me pican los ojos y me duele el pecho; miles de agujas invisibles taladran mi estómago.
Y todo esto sólo porque acabo de ver a JungKook . Aún estaba hablando con Lane y Sana cuando pasó a nuestro lado y nos saludó de forma cordial, antes de proseguir su camino. Sigue tan guapo y elegante como siempre y, desde luego, no presenta el aspecto sombrío de un hombre que se siente desdichado porque ha perdido a su novia. En realidad, no sé qué estaba esperando exactamente. ¿Tal vez, palidez, lágrimas y ojeras? Ya han pasado dos años desde mi muerte y, por lo visto, ha rehecho su vida con Rose , es normal que parezca feliz. Debería alegrarme, en lugar de sentirme tan decepcionado, pero, aunque suene muy egoísta, la verdad es que no soy capaz. Me gustaría saber que mi fallecimiento dejó alguna huella en él, que no fui una mera anécdota más para contar y que Rose no ha podido llenar el vacío que dejé en su vida, pero todo parece indicar lo contrario.
—¿Jin ? ¿Te encuentras bien? – pregunta Sana preocupada, devolviéndome a la realidad.
—Sí, perdona.
—¡Así que estabas aquí! – ruge una petulante voz femenina a nuestras espaldas. Los tres nos giramos, a cámara lenta, para tropezarnos con la expresión furiosa de Rose —. Hace quince minutos que espero las fotocopias que te encargué… ¡Te pagamos para trabajar, no para que estés de palique!
Sana baja la cabeza abochornada.
—Ha sido culpa mía, yo la he parado para preguntarle por su despacho.–digo sin pensar.
No sé por qué narices estoy defendiendo a Sana , se supone que ni siquiera me cae bien, pero, en este momento, un extraño y repentino sentido de la caballerosidad me dice que eso es lo más correcto. Rose me mira de arriba abajo con desdén, estudiando mi indumentaria que claramente no pertenece a ningún prestigioso diseñador de moda y, al momento, ya parece haber decidido que no soy nadie importante, tan sólo otro insecto al que puede aplastar bajo sus costosos zapatos Gucci.
—¿Y tú quién eres? -Me increpa altiva.
— Kim SeokJin, el nuevo becario. - Le tiendo una mano que ella ignora. Con un leve encogimiento de hombros, bajo el brazo y lo pego a mi costado, mientras aguardo a que cese su descarado escrutinio sobre mi persona. Me gustaría dedicarle mi famosa mirada de “¡Te voy a arrastrar de los pelos por todo el bufete para que se te bajen esos humos, zorra presuntuosa!”, pero, por precaución, decido guardármela para mí.
—Llegas tarde. - Me recrimina con una mirada fulminante.
—Lo sé. Lo lamento. No encontraba el despacho. - Me disculpo, mientras trato de disimular la rabia que crece inexorable en mi interior.
—Acompáñame. ¡Y tú tráeme esas fotocopias ahora! –Señala a Sana con un dedo acusador. Después, se gira y echa a andar con un exagerado meneo de caderas que me deja más frio que el interior de un congelador industrial. No entiendo qué es lo que ha podido ver JungKook en ese palo de escoba sin curvas y con exceso de ego.
Entonces, Sana me dedica una gran sonrisa y forma un silencioso “gracias” con los labios, me encojo de hombros y le devuelvo el gesto antes de seguir a la arpía hasta su oficina.
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