Mudarse a Nueva York fue una decisión que tomé por tres razones esenciales. La primera, y quizás la más dolorosa, fue la horrible ruptura con Alexander. Nuestra relación se había vuelto un campo de batalla, una guerra sin tregua que dejó cicatrices profundas en mi alma. Alexander, con su carisma venenoso y su manipulación sutil, convirtió cada día en una lucha por mantener mi dignidad y mi cordura. Alejarme de él no era solo un acto de valentía, sino una necesidad vital para mi bienestar.
La segunda razón fue la universidad. Columbia siempre había sido un sueño, una meta que parecía inalcanzable desde la distancia. La oportunidad de sumergirme en el conocimiento, rodeada de mentes brillantes y desafiantes, era una promesa de crecimiento y renovación. Nueva York, con su vibrante diversidad y su energía imparable, era el lugar perfecto para reinventarme, para descubrir partes de mí que aún no conocía.
La tercera razón, aunque menos evidente, era igualmente importante: alejarme de la sombra omnipresente de la fama de mi madre. Crecer bajo el brillo cegador de su éxito fue tanto un privilegio como una carga. Su legado, aunque impresionante, me hizo sentir atrapada en expectativas que no eran mías. Nueva York me ofrecía el anonimato, la oportunidad de ser simplemente yo, sin el peso de un apellido famoso que dictara cada uno de mis pasos.
En cada esquina de esta ciudad, desde los bulliciosos cafés de Brooklyn hasta los tranquilos senderos de Central Park, busco el equilibrio que perdí, intento reconstruir mi espíritu fragmentado y sanar las heridas invisibles que arrastro. Es un viaje hacia la salud mental, un camino para encontrar la paz interior en medio del caos urbano.
Al mudarme a Nueva York, no solo huyo de mi pasado; corro hacia un futuro que prometo será mío y solo mío. Este nuevo comienzo es un acto de amor propio, una declaración de independencia y una apuesta por mi felicidad. Aquí, en la ciudad que nunca duerme, intentaré construir una vida que refleje mis sueños y no los de los demás, con la esperanza de que cada paso me acerque más a la persona que siempre quise ser.
Mamá y yo siempre hemos sido un equipo. Desde el momento en que puedo recordar, Char ha sido mi roca, mi confidente y mi otra mitad. Pero hace tiempo ya que las cosas cambiaron.
La ciudad de Los Ángeles, con sus luces brillantes y sus promesas fugaces, ha transformado mi manera de percibir a las personas que solían importarme. Y eso duele.
—Olivia, cariño, ¿qué te parece si vamos a tomar un café? —pregunta mamá mientras ajusta su atuendo de diseño frente al espejo. Su cabello rubio y deslumbrante resalta su elegante figura.
—No sé, mamá. No tengo ganas de enfrentarme a la multitud de admiradores que siempre te rodea —respondo con un tono sarcástico y decepcionado.
Debería estar acostumbrada a esta vida, pero siento que yo no pertenezco aquí.
—Oh, cariño, lo siento. Sé que últimamente has estado sintiéndote un poco sola. Pero recuerda que siempre estoy aquí para ti. No importa cuántas personas estén interesadas en mi, tú siempre serás mi prioridad número uno —dice mamá con ternura mientras se acerca y me abraza.
Es cierto, nuestra relación es especial. Mamá nunca ha sido solo una madre para mí, sino también mi mayor apoyo. Pero últimamente, me he sentido eclipsada por su éxito. Todos los que debían ser mis amigos solo querían saber de ella, como si yo fuera solo un accesorio más de su fama.
—Lo sé, mamá. Y te agradezco por eso. Pero siento que necesito un cambio. Quizás alejarme de Los Ángeles sea lo mejor para mí —confieso mientras me separo de su abrazo y me dirijo hacia la ventana.
—¿Qué estás diciendo, Liv? —pregunta mamá, visiblemente sorprendida.
—Estoy pensando en irme a estudiar a la Universidad. Tal vez allí pueda encontrar un lugar donde las personas me valoren por quien soy, no por quién es mi madre —explico con determinación.
Mamá se queda en silencio por un momento, procesando mis palabras. Su rostro expresa sus dudas y miedos ante mi propuesta. Finalmente, su expresión se suaviza y una sonrisa orgullosa se dibuja en su rostro.
—Eres una mujer valiente, Olivia. Si eso es lo que realmente quieres, te apoyaré al cien por ciento. Nunca quise que te sintieras perdida en mi sombra. Eres brillante por derecho propio, y si estudiar en la universidad es lo que necesitas para florecer, entonces ve y conquista el mundo, mi amor —dice mamá mientras se acerca a mí y me da otro abrazo.
En ese momento, siento una oleada de gratitud hacia mi madre. Ella ha estado allí para mí en cada paso del camino, y ahora está dispuesta a dejarme volar por mi cuenta. Es hora de que encuentre mi propio camino, y estoy emocionada por lo que me espera en el futuro.
—Gracias, mamá. No puedo expresar con palabras lo mucho que esto significa para mí —le digo, luchando por contener las lágrimas de emoción.
—No hay necesidad de agradecimientos, cariño. Solo prométeme que siempre seguirás persiguiendo tus sueños y que nunca te olvidarás de la persona increíble que eres —responde mamá, mirándome con amor y orgullo.
Asiento con una sonrisa y me acerco a mamá para darle un beso en la mejilla. Siento que estamos en el umbral de una nueva aventura, y estoy lista para enfrentarla con la confianza que mamá siempre ha inspirado en mí.
Así que aquí estoy, lista para dejar atrás las luces brillantes de Los Ángeles y contar estrellas en las calles de Nueva York. Con mi madre a mi lado, sé que no importa cuán lejos esté de casa, nunca estaré verdaderamente sola.
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CONTANDO ESTRELLAS
Teen FictionOlivia, una joven decidida y valiente, busca un nuevo comienzo en la bulliciosa ciudad de Nueva York. Tras una relación tóxica con su exnovio Alexander, plagada de abusos emocionales, decide intentar dejar atrás su pasado doloroso en busca de sanaci...