–¡Mira esos zapatos! –grita Lena, apuntando a una vitrina repleta de tacones que brillan más que las luces de Times Square.
Yo río, todavía sorprendida de estar aquí, en Nueva York, caminando por la Quinta Avenida con mis nuevas amigas, Nora y Lena. Todavía no puedo creer que haya pasado del pequeño pueblito donde crecí a este paraíso de concreto y vitrinas relucientes.
–¿Te imaginas con esos puestos? –me pregunta Nora, dándome un codazo–. Serías la reina del baile, Liv.
–Ni en sueños –respondo, aunque en realidad ya me imagino desfilando por la alfombra roja con esos tacones de vértigo.
Seguimos avanzando, saltando de tienda en tienda, riendo y probándonos todo lo que podemos sin sentir la presión de comprar nada. Es un torbellino de energía, siempre un paso adelante, mientras que Lena tiene una calma contagiosa que balancea perfectamente mi propio entusiasmo.
De repente, siento un escalofrío recorrer mi espalda. Me detengo en seco y miro a mi alrededor. Ahí, entre la multitud, está él. Alexander. Su mirada se clava en la mía y el mundo se congela por un segundo.
–Chicas, tenemos que irnos –digo, tratando de mantener la calma.
–¿Qué pasa? –pregunta Nora, notando el cambio en mi expresión.
–Alexander está aquí –susurro, y las dos se tensan al instante.
Sin decir más, empiezo a caminar más rápido, casi corriendo. Las chicas me siguen, sin hacer preguntas. Pero no puedo evitar mirar hacia atrás. Alexander me sigue, esquivando a la gente como si fuera un fantasma, sus ojos oscuros nunca dejan de mirarme.
Doblo una esquina y empiezo a correr de verdad, sintiendo el peso de la ciudad apretándome en el pecho. Paso por delante de puestos de comida, turistas tomando fotos, taxis que tocan la bocina. Mis piernas arden y mi respiración es un caos, pero no me detengo. No puedo.
Finalmente, llego a un callejón sin salida. El corazón me late con fuerza y mis manos tiemblan mientras busco desesperadamente una salida, pero es inútil. Alexander está allí, bloqueando el único camino.
–Nunca podrás huir de mí, pequeña Liv –dice con una sonrisa que me hiela la sangre.
Me desplomo contra la pared, sin aliento, sabiendo que tiene razón.
La sonrisa de Alexander se convierte en una sombra oscura que envuelve todo a mi alrededor. El aire se siente pesado y el callejón parece desvanecerse, reemplazado por una neblina espesa y oscura. Trato de gritar, pero no sale ningún sonido de mi boca.
De repente, siento un tirón fuerte y abro los ojos de golpe. Estoy en mi cama, empapada en sudor y con el corazón desbocado. Miro alrededor de mi habitación, reconociendo los posters en la pared, las luces navideñas que cuelgan del techo y el viejo reloj digital en mi mesa de noche que marca las 3:47 am.
–Joder... –murmuro, pasándome una mano por la cara.
El sueño todavía está fresco en mi mente, tan real que casi puedo sentir la mirada de Alexander en la nuca. Me siento y respiro hondo, tratando de calmarme. A mi lado, el teléfono vibra con una notificación. Lo agarro, esperando ver algún mensaje de mis amigas, pero es solo una alerta de una aplicación cualquiera.
Me levanto y camino hacia la cocina, tratando de despejar mi mente. Mientras me sirvo un vaso de agua, la pesadilla sigue repitiéndose en mi cabeza. Nueva York, mis nuevas amigas, Alexander. Todo parecía tan real.
Bebo el agua lentamente, dejando que la frescura me devuelva a la realidad. Siento que necesito hablar con alguien, así que abro el chat grupal con Nora y Lena.
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CONTANDO ESTRELLAS
Teen FictionOlivia, una joven decidida y valiente, busca un nuevo comienzo en la bulliciosa ciudad de Nueva York. Tras una relación tóxica con su exnovio Alexander, plagada de abusos emocionales, decide intentar dejar atrás su pasado doloroso en busca de sanaci...