III

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(Los diálogos escritos en cursiva corresponden a conversaciones habladas en alemán. Realmente solo son dos líneas miserables, pero debía aclararlo)

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     Viktor no era un producto de su imaginación.

O al menos, no de su creación. Tenía una existencia propia, como había demostrado, lo cual solo complejizó más su situación. Si ella no lo estaba proyectando, entonces no podía negar lo evidente: él era un fantasma. O un alma en pena, como las llamaba su difunta abuela. Personas que aún no cruzaban el velo hacia el otro mundo por tener cosas pendientes en la tierra.

Hermione nunca se imagi nó creyendo en esas teorías religiosas. Pero ante la evidencia con forma de un búlgaro treinteañero apareciéndose en su departamento y viéndose demasiado cómodo con el ambiente, tuvo que admitir la derrota.

Mientras caminaba por una de las calles antiguas, pensó en él. No se había presentado desde su última conversación con la evidencia del libro. A pesar del genuino asombro e incredulidad, ella le había hecho ver que, si bien la teoría del amigo imaginario estaba descartada, él no era del todo real. No estaba vivo.

Recordó su mirada molesta mientras ella planteaba sus argumentos.

«Solo estás aquí y hablas conmigo».

No pudo argumentar contra eso. A pesar de que el fantasma...no, Viktor, así dijo que se llamaba; a pesar de que Viktor recordaba a su abuela, no tenía recuerdos más profundos de su familia ni sobre sí mismo. No sabía nombres ni locaciones.

«Creo que estás muerto —había dicho ella— y tu alma se quedó atrapada aquí por algún asunto inconcluso».

La idea era escalofriante. Vivir en un departamento embrujado no era lo que uno planearía al irse al extranjero, aunque de cierto modo podría haberlo esperado: el alquiler era demasiado bueno para ser cierto.

Estaba barajando la posibilidad de mudarse, pero solo le restaban poco más de cuatro meses para acabar su estadía allí, mudarse a esas alturas sería un dolor de cabeza, ni hablar de encontrar otro lugar agradable y asequible. Bien podría simplemente acostumbrarse, o hacer algo para liberar al fantasma de su prisión terrenal. Pero ¿qué?

   Sus ojos se anclaron a una de las viejas vitrinas que daban a la calle, era estrecha y un poco polvorienta, como esas tiendas de antigüedades esotéricas que pululaban también en los barrios de Londres. Sahumerios y chucherías con símbolos colgaban de las paredes, y Hermione se encontró atraída. Decidió echar un vistazo en el interior.

Parecía una pequeña librería. Dos sillones de trapo estaban frente a una pared repleta de libros no convencionales (ella no reconoció ningún título) mientras que el resto del espacio lo ocupaban diversos implementos que iban desde velas de colores, atados de hierbas, calderos de hierro, cristales colgantes, amuletos y muchos frascos de vidrio esparcidos entre papeles amontonados al azar.

Una rama de incienso humeaba en la pequeña mesa junto a los sillones, en uno de los cuales una chica joven estaba absorta en un libro grande.

Hermione se aclaró la garganta. Los ojos azul claro de la joven se elevaron hacia ella, parada de pie de manera incómoda en el umbral.

—Oh —dijo la muchacha, cerrando el libro sobre sus piernas—. Bienvenida.

Sus palabras estaban en inglés, y Hermione se preguntó qué tan obvio era su nacionalidad en el país alemán. La chica le sonrió y ella hizo un ademán con la cabeza, tratando de entender qué buscaba en un lugar como ese. Su mirada se desvió hasta la pared de libros.

Prizraci |Krumione|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora