Historias y Promesas

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El cuerpo del chico era ligero.

Tan ligero, casi como una pluma.

Y lo sabía porque justo en ese momento, lo había levantado de su silla para llevarlo en brazos y así poder subir los  peldaños del autobús.

Por un momento y sin razón alguna, pensé que el peso en mis brazos  se sentía igual a como  cuando llevaba  a una chica: su cuerpo emanaba calidez, era suave (muy suave), ligero y... encajaba muy bien.
Era una comparación tonta, pero en mi cabeza, parecía tener mucho sentido desde que el chico era visiblemente pequeño en estatura, tenía suaves rasgos faciales y se había acoplado muy bien a que lo llevara cargado.

En un vistazo rápido gracias a la luz de la cabina y queriendo apartar la idea de lo delicado que era y lo que parecía su cuerpo en mis brazos, pude notar también como la piel de su cara y cuello era  clara y de verdad lucía muy suave.

¡Basta ya, Pruk!

Pero no era suficiente.

No pude evitar dar una rápida  mirada, recorriendo su  cabello castaño oscuro un poco largo que ocultaba sus cejas, pero que aún permitía ver sus ojos.
Mismos  que en ese momento y para mi sorpresa, me miraban de forma fija (aunque eran brillantes y redondos).

Con un poco de vergüenza al verme atrapado, aparté la mirada, pero, nuevamente no puede soportarlo y después de dos pasos volví a mirarle, esta vez enfocándome en un sitio más abajo de sus ojos,  encontrándome con su boca que justo en ese momento se abría ligeramente cuando su lengua apareció  para humedecer su grueso labio inferior que lucía un poco reseco, dejando tras ella un rastro brillante.

¡Mira más abajo!
¡No, mira a otro lado, idiota!

Canturreó mi mente. Bajando más la vista, me encontré con el rastro de una ligera sombra de barba que comenzaba a oscurecer su barbilla y...

Bueno. Era un chico, por supuesto.

Apuntó mi mente. 

Sentí el calor subiendo por mi cuello y rostro. Me había sonrojado.  Estaba demasiado avergonzado. Mi estómago se revolvió de nuevo, esta vez al darme cuenta de que ese tren de pensamientos que acababa de tener, estaban  por mucho, fuera de lugar.

Aparté la vista para terminar de subir los escalones y detenerme al inicio del pasillo.

-¿Donde...?

Pregunté, pero antes de que pudiera terminar de formular, el chico señaló el primer asiento de la fila del lado de la puerta.

-Por favor.
Pidió el con una voz que me sonó aún más suave.
En un movimiento fluido lo dejé sobre el asiento y en mis brazos un vacío (incómodo) se hizo presente. De la misma forma, el olor a ropa limpia y flores quedó impregnado en mi nariz, y fui consciente de él  cuando finalmente di la vuelta y volví a bajar para tomar la silla de ruedas y la cobija.

Después de unos minutos de recibir instrucciones sobre como plegar la silla y darle al chico la cobija, emprendí el camino hacia la terminal mientras comenzábamos a conversar.

Al llegar a la terminal y ocupar algo de tiempo para cerrar mi turno, le pregunté a donde quería que lo llevara. Él me indicó la dirección de un bloque de apartamentos que se encontraba algo lejos del centro de la ciudad, pero que afortunadamente, también quedaba de camino a mi casa.

Tenía que admitir que me había gustado hablar con él. Y ese sentimiento mejoró conforme seguimos hablando de camino a la ciudad.  Hablamos como si nos conociéramos desde hacía mucho tiempo y me sentí relajado y cómodo de una forma que durante el día no había sentido. O incluso con otras personas que no eran cercanas.
El niño era centrado, claro y directo con sus opiniones y sobre todo, no parecía tener interés de hablar mal o emitir juicios.
En conclusión era una persona con la que fácilmente se podía hablar y hacia de esas charlas un momento ameno, sin perder de vez en cuando el toque gracioso.

Sin embargo, conforme más nos acercábamos a la dirección que me había dado, una duda iba creciendo en mi referente a toda la situación que había vivido el día de hoy.

-¿Puedo preguntar... - me atreví a decir muy cerca de llegar al destino que me había indicado.- si lo que ocurrió hoy con el transporte es la primera vez que sucede?

A través del retrovisor, vi como apretó los labios hasta formar una línea muy delgada.

- Ya ha pasado.

-Y ¿has reportado a los conductores?

-No me atrevo.

-Pero... ¿sabes que es su trabajo? Ellos deben prestar un servicio, no deben negártelo.

-Lo sé...
Se removió incómodo. Quería saber que más había detrás de sus palabras, pero lo dejé pasar. Manejé unos cuantos minutos en silencio, observándolo de tanto en tanto por el retrovisor. Él miraba a través de las ventanas, pero parecía más absorto en sus pensamientos que en lo que veía.

-¿Es la primera vez que esperas por tanto tiempo? Solté. ¡Simplemente no podía dejar  pasar el tema!

-No había estado hasta tan tarde, pero sí, ya había esperado en otras ocasiones... a-a-algo de tiempo.
Lo último lo dijo dudoso.

- ¿Cada cuando sucede?
Sus mejillas se tornaron rojas.
- La mayor parte del tiempo.

Esta vez fui yo el que apretó los labios. Mis padres me habían enseñado a ayudar a los demás siempre que pudiera hacerlo. Ver y saber que otras personas preferían desentenderse e incluso ignorar, me causaba enfado y molestia.

- Pero no te preocupes. Es normal.
Sonrió.
Pasé por alto su tuteo cuando reaccioné a lo que acababa de decir.

¿¡Normal!? ¿acaso estaba resignado a ser tratado asi?

- ¿Todos los días esperas en la misma estación desde las 3 de la tarde?
No podía evitarlo, las preguntas salían solas. 
Una idea rondaba mi mente...
El asintió.
-Entonces pasaré por ti. Todos los días.

El volvió a hacer eso que hacía que su rostro pareciera el de un pez: sus ojos estaban ampliamente abiertos, su boca abría y cerraba como si quisiera decir algo, pero esta vez, sus mejillas estaban rojas y aquella reacción terminó en una amplia sonrisa.

Era... adorable.

Habiendo llegado a la dirección que me había dado, giré el volante y estacioné el bus. Apagué el motor y me levanté para tomar la silla de ruedas. Luego de dejarla lista para su uso, fui hasta donde el chico y lo tomé nuevamente en brazos; descendí con lentitud, temeroso de causarle algún daño y reprimiendo el sentimiento de inspirar profundamente para llenarme de su aroma dulce que era muy agradable.
Una vez abajo, lo dejé sobre la silla. Sus brazos se zafaron de mi cuello (cosa que no había notado)  mientras me erguía y sus manos recorrieron mis brazos hasta llegar a a tomar las mías solo un instante, pero dejándome sentir la calidez y suavidad de su piel.
Luego, tomó su cobija y la colocó sobre sus piernas, mirándome inmediatamente al terminar.

-¿Qué puedo hacer para agradecerte?
Preguntó, con una sonrisa dibujada en su rostro, sus ojos casi entrecerrados, sus mejillas un poco rojas e hinchadas por el gesto.

-Nada. Estamos bien.
Dije, sintiéndome apenado por su mirada fija. No sabía que hacer conmigo, con mis manos o con el dolor de estomago que otra vez sentía, así que termine llevándome mano a la nuca y la masajee nerviosamente, tratando de deshacerme del frío que golpeó aquella parte en el momento en que me di cuenta de que sus manos se habían sostenido ahí mientras lo llevaba en brazos.
Justo en ese momento, recordé que no sabía quien era. Habíamos hablado tanto e incluso le había prometido llevarle mañana, pero aún no conocía su nombre.

-¿Cuál es tu nombre?

Solté. Él sonrió de una forma que me pareció otra vez linda aunque  infantil, pues sus mejillas se inflaron aún más, entrecerrando sus ojos.

Quiero apretarlas.
Pensé, siendo interrumpido por su suave voz, diciendo:

-Mi nombre es NuNew.

[ZeeNuNew] Can You Help Me?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora