El hallazgo de un cuerpo sin vida desata el terror en Seúl a mitad del día del niño. La nota incrustada en su pecho revela al único culpable del horrible acto: el amor.
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11:23 a.m. 10 de mayo de 2021 Teatro Goun-Jeong, Universidad SYK
—¿Aprobaste, Yang?
La voz de Youngji hizo eco en la gigantesca sala. Dirigí la mirada hacia la joven que se encontraba en el centro del amplio escenario, y le sonreí, orgullosa del resultado que había obtenido hace media hora.
—Con noventa y tres.
—¿De nuevo no fue un cien?
La inocente pregunta de mi amiga, cargada con un toque de extrañeza, consiguió que soltara una risita. Negué con la cabeza, viendo su gesto de incredulidad al que de pronto se le sumaba una de sus manos en su cintura, y admití:
—Dudo que algún día obtenga un cien con ella.
—¿La profesora Min siempre ha sido tan exigente?
—Desde que la conozco —confesé sin titubear. Dejé la mochila sobre uno de los asientos de la primera fila, sin interrumpir nuestro contacto visual, y agregué—: Esta vez dijo que me faltaba seguridad al contestar.
—¿Solo por eso te bajó tantos puntos?
Asentí con otra corta risa. Era divertido ver cada una de sus expresiones de disconformidad.
—Debí prepararme mejor.
—No digas ridiculeces, Yang —me regañó, dedicándome una de sus miradas asesinas—. Estabas preparada. Siempre lo estás.
—Pero esas fueron sus condiciones para la evaluación: conocimiento y confianza —intenté justificar el motivo por el que había obtenido dicha puntuación. Sin embargo, en lugar de recibir apoyo, solo obtuve un sonoro chasquido proveniente de su lengua.
—Olvídalo, Yang. No vale la pena seguir pensando en eso, la calificación es solo un número —aseguró con una excesiva confianza, sentándose en el suelo—. Pero es un hecho que tu profesora no sabe reconocer alumnos de calidad.
La vi negar con su cabeza, decepcionada, y me acerqué al borde del escenario. Coloqué mis brazos sobre la superficie de madera, observándola con cierta diversión, y dejé que mi mentón descansara un rato sobre ésta. Durante ese breve momento de quietud, en el que no supe cómo continuar con la conversación, recordé el sufrimiento que había vivido en el salón de clases minutos atrás.
El veloz repaso sobre los pada, el cual había hecho con la doctora Han este sábado, definitivamente me había ayudado a aprobar el examen oral. El problema fue que, en cuanto vi el riguroso rostro de la profesora Min, mi lengua comenzó a enredarse.
Tartamudeando, y con las manos muy sudorosas, respondí correctamente cada pregunta; aunque eso no evitó que terminara con un par de puntos negativos por la falta de seguridad en mi tono de voz.
—El lado bueno es que estoy libre por esta semana —le informé después de soltar un suspiro—. La veré hasta el lunes.
—¿Se irá de vacaciones después de masacrarlos con su examen?