El hallazgo de un cuerpo sin vida desata el terror en Seúl a mitad del día del niño. La nota incrustada en su pecho revela al único culpable del horrible acto: el amor.
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7:11 a.m. 6 de mayo de 2021 Hospital Buseojin, Gangnam-gu
—¿Puedo saber por qué estoy aquí? —le pregunté a la mujer de bata blanca que caminaba apresuradamente por los pasillos del centro médico—. ¿Debería haberme puesto el uniforme completo?
—Silencio, Yang —pidió, deteniéndose por un momento para entregarme una carpeta azul—. Si te decía el verdadero plan, probablemente te hubieras negado a venir.
—Tiene toda la razón, doctora Han —dije con una leve sonrisa, revisando disimuladamente las hojas que ahora estaban entre mis manos—. No sé por qué todavía la estoy siguiendo.
—Porque eres mi asistente.
—Pero hoy era mi día libre —repliqué al instante. Cerré la carpeta, arreglé la mascarilla y me di prisa para alcanzarla—. Además, sigo sin recuperarme de ayer —murmuré cuando estuve lo suficientemente cerca de ella.
—Sobre eso —dijo y frenó de golpe para hacer una reverencia al personal que nos habíamos encontrado—, leí el reporte que hiciste a las autoridades. Fue interesante.
—¿Interesante? —pregunté con temor, repitiendo el saludo.
Enarqué una ceja al no obtener respuesta, y sospechando de aquella extraña declaración, llevé mi vista al par de enfermeros que caminaban en dirección contraria para asegurarme de que no nos habían escuchado. Al volver al frente, observé la parte superior de la puerta doble que la doctora velozmente había abierto y la seguí para adentrarme al largo pasillo que todavía nos faltaba por recorrer.
Excelente.
Íbamos hacia la morgue del hospital.
—¿Por qué fue interesante? —insistí.
Al ser el silencio la única contestación que recibí, observé su elegante caminar e intenté imitarlo. Sin embargo, me reí de mí misma al recrear la imagen de lo tonta que normalmente me veía copiando los gestos de Han Su Yun: una reconocida médico en la ciudad.
Aunque siempre había tenido una agenda apretada, la doctora Han se había tomado el tiempo de instruirme desde joven. Ambas pertenecíamos al mismo tipo, y por ende, compartíamos responsabilidades similares, que, hasta cierto punto, eran completamente diferentes a los demás.
—Era un reporte extremadamente detallado para ser una estudiante —contestó finalmente.
Sonreí de oreja a oreja. Aquello me había hecho feliz.
—¿Qué se le puede hacer? —expuse, orgullosa. Alcé las manos al nivel de mi ego y me apresuré hasta quedar delante de ella—. Aprendí de la mejor dadun de Seúl. —La señalé y dije—: La doctora Han.
Moví mis manos en su dirección, realizando un aplauso silencioso, y automáticamente noté el disgusto en sus ojos. Reí levemente al darme cuenta de que mi esfuerzo por elogiarla había sido en vano y solo la vi pasar a mi lado para dirigirse al amplio acceso a la morgue.