Prólogo

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De pequeña, mi padre solía leernos historias de Sherlock Holmes antes de dormir. Aunque mi hermano casi siempre aprovechaba la oportunidad para caer dormido en su rincón del sofá, los demás escuchábamos con toda atención. Recuerdo el gran sillón de piel donde se sentaba mi padre, sosteniendo el libro ante sí con una mano, con las llamas de la chimenea que se reflejaban en sus gafas de montura negra.


Recuerdo cómo iba alzando la voz para acentuar el suspense hasta que, por fin, llegaba la solución esperada: todo tenía sentido y yo, al igual que el doctor Watson, asentía con la cabeza y pensaba <<por supuesto, ahora que lo dice está muy claro>>. Recuerdo el aroma de la pipa que mi padre fumaba de vez en cuando, una mezcla que olía a fruta y a tierra y que se abría camino hacia la noche entre los pliegues del sillón y la cortina de la cristalera. Su pipa, claro, era levemente curvada, como la de Holmes. Y recuerdo que cerraba el libro de golpe, juntando las gruesas páginas entre las cubiertas carmesí y nos decía: << Ya está bien por está noche>>. Luego, por mucho que suplicáramos, por mucha que fuera la triste que reflejaran nuestro rostros, nos hacía subir para ir a dormir.

Y luego está el detalle que se me quedó tan grabado que siguío conmigo durante años, cuando el resto de los relatos ya se habían desvanecido en un fondo brumoso y las aventuras de Holmes y su fiel biógrafo estaban casi olvidadas: los escalones.

Los escalones del 221B de Baker Street. ¿ Cuántos había? Esa es la pregunta que hace Holmes a Watson en <<Escándalo en Bohemia>>, la pregunta que nunca he olvidado. En el fragmento que sigue el detective explica al doctor la diferencia entre ver y observar. Al principio Watson está confundido. Pero luego, de repente, todo le queda claro.

- Cuando le escucho explicar sus razonamientos-comenté-, todo me

parece tan ridículamente simple que yo mismo podría haberlo hecho

con facilidad. Y, sin embargo, siempre que le veo razonar me quedo

perplejo hasta que me explica usted el proceso. A pesar de que

considero que mis ojos ven tanto como los suyos.


-Desde luego - respondió, encendiendo un cigarrillo y dejándose caer

en una butaca-. Usted ve, pero no observa. La diferencia es evidente. Por

ejemplo, usted habrá visto muchos veses los escalones que llevan

desde la entrada hasta esta habitación.

-Muchas veces.


-¿Cuátas veces?

-Bueno, cientos de veces.

-¿Y cuántos escalones hay?

-¿Cuántos? No lo sé.

-¿Lo ve? No se ha fijado. Y eso que la ha visto.

yo sé que hay diecisiete escalones, porque no solo he visto, sino que he observado.


Cuando oí esta conversación por primera vez, en una de esas veladas al calor de la lumbre y envueltas en humo de pipa, me quede impresionada. Intenté recordar con afán los escalones que había en nuestra casa (no tenía ni la menor idea), cuántos llevaban hasta la puerta principal (no lo podía recordar), cuántos hasta el sótano (¿diez?, ¿veinte? No sabría decirlo). Después, durante mucho tiempo, fui contando escalones y peldaños siempre que podría, guardando el número en mi memoria por si alguien me lo pregunta alguna vez. Holmes se habría sentido orgulloso de mí.

¿CÓMO PENSAR COMO SHERLOCK HOLMES?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora