Capítulo 2 El desván del cerebro: qué es y que contiene

961 18 0
                                    

Una de las creencias más extendidas sobre Holmes tiene que ver con su supuesto desconocimiento de la teoría copernicana. «¿Y qué se me da a mí el sistema solar?», responde a Watson en Estudio en escarlata. «Dice usted que giramos en torno al Sol... Que lo hiciéramos alrededor de la Luna no afectaría un ápice a cuanto soy o hago.» ¿Y ahora que ya lo sabe? «Haré lo posible por olvidarlo», promete.

Es divertido sacar punta a esta incongruencia entre el detective que parece sobrehumano y su incapacidad de entender un hecho tan elemental que hasta un niño lo puede captar. Y es que el desconocimiento del sistema solar sería impensable en alguien a quien se tuviera por modelo del método científico. Ni siquiera la serie Sherlock de la BBC ha podido evitar incluir estas palabras en uno de sus episodios.

Pero hay dos cosas que comentar sobre este supuesto desconocimiento. La primera es que no es cierto. Basta con ver las muchas referencias a la astronomía que hace Holmes en relatos posteriores: en «El ritual de Musgrave» habla de «una bonificación para conseguir la ecuación personal, como dicen los astrónomos»; en «El intérprete griego» menciona «la oblicuidad de la eclíptica»; en «Los planos del Bruce-Partington» habla de «un planeta [que se sale] de su órbita». La verdad es que Holmes hace uso de casi todos los conocimientos que niega tener en las primeras etapas de su amistad con el doctor Watson (y, ciñéndose al canon holmesiano, la serie Sherlock de la BBC finaliza con una nota de triunfo científico: después de todo, Holmes sabe de astronomía y ese conocimiento resuelve el caso y salva la vida de un niño).

Mi opinión es que Holmes exagera su ignorancia a propósito para dirigir nuestra atención a otra cuestión que considero mucho más importante. Su promesa de relegar al olvido el sistema solar sirve para ilustrar una analogía de la mente humana que será fundamental para el pensamiento de Holmes y para nuestra capacidad de emularlo. Momentos después del incidente copernicano, Holmes dice lo siguiente a Watson: «Considero que el cerebro de cada cual es como una pequeña pieza vacía que vamos amueblando con elementos de nuestra elección». Esa «pieza vacía» de la traducción clásica al castellano corresponde a la palabra inglesa attic, que aquí se traducirá por «desván».

Cuando oí hablar por primera vez de ese «desván del cerebro» a los siete años de edad, en una de aquellas noches a la luz de la lumbre, enseguida me vino a la mente la cubierta en blanco y negro del libro A Light in the Attic de Shel Silverstein, con esa cara ladeada que esboza una sonrisa y cuya frente se prolonga en un tejado con chimenea. A la altura del desván hay una ventana por la que asoma un rostro diminuto que mira el mundo. ¿Era eso a lo que se refería Holmes? ¿Un pequeño desván con el techo en pendiente y un ser extraño y de cara graciosa presto a tirar del cordón para apagar o encender la luz?

Resulta que no andaba muy descaminada. Para Sherlock Holmes, el desván cerebral de una persona es un espacio muy concreto, casi físico. Puede que tenga una chimenea. O puede que no. Pero sea cual sea su aspecto es un espacio mental cuya función es almacenar los objetos más dispares. Y sí, resulta que también hay un cordón del que tirar para encender o apagar la luz. Así lo explica Holmes a Watson: «Un necio echa mano de cuanto encuentra a su paso, de modo que el conocimiento que pudiera serle útil, o no encuentra cabida o, en el mejor de los casos, se halla tan revuelto con las demás cosas que resulta difícil dar con él. El operario hábil selecciona con sumo cuidado el contenido [del desván de su cerebro]».

Resulta que esta analogía es sorprendentemente acertada. Como veremos muy pronto, el estudio de la formación, la retención y la recuperación de los recuerdos ha revelado la idoneidad de la idea del desván. En los capítulos que siguen analizaremos paso a paso su papel desde el inicio del proceso de pensamiento hasta su culminación, examinando cómo actúan en cada punto su estructura y su contenido, y qué podemos hacer para mejorar su función.

En líneas generales, podríamos decir que el desván presenta dos componentes: estructura y contenido. La estructura se refiere al funcionamiento de la mente: cómo adquiere información, cómo la procesa, cómo la clasifica y la almacena, cómo elige integrarla o no con otros contenidos ya existentes. A diferencia de un desván físico, la estructura del desván mental no es totalmente fija. Se puede expandir -aunque no indefinidamente- o se puede contraer en función de cómo lo usemos (en otras palabras, el procesamiento y el almacenamiento pueden ser más o menos eficaces). También pueden variar el método de búsqueda (cómo recupero la información que he guardado) y el sistema de almacenamiento (cómo guardo la información que he adquirido, adónde irá, cómo se etiquetará, con qué se integrará). Todas estas variaciones tendrán unos límites -cada desván es diferente y está sujeto a sus propias restricciones- pero dentro de esos límites puede adoptar cualquier forma en función de cómo aprendamos a usarlo.

Por otro lado, el contenido del desván está formado por lo que hemos adquirido del mundo y por las vivencias que hemos tenido. Nuestros recuerdos, nuestro pasado y nuestros conocimientos son la información de la que partimos cada vez que afrontamos un reto. Y del mismo modo que lo que contiene un desván físico puede cambiar con el tiempo, nuestro desván mental no deja de incorporar y desechar elementos hasta el último momento. Cuando el proceso de pensamiento empieza, lo que guardamos en la memoria se combina con la estructura de los hábitos internos y las circunstancias externas para decidir qué se va a recuperar en cualquier momento dado. Para Sherlock Holmes, adivinar el contenido del desván de una persona a partir de su aspecto exterior es una de las formas más seguras de determinar quién es esa persona y de qué es capaz.

Como ya hemos visto anteriormente, gran parte de lo que adquirimos del mundo no está bajo nuestro control: del mismo modo que debemos imaginar un elefante rosa para darnos cuenta de que no existe, no podemos evitar pensar -aunque solo sea un instante- en el funcionamiento del sistema solar o en las obras de Thomas Carlyle si a Watson le diera por hablar de ellas. Sin embargo, sí que podemos aprender a dominar muchos aspectos de la estructura de nuestro desván desechando lo que haya entrado sin quererlo (como cuando Holmes promete olvidar a Copérnico sin tardanza), dando prioridad a lo que queremos y arrinconando lo que no, y aprendiendo a conocer sus recovecos para que no nos influyan demasiado.

Puede que nunca lleguemos a ser expertos en adivinar los pensamientos más íntimos de una persona a partir de su aspecto exterior, pero si aprendemos a entender la organización y las funciones de nuestro desván mental habremos dado el primer paso para llegar a aprovechar todo su potencial, es decir, para optimizar nuestro proceso de pensamiento de modo que cualquier decisión o acto surjan de la versión mejor y más consciente de nosotros mismos. La estructura y el contenido de nuestro desván no nos obligan a pensar como pensamos: sucede que con el tiempo y con la práctica (con frecuencia inconsciente, pero práctica al fin) hemos aprendido a pensar así. En algún momento, y en algún nivel, hemos decidido que la atención consciente no vale la pena y hemos preferido la eficiencia a la profundidad. Quizá nos lleve el mismo tiempo, pero es posible aprender a pensar de otra forma.

Y aunque la estructura básica sea fija siempre podemos aprender a cambiar sus conexiones y sus componentes, una modificación que, por así decirlo, reconstruye el desván creando nuevas conexiones neuronales cuando cambiamos nuestros hábitos de pensamiento. Como sucede en toda renovación, para los cambios más grandes hará falta cierto tiempo. No se puede reconstruir el desván en un día. Pero es probable que algunos cambios menores se empiecen a notar al cabo de unos días o en solo unas horas. Y estos cambios se darán con independencia de lo viejo que esté nuestro desván o del tiempo transcurrido desde la última limpieza a fondo. En otras palabras, el cerebro puede aprender capacidades nuevas con rapidez y durante toda la vida, no solo en la juventud. En cuanto al contenido, si bien parte de él también será fijo, podremos seleccionar con qué nos queremos quedar y aprender a organizar el desván para que nos sea más fácil acceder a los contenidos que queramos y dejar en un rincón los que menos apreciemos o deseemos evitar. Puede que no acabemos con un desván totalmente diferente, pero seguro que se parecerá más al de Holmes.





¿CÓMO PENSAR COMO SHERLOCK HOLMES?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora