Trabas para el cerebro inexperto

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El pensamiento de Holmes —y el ideal científico— se caracteriza, entre otras cosas, por un escepticismo y una mentalidad inquisitiva y curiosa en relación con el mundo. Nada se acepta porque sí. Todo se examina y se considera antes de ser aceptado (o no, según el caso). Por desgracia, en su estado natural nuestra mente se resiste a este enfoque. Para pensar como Sherlock Holmes, primero debemos superar esa resistencia natural que impregna nuestra forma de ver el mundo.

Hoy en día, la mayoría de los psicólogos reconocen que en la mente humana actúan dos sistemas. Uno es rápido, intuitivo, reactivo: una especie de vigilancia mental, un estado constante de «lucha/huida». No exige mucho esfuerzo ni pensamiento consciente y actúa como un piloto automático. El otro sistema es más lento, más deliberativo, más riguroso y más lógico, pero también es mucho más costoso desde el punto de vista cognitivo. Prefiere no entrar en acción a menos que lo crea absolutamente necesario.

El coste mental de este sistema reflexivo y sereno —«frío» por decirlo así— hace que la mayor parte del tiempo dejemos nuestro pensamiento en manos del sistema «caliente» y reflejo, y que nuestras observaciones, al regirse también por él, sean automáticas, intuitivas (y no siempre correctas), reactivas y rápidas en juzgar. En general, con este sistema nos basta y solo activamos el sistema más sereno, reflexivo y frío cuando algo capta de verdad nuestra atención y nos obliga a detenernos.

En adelante, para referirme a estos dos sistema hablaré del sistema Watson y del sistema Holmes. Estoy segura de que el lector habrá adivinado cuál es cuál. El sistema Watson sería nuestro yo ingenuo, que actúa según unos hábitos de pensamiento perezosos y que surgen de una manera natural, siguiendo el camino más fácil, unos hábitos a cuya adquisición hemos dedicado toda la vida. Y el sistema Holmes sería el yo al que aspiramos, el yo que acabaremos siendo cuando hayamos aprendido a aplicar esta forma de pensar a nuestra vida cotidiana y nos hayamos despojado por completo de los hábitos del sistema Watson.

Cuando pensamos de una manera natural, automática, la mente está pre programada para aceptar todo lo que le llegue. Primero creemos, y si dudamos lo hacemos después. Dicho de otro modo, es como si, de entrada, el cerebro viera el mundo como un test del tipo verdadero/falso donde la respuesta por defecto siempre es verdadero. No hace falta esfuerzo alguno para seguir dándolo todo por verdadero, pero pasar a darlo por falso exige vigilancia, tiempo y energía.

El psicólogo Daniel Gilbert lo describe así: para poder procesar algo, el cerebro tiene que creer en ese algo aunque solo sea un instante. Imaginemos que alguien nos dice que pensemos en un elefante rosa. Está claro que sabemos que no existe. Pero al oír o leer estas palabras, durante un instante hemos «visto» un elefante rosa en nuestra mente. Dicho de otro modo: para confirmar que no existe hemos tenido que creer durante un instante que sí existe. Y es que entendemos y creemos en el mismo instante. Baruch Spinoza fue el primero en plantear esta necesidad de aceptar para entender, y unos cien años antes de Gilbert, William James ya expuso el mismo principio: «Toda proposición, sea atributiva o existencial, se cree por el hecho mismo de ser concebida». Después de la concepción de algo es cuando nos dedicamos, con más o menos esfuerzo, a no creer en ese algo y, como señala Gilbert, esta parte del proceso no tiene nada de automática.

En el caso del elefante rosa el proceso de negación o refutación es muy sencillo y prácticamente no exige tiempo ni esfuerzo. Aun así, el cerebro se debe esforzar más para procesarlo que si nos hubieran hablado de un elefante gris, porque la información contrafactual exige este paso extra de comprobar y refutar, algo que no sucede con la información verdadera. Pero no siempre es así: no todo es tan evidente como en el caso del elefante rosa. Cuanto mayor sea la complejidad de un concepto o de una idea, o cuanto menos evidente sea su verdad o falsedad, más esfuerzo hará falta (en Maine no hay serpientes venenosas: ¿verdadero o falso? Aunque ahora no lo sepamos, es algo que se puede comprobar. Pero ¿qué sucede con una afirmación como la pena de muerte no es un castigo tan duro como la cadena perpetua?). Y no es difícil que el proceso se altere, o que ni siquiera tenga lugar. Si decidimos que una afirmación suena verosímil es más probable que no le demos más vueltas (si me dicen que no hay serpientes venenosas en Maine, ya me vale). Y si estamos ocupados, estresados, distraídos o agotados por alguna otra razón, podemos dar algo por cierto sin dedicar tiempo a comprobarlo: cuando la mente se enfrenta a muchas exigencias al mismo tiempo no puede abarcarlas todas y el proceso de verificación es una de las primeras cosas de las que prescinde. Cuando sucede esto nos quedamos con creencias sin comprobar y más adelante las podemos recordar como verdaderas cuando en realidad son falsas. (Y qué, ¿hay serpientes venenosas en Maine o no? Pues resulta que sí. Pero si hiciera esta pregunta al lector dentro de un año no sé si recordará que las hay o que no las hay, sobre todo si estaba cansado o distraído al leer este párrafo.)


demás, no todo es tan o blanco o negro —o tan gris o rosa, como el elefante—. Y no todo lo que la intuición nos dice que es blanco o negro lo es en realidad. Es facilísimo equivocarse. Y es que no solo nos creemos todo lo que oímos, al menos de entrada, sino que además tendemos a tratar una afirmación como verdadera aunque antes de oírla se nos haya hecho saber explícitamente que es falsa. Por ejemplo, en el llamado «sesgo de correspondencia» (del que hablaré después con más detalle) suponemos que si una persona dice algo es porque realmente lo cree, y nos reafirmamos en ello aunque se nos diga explícitamente que no es así; incluso es probable que juzguemos a la persona en función de esa supuesta creencia. Recordemos el párrafo anterior: ¿piensa el lector que realmente creo en lo que he escrito sobre la pena de muerte? No tiene ninguna base para responder a esta pregunta —no he dado mi opinión al respecto— y, aun así, es probable que haya respondido afirmativamente porque ha dado por supuesto que esa es mi opinión. Más preocupante es el hecho de que si oímos que se niega algo —por ejemplo, Joe no tiene relaciones con la mafia— podemos acabar olvidando la negación y creer que Joe tiene relaciones con la mafia; y aunque no ocurra así, será muy probable que nos formemos una opinión negativa de Joe. En realidad, si lo juzgaran y formáramos parte del jurado tenderíamos a recomendar que lo sentenciaran a una condena más grave. Esta tendencia a confirmar y a creer con demasiada facilidad y demasiada frecuencia tiene consecuencias muy reales para nosotros y para los demás.


El truco de Holmes consiste en tratar cada pensamiento, cada experiencia y cada percepción de la misma manera que trataría a un elefante rosa. Es decir, empezando con una buena dosis de escepticismo, no con la credulidad natural de nuestra mente. No nos limitemos a suponer que las cosas son como son. Pensemos que todo es tan absurdo como ese animal que no existe. Sí, es una proposición difícil de aceptar: después de todo, equivale a pedir al cerebro que pase de su estado natural de reposo a una actividad física constante, que dedique energía cuando normalmente bostezaría, diría «vale» y pasaría a otra cosa; pero no es imposible, sobre todo teniendo a Sherlock Holmes a nuestro lado. Y es que él, quizá mejor que nadie, puede ser el modelo y el compañero leal que nos enseñe a afrontar lo que a primera vista parece una tarea hercúlea.

Observando a Holmes en acción podremos observar mejor nuestra propia mente. «¿Cómo demonios ha caído en la cuenta de que yo venía de Afganistán?», pregunta Watson a Stamford, el hombre que le ha presentado a Holmes.


En el rostro de Stamford se dibuja una enigmática sonrisa: «He ahí una peculiaridad de nuestro hombre —dice a Watson—. Es mucha la gente a la que intriga esa facultad suya de adivinar las cosas».

Esta respuesta no hace más que avivar la curiosidad de Watson. Es una curiosidad que solo se puede satisfacer con una observación larga y detallada que emprende sin demora.

Para Sherlock Holmes, el mundo está lleno de elefantes de color rosa. En otras palabras, es un mundo donde cada dato se examina con la misma atención y el mismo escepticismo sano que al más absurdo de los animales. Y cuando llegue al final de este libro, si el lector se hace la simple pregunta: «¿Qué haría y pensaría Sherlock Holmes en esta situación?», verá que su propio mundo también empieza a ser así. Observará y pondrá en duda pensamientos de cuya existencia no había sido consciente antes de dejar que se infiltren en su mente. Y verá que esos mismos pensamientos, una vez examinados, dejarán de influir en su conducta sin su conocimiento.

Y como un músculo que no sabíamos que teníamos —un músculo que al ejercitarlo duele al principio, pero que luego se desarrolla y se robustece—, la observación constante y el examen sin fin se harán más y más fáciles (porque en el fondo, y como veremos más adelante, son como músculos). Acabarán siendo un hábito natural e inconsciente, como lo son para Sherlock Holmes. Empezaremos a intuir, a deducir, a pensar,sin necesidad de esfuerzo consciente.

Que nadie dude que se puede conseguir. Holmes es un personaje de ficción, pero Joseph Bell fue muy real. Y también lo fue Conan Doyle (y George Edalji no fue el único que se benefició de su método, sir Arthur también consiguió que se anulara la condena de otro encarcelado por error, Oscar Slater).

Puede que Sherlock Holmes nos fascine tanto precisamente porque hace que parezca posible, y hasta fácil, pensar de una manera que acabaría agotando a un ser humano normal. Hace que pensar de la manera más científica y rigurosa parezca asequible. No en vano Watson siempre exclama que las cosas no pueden estar más claras después de que Holmes le haya explicado los hechos. Pero nosotros, a diferencia de Watson, podemos aprender a ver las cosas con claridad desde el principio.


¿CÓMO PENSAR COMO SHERLOCK HOLMES?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora