Las dos «emes»: mindfulness y motivación

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     No será fácil. Como Holmes nos recuerda, «a semejanza de otros oficios, la ciencia de la deducción y el análisis exige en su ejecutante un estudio prolongado y paciente, no habiendo vida humana tan larga que en el curso de ella quepa a nadie alcanzar la perfección máxima de la que el arte deductivo es susceptible». Pero tampoco hay que desfallecer porque, en esencia, todo se reduce a una simple fórmula: pasar de un pensamiento regido por el sistema Watson a otro gobernado por el sistema Holmes exige mindfulness y motivación (además de mucha práctica). Mindfulness en el sentido de la presencia constante, la atención centrada en el aquí y ahora, que tan esencial es para una verdadera observación del mundo. Motivación en el sentido de voluntad y dedicación.

    Cuando nos ocurre algo tan habitual como buscar las llaves o las gafas y ver que las llevamos encima, la «culpa» es del sistema Watson: actuamos con el piloto automático sin ser conscientes de lo que hacemos. Por eso nos olvidamos de lo que estábamos realizando antes de que nos interrumpieran o nos hallamos en la cocina preguntándonos a qué habíamos ido. El sistema Holmes nos permite volver sobre nuestros pasos porque exige una atención que anula el piloto automático y nos hace recordar el dónde y el porqué de lo que todo lo que hacemos. No siempre estamos motivados o atentos, y la mayor parte de las veces no tiene importancia. Hacemos cosas maquinalmente para dedicar nuestros recursos a cosas más importantes que saber dónde dejamos las llaves.

  Para desactivar ese piloto automático debemos estar motivados para pensar de una manera consciente y atenta, centrándonos en lo que surge en nuestra mente en lugar de dejarnos llevar. Para pensar como Sherlock Holmes debemos querer pensar como él. De hecho, la motivación es tan importante que los investigadores han lamentado en muchas ocasiones la dificultad de comparar con precisión el rendimiento en tareas cognitivas de participantes de edades muy distintas. Los adultos de más edad suelen estar mucho más motivados para rendir bien. Se esfuerzan más, se implican más, son más serios, están más presentes y se vuelcan más en la tarea. Y es que este rendimiento es muy importante para ellos porque quieren demostrar que sus facultades mentales no han menguado con la edad. No sucede lo mismo con los sujetos más jóvenes, para los que no existe un imperativo comparable. Siendo así, ¿cómo se pueden comparar con precisión los dos grupos? Aún no se ha hallado una solución a este problema en el estudio de la función cognitiva y la edad.

    Pero no es ese el único ámbito donde la motivación tiene importancia. Las personas motivadas siempre rinden más. Los estudiantes motivados rinden mejor en algo en principio tan inmutable como las pruebas de cociente intelectual (CI): por término medio, la desviación típica de la mejora puede llegar a ser 0,064. Y no solo eso: la motivación predice un rendimiento académico mejor, menos condenas por delitos y mejores empleos. Los niños que presentan el llamado «furor por dominar» —un término acuñado por Ellen Winner para describir la motivación intrínseca de dominar la actuación en un ámbito dado— tienden a tener más éxito en cualquier campo, desde el arte hasta la ciencia. Si estamos motivados para aprender un idioma será más probable que lo consigamos. En general, aprendemos mejor algo nuevo si estamos motivados para ello. Hasta los recuerdos dependen de nuestro estado de motivación: recordamos mejor las cosas si estamos motivados en el momento de formar su recuerdo, fenómeno llamado «codificación motivada».

  Y luego, claro, está la pieza final: práctica y más práctica. Debemos complementar la motivación consciente con una práctica intensísima, de miles de horas. No hay más alternativa. Pensemos en el llamado «conocimiento experto»: un experto en cualquier campo, desde el ajedrez hasta la investigación policial, tiene una memoria superior en ese campo. Holmes conoce al dedillo el mundo del delito. Un jugador de ajedrez suele tener en la cabeza las jugadas de centenares de partidas y puede acceder a ellas al instante. Según el psicólogo K. Anders Ericsson, los expertos ven el mundo de una manera diferente dentro de su campo: ven cosas invisibles para el no iniciado, perciben de un vistazo lo que el ojo no entrenado pasa por alto, y ven los detalles como parte de un todo y saben al instante cuál es importante y cuál no.

    En realidad, ni el mismísimo Holmes habría nacido con el sistema que lleva su nombre al mando. Podemos tener la seguridad de que en su mundo ficticio nació igual que nosotros, con Watson encargándose de todo. Pero no quiso seguir así y enseñó a su sistema Watson a actuar según las normas del sistema Holmes, imponiendo la reflexión donde antes había acción refleja.

    La mayor parte de las veces actúa el sistema Watson, pero si somos conscientes de su poder podemos conseguir que no esté al mando con tanta frecuencia. Holmes ha convertido en un hábito la activación de sus sistema Holmes. Ha ido entrenando poco a poco a su Watson interior, que juzga las cosas con rapidez, para que actúa como el Holmes que todos conocemos. Por pura fuerza de voluntad y de hábito ha conseguido que sus juicios nstantáneos cedan ante una forma de pensar más reflexiva. Y al contar con esta base tan sólida solo tarda unos segundos en completar sus observaciones iniciales sobre Watson. Por eso Holmes lo llama intuición. pera la intuición precisa que posee Holmes se basa necesariamente en horas y más horas de práctica. Puede que un experto no siempre sea consciente de que sus intuiciones surgen de algún hábito, sea visible o no. Lo que Holmes ha hecho es descomponer y clarificar el proceso de convertir lo «caliente» en «frío», lo reflejo en reflexivo. Es lo que Anders Ericsson llama «conocimiento experto»: la destreza que surge de la práctica intensa y prolongada, no de alguna forma de genio innato. No es que Holmes naciera para ser el detective asesor supremo. Sucede que ha practicado su forma de ver el mundo con plena conciencia y que, con el tiempo, ha perfeccionado su arte hasta llevarlo al nivel que lo ha hecho famoso.

    Cuando el primer caso en el que han trabajado juntos llega a su conclusión, el doctor Watson elogia a su nuevo compañero por su logro: «Ha llevado [usted] la investigación detectivesca a un grado de exactitud científica que jamás volverá a ser visto en el mundo». ¿Qué elogio mejor que este? En las páginas que siguen, el lector aprenderá a hacer exactamente lo mismo con cada uno de sus pensamientos desde su aparición, como hizo Arthur Conan Doyle en su defensa de George Edalji o como hacía Joseph Bell al diagnosticar a sus pacientes.

Cuando Holmes inició sus aventuras la psicología aún se hallaba en su infancia y hoy estamos mucho mejor equipados de lo que él pudo soñar. Aprendamos a hacer un buen uso de este conocimiento.

                                                                   Citas

«Cómo demonios ha caído en la cuenta...», de Estudio en escarlata, capítulo 1: «Mr. Sherlock Holmes».

«Antes de poner sobre el tapete...», «Las innumerables cosas que a cualquiera le sería dado deducir...», «A semejanza de otros oficios, la ciencia de la deducción...», de Estudio en escarlata, capítulo 2: «La ciencia de la deducción».


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