La memoria y su contenido

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        El mismo día que Watson se entera de las teorías de su nuevo amigo sobre la deducción —lo de las cataratas del Niágara a partir de una gota de agua y todo eso— asiste a una demostración muy convincente de su poder: su aplicación a un asesinato desconcertante. Mientras Holmes y Watson se hallan sentados hablando de un artículo, se ven interrumpidos por un mensaje de Scotland Yard. El inspector Tobías Gregson pide a Holmes su parecer sobre un caso misterioso. Un hombre ha sido hallado muerto, pero «no ha tenido lugar robo alguno, ni se echa de ver cómo haya podido sorprender la muerte a este desdichado. Aunque existen en la habitación huellas de sangre, el cuerpo no ostenta una sola herida». Gregson añade: «Desconocemos también por qué medio o conducto vino a dar el finado a la mansión vacía; de hecho, todo el percance presenta rasgos desconcertantes». Holmes parte de inmediato a Lauriston Gardens en compañía de Watson.

     ¿Realmente es un caso tan singular? Gregson y su colega, el inspector Lestrade, parecen pensar que sí. «No se le compara ni uno solo de los que he visto antes, y llevo tiempo en el oficio», dice Lestrade. No hay ni una pista. Pero Holmes tiene una idea. «Entonces, cae de por sí que esta sangre pertenece a un segundo individuo... Al asesino, en el supuesto de que se haya perpetrado un asesinato», dice a los dos policías. «Me vienen a las mientes ciertas semejanzas de este caso con el de la muerte de Van Jansen, en Utrecht, allá por el año treinta y cuatro. ¿Recuerda usted aquel suceso, Gregson?»

Gregson confiesa que no.

     «No deje entonces de acudir a los archivos. Nada hay nuevo bajo el sol... Cada acto o cada cosa tiene un precedente en el pasado.»

     ¿Por qué Holmes recuerda a Van Jansen y Gregson no? Es de suponer que en el pasado los dos debieron de tener conocimiento de ese caso: después de todo, Gregson ha tenido que estudiar y formarse para ocupar su puesto actual. Uno de los dos lo ha retenido por si algún día le pudiera servir; pero para el otro es como si nunca hubiera existido.

      También esto nos habla de la naturaleza del desván del cerebro. Cuando se halla bajo el control del sistema Watson es como un gran revoltijo donde no brilla la luz de la atención. Puede que Gregson haya sabido de Van Jansen, pero le ha faltado la motivación y la presencia necesarias para retener ese saber. ¿Por qué habría de preocuparse por casos tan antiguos? En cambio, Holmes toma la decisión consciente y motivada de recordar casos pasados; nunca se sabe cuándo pueden venir bien. En su desván no se extravía ningún conocimiento. Ha tomado consciente mente la decisión de dar importancia a esos detalles, una decisión que se refleja en qué, cómo y cuándo recuerda algo.

     Se podría decir que la memoria es el punto de partida de cómo pensamos, de cómo establecemos nuestras preferencias, de cómo tomamos decisiones. El contenido del desván es lo que distingue la mente de una persona de otra cuyo desván tenga la misma estructura. Cuando Holmes habla de amueblar el desván de una manera adecuada se refiere a la necesidad de elegir con cuidado las experiencias, los recuerdos y los aspectos de nuestra vida que queremos conservar (el mismo Holmes no habría existido como lo conocemos si sir Arthur Conan Doyle no hubiera recordado sus experiencias con el doctor Joseph Bell cuando creó el personaje). Para Holmes, todo inspector de policía debería recordar casos pasados, incluyendo los más confusos: ¿o es que no forman, en cierto sentido, el conocimiento más básico de su profesión?

     Cuando la memoria se empezó a estudiar se creía que estaba formada por «engramas», huellas de recuerdos situadas en unos lugares concretos del cerebro. Con el fin de localizar uno de estos engramas —concretamente, para el recuerdo de un laberinto— el psicólogo Karl Lashley enseñó a unas ratas a recorrerlo. Después les extirpó distintos fragmentos de tejido cerebral y las volvió a colocar en el laberinto. Aunque la función motora de algunas ratas se deterioró —las hubo que hicieron el recorrido cojeando o arrastrándose medio atontadas— ninguna llegó a olvidar el recorrido por completo y Lashley concluyó que un recuerdo concreto no se almacenaba en un único lugar, sino en una red neuronal interconectada, algo que a Holmes le sonaría muy familiar.

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