entorno y el poder de lo incidental

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      En el caso de Mary Morstan —o de la persona desconocida de la fiesta

— hay unos detalles del aspecto físico que activan unos prejuicios, unos detalles que son intrínsecos a la situación. Sin embargo, en otras ocasiones los prejuicios son activados por factores que no tienen relación con lo que estamos haciendo y que son bastante traicioneros. Aunque pueden escapar totalmente a nuestra conciencia —y en muchas ocasiones por esta misma razón— y ser irrelevantes para lo que estamos haciendo, quizás influyan en nuestro criterio con gran facilidad y de una manera muy profunda.

         El entorno nos «preactiva» —nos predispone o prepara— a cada instante. En «El misterio de Copper Beeches», Watson y Holmes viajan en tren y cuando se acercan a Aldershot Watson ve pasar las casas por la ventana.


                —¡Qué hermoso y lozano se ve todo! —exclamé con el entusiasmo de quien acaba de escapar de las nieblas de Baker Street.

               Pero Holmes meneó la cabeza con gran seriedad.

              —Ya sabe usted, Watson —dijo—, que una de las maldiciones de una mente como la mía es que tengo que mirarlo todo desde el punto de vista de mi especialidad. Usted mira esas casas dispersas y se siente impresionado por su belleza. Yo las miro, y el único pensamiento que me viene a la cabeza es lo aisladas que están, y la impunidad con que puede cometerse un crimen en ellas.

    Holmes y Watson miran las mismas casas, pero lo que ven es totalmente diferente. Aunque Watson llegara a adquirir las dotes de observación de Holmes, la experiencia inicial seguiría siendo diferente porque los recuerdos y los hábitos de Watson no solo son totalmente distintos de los de Holmes: también son distintos los estímulos del entorno que atraen su mirada y determinan la dirección de su pensamiento.

      Antes de que Watson prorrumpa en sus exclamaciones de admiración por las casas que ve desde el tren, el entorno ya ha preactivado su mente para que piense de una manera dada y se fije en determinadas cosas. Mientras se hallaba sentado en silencio en el compartimento del tren ha percibido el atractivo del paisaje, del «hermoso día de primavera, con un cielo azul claro, salpicado de nubecillas algodonosas que se desplazaban de Oeste a Este». Lucía un sol muy brillante y «el aire tenía un frescor estimulante que aguzaba la energía humana». Y entonces, entre la vegetación nueva y reluciente de la primavera, aparecen las casas. ¿Qué hay, entonces, de sorprendente en que el mundo que ve Watson esté bañado en un resplandor de optimismo? Lo agradable del entorno inmediato preactiva en su mente una actitud positiva.

     Pero esa actitud mental es totalmente irrelevante para la formación de otros juicios. Las casas seguirían siendo las mismas aunque Watson estuviera triste y deprimido: solo cambiaría su forma de percibirlas (podrían parecerle grises y solitarias). En este caso concreto importa muy poco la impresión que tenga Watson de las casas. Pero, por poner un ejemplo, ¿y si tuviera esa impresión tan positiva antes de acercarse a una para pedir usar el teléfono, para realizar una encuesta o para investigar un delito? En este caso, la seguridad de las casas adquiere mucha más importancia. ¿O es que nos gustaría llamar a una puerta —sobre todo estando solos— si existiera la posibilidad de que quien nos la abra no abrigue buenas intenciones? Más nos valdrá haber acertado al juzgar la casa solo porque hacía un día espléndido. Igual que debemos tener presente la influencia inconsciente que pueden ejercer en nuestro juicio los contenidos del desván mental, también debemos tener muy presente la influencia que puede ejercer el mundo exterior. El hecho de que algo no se encuentre en el desván no significa que no pueda hacer mella en nuestro juicio.

      Los entornos «objetivos» no existen. Solo existe nuestra percepción de ellos, una percepción que depende en parte de las formas habituales de pensar (la actitud de Watson) y en parte de las circunstancias inmediatas (el día primaveral). Pero nos cuesta tomar conciencia de la influencia que pueden llegar a ejercer los filtros del desván en nuestra manera de interpretar el mundo. En cuanto a ceder al encanto de un día soleado de primavera no cabe culpar a Watson de ello porque se trata de una reacción de lo más habitual. El tiempo es un «preactivador» muy poderoso que nos influye muchísimo aunque no nos demos cuenta de su impacto. Muchas personas dicen que se sienten más felices y satisfechas en general en los días soleados que en los días lluviosos. Y no tienen conciencia de esta relación: se sienten más realizadas cuando ven el sol brillando en el cielo azul, el mismo que ve Watson por la ventana del tren.

¿CÓMO PENSAR COMO SHERLOCK HOLMES?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora