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—Está aquí, la hemos encontrado hace semanas, iba de encamino a la comisaría. — pronunció con suavidad el chico que se mantenía en el fondo de la habitación. Sus ojos se mantenían oscuros por el siniestro deseo que estaba conteniendo — es exactamente igual a usted, debo decir.

Las palabras de Adriaen se fueron al fondo de mi cabeza, a ese lugar oscuro donde una niña con cabello rojizo se reía entre mis brazos, estremeciendo mis recuerdos y haciendo doler mi cabeza de manera agónica. Nuestros ojos conectados, y los suyos siendo idénticos a los míos. Ya no era una niña, y las fotografías frente a mi confirmaban las palabras de Adriaen.

«Sus ojos son iguales»

—¿Cómo procedemos? — preguntó, plantándose a mi lado. Su respiración era lenta, suave, tranquila. La mía era rápida, pues pensaba con la misma rapidez qué hacer a continuación.

«¿Cómo se hace sentir la oscuridad?»

Pronto el plan trazado apareció en mi cabeza, y con una sonrisa en mis labios observé la pieza que se mantenía reluciente en la vitrina.

«Mi corona»

—Lo haré el día de la hoguera. — mientras un suspiro salía de mis labios, observé con mucha más atención el símbolo de poder que representaba aquella maravillosa pieza. —Sigue vigilándola. No puedo permitir que se aleje. No de nuevo.

—¿Por qué es tan importante?

Aquella pregunta siempre se repetía. Y siempre le daba la misma respuesta: mi silencio. Sin embargo, aquella tarde en la que el frío cubría el pueblo con mayor intensidad, se lo conté:

—Ella fue y sigue siendo la máxima representación de poder.

El reflejo de mi sonrisa manchada de rojo en el vidrio de la vitrina fue lo que necesité para convencerme de que aquello era necesario, nadie más lograría apartarme de lo único que me separaba del control total.


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