Capítulo 2.

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—¡Mia! — grité, corriendo por la acera de la calle mientras perseguía a mi amiga, que como de costumbre, se mantenía histérica por haber puesto un pie en la calle una hora tarde.

Eran alrededor de las seis y treinta de la mañana e íbamos corriendo porque llegábamos tarde al trabajo. Un suceso que, aunque estúpido, ocurría mucho más seguido de lo que a ella le gustaría. Desde hace un año, cuando por fin terminamos el aburrido instituto, habíamos decidido entrar a trabajar en aquel bizarro lugar, y todas las mañanas desde entonces me preguntaba si debía estar corriendo como una desquiciada a esas horas, o debía estar dormida en la comodidad y calentura de mi cama.

Observé a mi amiga en la distancia, su mata de cabello café se veía borrosa.

«Es miopía»

No volví a gritar su nombre, pues las personas que había en la calle empezaban a observarme con una ceja elevada y una profunda mueca de confusión.

Las calles permanecían frías, las grietas seguían ahí y los árboles descuidados del bosque también siendo un presente recordatorio de todas las cosas pésimas que el gobierno del actual alcalde tenía. Pero había algo diferente. Extrañamente, a grandes intervalos, había guardias. De esos que pertenecían al ejército del alcalde, de esos que llevaban armaduras rojas con dorado y largas espadas envainadas en su cintura. Había visto a algunos por el pueblo alguna vez, en ocasiones importantes donde el consejo real daba algún comunicado, o quizá solo haciendo reportes para el alcalde, pero nunca había visto tantos en un solo lugar, la ausencia del alcalde significaba su ausencia también.

Las armaduras brillaban con el sol, era incluso bonito observar lo increíblemente contrastante que eran con el entorno que los rodeaba, ese bosque deprimente y gris que había en el fondo. Los observé un poco más, hasta que mi cerebro se dio cuenta de que uno de ellos me observaba.

Las personas eran indiferentes a los grandes soldados al otro lado de la calle que vigilaban todo cuanto podían. Y el que me observaba, solo hizo eso, me repasó de arriba abajo y luego, antes de que pudiera seguir con mi camino hizo una señal. Movió dos de sus dedos en su frente, saludando.

Por un momento reconocí el gesto, pero luego pensé en lo imposible que era que un guardia del alcalde supiera de mi existencia y, además, que ese guardia supiera como llamar mi atención. Me giré y seguí con mi camino, ignorando la situación.

Al llegar a los escalones que daban entrada a las puertas de la comisaria, estaba cansada, sudada y unas gigantes ganas de vomitar se agolpaban en mi pecho. Era frustrante y al mismo tiempo me quería tirar en el suelo solo para que mi respiración se calmara. Al final, terminé entrando luego de apoyarme por más de media hora en los barandales de las escaleras mientras tomaba profundas bocanadas de aire.

—Buen día, Stacey — escuché que decía uno de los oficiales cuando entré finalmente a la comisaria. Era moreno y tenía una sonrisa ladeada en sus labios— Tavish te está esperando en su oficina, y adivina, no tiene buen humor.

Sonreí con los labios apretados.

—Lo imagino, Jess.

El oficial se dio la vuela luego de entregarme unos papeles ordenados en una carpeta blanca, quise revisarlos, pero entendía que mi puesto en la comisaria no me daba ese privilegio. Suspiré y acepté mi triste y devastador destino.

Al interior de la oficina estaba Mia, quien pareció molesta conmigo por haberla dejado sola y a cargo del regaño de nuestro apreciado jefe. Sonreí.

—Lo siento— moví la silla de mi escritorio y luego de observar la cantidad de papeles y carpetas, y de haber puesto una mueca de desagrado, me senté— estaba afuera intentado no morir por falta de aire.

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