Capítulo 24.

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El corazón empezó a retumbarme con fuerza dentro de mi pecho, el sonido ensordeció mis oídos y solo me mantuve mirando a las personas frente a mí con ausencia.

«Mi princesa»

Mi cabeza trataba de hacerme reaccionar, pero yo simplemente me había quedado ahí paralizada, observando como los labios de Steve se movían aparentemente diciendo palabras que luego no recordaría, porque mi cabeza seguía congelada en las dos palabras que había dicho en francés. De hecho, mi cabeza estaba congelada desde el momento en el que Dave me había entregado a los guardias del alcalde, mi corazón se había quedado allí también.

Seguí sin prestar atención a Steve, en su lugar me limité a mirar a los mellizos, quienes seguían mirándome serios.

Por un lado, Scarlett: semblante serio, frío, sin ningún tipo de emoción reflejada, sabía que estaba haciendo un gran esfuerzo, pues no era de mantener su rostro en esa seriedad por mucho tiempo, sus delicadas facciones se veían en contraste con lo que sus ojos reflejaban. Su cuerpo esbelto envuelto en un conjunto de dos partes, una chaqueta de mangas largas y hombreras con decoraciones áureas que se esparcían por las mangas y por el pecho. Dentro, su blusa era dorada con un laso elegante en el inicio de sus pechos. En la parte de abajo un pantalón corto con cintura alta, de color negro, color que compartía con la tela de la chaqueta.

Por el otro lado, Scolly. Este scolly era más distinguido. Su mano derecha permanecía metida dentro del bolsillo de su pantalón de tela negra, mientras que la otra estaba colgando, y se hallaba adornada con anillos de oro, algunos más gruesos que otros. Su camisa en la misma tonalidad del pantalón iba desabrochada en los primeros botones, sin saco, sin corbata. Era elegante pero desenfadado, y muy estiloso. Las mangas estaban recogidas en un gesto despreocupado hasta sus codos y de su cuello colgaban alrededor de tres cadenas resplandecientes.

Era la primera vez que lo veía utilizando joyas que además se veían costosas y finas.

—¿No hablas? — cuestionó Steve, con cortesía, pero con un claro tono de superioridad flotando en sus palabras.

Me mantuve serena de cara al exterior porque por dentro, mi corazón seguía retumbando con fuerza y mi cabeza se estaba quedando sin energía de tanto buscarles respuestas a las preguntas que ella misma creaba. Alcé una ceja con fingida determinación y por fin, pude decidirme a mirar sus ojos.

Verdes, fríos, calculadores.

—¿Cómo podría? — pronuncié por fin, esforzándome a no parecer nerviosa — me han traído aquí a la fuerza.

Steve ladeó un poco la cabeza, una sombra de sonrisa apareció en sus labios. Mantuve firme mi mirada en él. Tenerlo así de frente, tan cerca, sintiendo el aura pesada y negativa que salía de él, era todo un suceso, pues, aunque lo había visto ya en la hoguera, verlo así, rodeado de lujos y del poder que su título noble le otorgaba, era simplemente abrumador.

—Aquí es donde debes estar— susurró después de analizar mi respuesta, el tono que había usado, y mi actitud para con él— te habrías negado de haberlo razonado.

—Exacto— di un paso adelante— lo habría hecho, porque de tantos lugares en el mundo, el último donde pensaba estar un bonito domingo como este era en la casa del ausente alcalde de Grier.

¿Era domingo?

Lo cierto era que había perdido el sentido del tiempo desde que había llegado a la cabaña, sin embargo, recordé haber observado en la cabaña antes de que todo se torciera el calendario que estaba dispuesto en la cocina. El veintiséis de octubre refulgió cuando lo miré y, además, estaba encerrado en un círculo hecho con tinta de bolígrafo.

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