el parto

913 140 21
                                    


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Gritos ásperos y llenos de dolor inundaron aquel vagón durante tres días enteros. Sollozos y súplicas; sal, sal, sal, por favor. No fue hasta el cuarto día que el horror se fue a su punto máximo.

El 20 de Abril, la sala acolchada que una vez había sido blanca ahora estaba coronada con rojo debido a sus manos. Entre todo su dolor, Amelia había medido su dilatación, no llegando ni a los diez centímetros aún. 

Apretó su camisón con rabia mientras caminaba alrededor, gritando de dolor mientras se apoyaba en las paredes, sollozando.

—Necesito a mi mamá —balbuceó—. Mamá, mamá, mamá. 

Estaba toda sudada, con la cara enrojecida del esfuerzo por hacerlo salir. Su camisón una vez blanco ahora estaba manchado de sangre de la pelvis para abajo. Se dejo deslizar por una de las paredes, sintiendo como el bebé se seguía estirando, también deseando salir. 

Sus cejas estaban casi entrelazadas entre sí, llenando una expresión de puro terror jamás vista en su rostro. Su mano ahuecó su vientre, las lágrimas creando una cascada.

—Falta un mes para que nazcas —murmuró—. No puedo dejarte nacer aquí. 

Sin embargo, el bebé pateó con mucha más fuerza, arrancándole un grito de dolor al sentir como rompía aún más su costilla. Arqueó su espalda, colocando una mano en su cadera mientras se levantaba, apretando los dientes con rabia.

—Gritar no hará que llegue más rápido, sabes.

Giró su cabeza con fuerza, generando un ruido horrible proveniente de su cuello y de su cabello húmedo chocando contra la pared. En el costado, la imagen semi borrosa de su abuela se presentó ante ella con una sonrisa. Su rostro se suavizó, pero se vio destruido por una contracción aún más fuerte.

—¿Ya estoy alucinando? —balbuceó—. ¿Tanta es la pérdida de sangre? 

Soltó un grito ahogado, apretando su pelvis con una mano mientras tensaba las piernas. Un chorro de líquido salió combinado con sangre, haciéndola sollozar.

Ya, ya, cariño —se colocó a su lado, acariciándole el pelo. La caricia se sintió casi real, a lo que mordió su labio, rindiéndose ante ella—. Ya sé que duele. El parto es nuestro campo de batalla, flaquita

Me duele, abue. Me duele. No voy a poder. 

Sí, sí vas a poder —corrigió suavemente—. Vas a poder por ese hijo que cargas en tu vientre. 

En otro lado, Stiles escuchaba como los compañeros de su amada se volvían locos, significando solo una cosa; estaba adolorida. Volviendo a Amelia, estaba recostada contra la pared, las piernas abiertas y dos cámaras ya rotas por sus gritos. Su abuela acariciaba su pelo y besaba su mejilla sudada sin asco. 

𝐬𝐞𝐫𝐞𝐧𝐝𝐢𝐩𝐢𝐚, saga: merakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora