𝗦𝗲𝗿𝗲𝗻𝗱𝗶𝗽𝗶𝗮 /serendipity/ Del inglés, adjetivo
utilizado para describir un hallazgo valioso
que se produce de manera accidental o casual.
teen wolf au
stiles x amelia
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Stiles sabía todas las palabras para los sentimientos inexplicables, las usaba varias veces al día aún. Había sido su fijación a los trece años, y desde ahí jamás se las había olvidado. Por ejemplo, con la manada sentía el sentimiento sonder; el comprender que cada persona tiene una vida tan intensa y compleja como la suya. Con Amelia, le ocurría la opia; la extraña necesidad invasiva y vulnerable de mirar a alguien a los ojos.
Tenía una fascinación por ponerle nombre a cada una de sus emociones complejas, y con el paso del tiempo, le gustaba ponerle nombre a las de Amelia también; ella jamás le presentó quejas, y hasta disfrutaba distraerse con eso. Cuando revivió con su corazón latente de nuevo, descubrió tener rubatosis; la inquietante conciencia de sentir el propio latido del corazón. Sentía también la exulansis; la tendencia a renunciar a hablar acerca de una experiencia porque la gente es incapaz de entenderla. Ambos coincidían en dos sentimientos; ellipsism (la tristeza de no tener la capacidad de saber el cómo terminará esa historia) y altschmerz (cansancio hacia los problemas y defectos que siempre tuvieron).
Rodeado de sus amigos, Stiles sentía dos cosas; monachopsis (la sensación sutil pero persistente de estar fuera de lugar) y mauerbauertraurigkeit (el impulso inexplicable de alejar a la gente). Todos ellos hablaban, pero ninguno parecía escucharse, compartiendo la misma desesperación (recordó que eso también tenía nombre; anecdoche).
—Todos concordamos que es Monroe quien ordenó esto —habló Scott—, pero no podemos ir contra ella. No ahora. Si es que tiene a Amelia, descargará la ira contra ella.
—Debemos averiguar donde la tiene —discutió Liam—. Yo digo que vayamos contra ella.
Allison concordó con él, y pronto Corey y Theo se sumaron a su posición.
—No podemos apuntar contra Monroe directamente —negó Lydia.
—Eso es lo que haría Amelia.
—Amelia no está aquí —habló él, callándolos a todos. Se levantó del sofá, sorbiendo su nariz mientras se acercaba a la mesa, observando el mapa de Beacon Hills—. No la tiene en el pueblo.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque Rafael festejó su matrimonio en San Francisco. No se la pudieron haber llevado tan lejos. No les conviene. Entre San Francisco y Beacon Hills hay una distancia de 4 horas y media en auto. Tiene que estar en el medio de ambos.
Sacó el mapa más grande; siguiendo las líneas, recorrió con el dedo varios pueblos en el medio de ambos. Apretó los labios.
—Hay muchas opciones. No podemos recorrerlos todos —murmuró Lydia—. Necesitamos a Ruth.
—Ya la llame. Están llegando.
—¿Están?
—Viene con la parte principal del aquelarre —explicó—. Llamen a Derek, a Peter, a todos los que faltan.