Joseph sabía que Daniel estaba llorando. Aunque no pudiera verlo, ni escucharlo.
Esa noche, terminó durmiéndose a las cuatro de la madrugada, solo una hora después de que lo hiciera Daniel. Los pensamientos y emociones del joven, que se expresaban en esos aromas embriagantes dulces, lo mantuvieron mareado a la par de saturado. A Daniel nunca le habían enseñado a reprimir. Tenía el corazón totalmente diáfano.
«Y el alma desagradablemente cálida», pensó Joseph.
Y seguía llorando.
Ese maldito perro sigue llorando, gruñía el lobo en su consciencia.
Podía comprender lo que expresaba la criatura: estaba llamando a su familia. Al parecer no comprendía que se habían ido.
Y aparte, ahora, a Muriel.
Antes de quedarse dormido, Joseph, pensante, decidió que jamás se vincularía a nadie externo. Y sintió cierto temor por su hermana mayor que sí lo estaba, hace años, de su esposo Carlos.
(...)
Todo lo que veía Daniel, eran hojas de otoño.
En el suelo; en los árboles, y no tan solo en las copas de estos, las ramas y troncos también estaban hechos de hojas de otoño naranjas, secas y de todos los tamaños y formas; también las montañas a lo lejos... y en dos figuras humanas altas, frente a frente, discutiendo, a veinte metros de dónde se encontraba.
Desde el oeste, una ráfaga de viento arremetió con el paisaje onírico otoñal, barriendo el suelo, la vegetación y una de las figuras humanas hechas de hojas. Daniel apretó los ojos con fuerza.
Cuando los abrió, vio a su tío Gastón frente a él.
—Dios santo, Daniel, aquí estás... Hijo mío, aquí estás —dijo el hombre en una bocanada de aire, y estrechó a Daniel entre sus brazos.
El chico comenzó a llorar y abrazó con igual fuerza a su tío.
Luego de unos segundos, dónde el sentimiento de alivio hizo sonreír contento a Daniel, su tío se separó, lo tomó de los hombros, y dijo angustiado:
—Dani, escúchame, no hay tiempo, no puedo quedarme contigo, pero por favor acuérdate de esto: no confíes en ese hombre, sé que no lo parece, pero él es malo, el lobo es malo y solo te harán daño... Aléjate de él, grábatelo en la memoria Daniel, por favor.
—¿Qué...? Pero... Tío...
Gastón se disolvió. Todo se disolvió.
Y Daniel despertó.
(...)
Joseph acostumbraba a ignorar sus pensamientos, pues era consciente de que eran intrusivos. Lo atribuía a su parte animal. A la amarga, fría, irritable, cruel, egoísta y solitaria personalidad del lobo.
Joseph, el humano, era reservado. Quizá muy reservado. Quizá algo más que reservado, teniendo en cuenta que hace casi un lustro había decidido recluirse por voluntad propia en las profundidades de un bosque desolado casi en su totalidad. Pero, al contrario de lo que sus conocidos más íntimos y parientes lejanos creían, nunca perdió el contacto con su familia nuclear. Aparte de las visitas semestrales (a veces anuales), siempre mantenía llamadas con su madre y sus sobrinos.
Los correos de negocios que debía responder a sus hermanos debían contar también, supuso.
Aunque siempre quiso, no podía desistir del negocio familiar. Y Jesús y Kamala, sus hermanos mayores, se encargaban de recordárselo a menudo cuando lo contactaban para que revisara e hiciera su parte de las finanzas y demás papeleo, siempre alegándole de que retrasaba los proyectos, y que sería mil veces más fácil si al igual que ellos, tuviera su oficina en Santiago.
ESTÁS LEYENDO
CAPU - La Mordida De Muriel
WerewolfAl irse de su pueblo natal, Daniel emprende un viaje hacia la Patagonia, donde espera encontrar a su tío. Pero sus planes se ven alterados fugaz e irremediablemente cuando tras el ataque de unos lobos queda vinculado a uno de ellos. Y eso no fue lo...