Joseph no ocupaba su auto desde noviembre del año pasado, para ir hasta Coyhaique, hace casi siete meses.
Empezaba su ruta manejando hasta el final del camino de tierra, que lo dejaba en el Puerto Bahamondes —el punto de partida de Daniel cuando entró al bosque—, desde donde comenzaba a conducir por la carretera austral pasando por Villa O'higgins hasta el Río Bravo, que cruzaba en barcaza. De ahí, seguía manejando, luego tomaba otra barcaza y volvía a manejar. Aquel viaje lo hacía una vez al año, a veces dos, y siempre le tomaba al menos un mes, ya que le gustaba detenerse en los muchos parajes y localidades del sur. En la ciudad, visitaba a sus parientes en las fiestas de fin de año y se abastecía de víveres que no necesitaba, ya que la verdad es que en su gran despensa siempre tenía suficiente comida para al menos tres años. Pero Joseph sabía que necesitaba cambiar de aire e interactuar con personas cada cierto tiempo, para no volverse loco viviendo siempre tan aislado del mundo.
Y para comprobar que su más recurrente delirio de no haberse enterado de ser el último hombre en la tierra hace meses era irreal, porque aunque tenía internet, no se fiaba de este para cerciorarse de esa posibilidad.
Comenzó a pensar en todo eso ya que Daniel, quien le había significado una caótica pero memorable interacción humana ya se iba. Y realmente no sabía cuando tendría otra, aparte de la del doctor Óscar y sus ahijados.
Al mediodía, estacionó el Sedán rojo frente a la galería de la casa. Daniel se subió a la parte del copiloto, se había puesto unos jeans, una camisa celeste que Joseph le había regalado una chaqueta. Llevaba el cabello húmedo por la ducha. Puso su mochila entre sus piernas y juntó sus manos dejándolas caer en su regazo.
Joseph se subió al auto y lo miró.
—¿Ya?
Daniel meditó un segundo.
—¿Está seguro que es ahí? —volvió a consultarle a Joseph, nervioso.
—No cien por ciento. Pero como te expliqué, son la única familia que aparte de mí viven en este bosque, por lo que sé. Ellos deben ser quienes te corretearon esa noche.
Omitió el hecho de que para él también eran "los putos lobos territoriales de la zona oeste", para no causar más pánico a Daniel.
Daniel le creía. Confiaba en él. Y había entendido a la perfección cuando le había explicado eso mismo minutos atrás, pero quería ganar tiempo, retrasar llegar a ese lugar cuánto le fuera posible.
Pero no pudo hacer nada más cuando Joseph condujo el auto por una ladera dónde empezaba el camino de tierra.
Daniel se volvió y miró por última vez la cabaña, antes de que desapareciera.
(...)
Aunque el camino fuera solo uno, estaba impregnado del olor del lobo blanco, Daniel lo podía sentir y se lo hizo saber a Joseph, cosa que en parte era buena noticia, ya que iban en la dirección correcta.
Hace media hora que iban en el auto, había sido difícil para Daniel concentrarse, seguir rastreando el olor y no confundirse ni distraerse con todos los otros presentes en el bosque, más el de Joseph a su lado.
No sabía absolutamente nada de la persona que buscaba, nada por la que reconocerla, salvo ese olor, que le evocaba la imagen de la nieve más pura..., pero a la vez sucia y con un picor a sangre.
Daniel seguía pensando que no podía ser peor.
Quizá solo si el lobo no lo aceptaba. Si tampoco le tenía una explicación del hecho. Si su familia lo rechazaba. O si simplemente no le dieran importancia y deshicieran de él.
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CAPU - La Mordida De Muriel
LobisomemAl irse de su pueblo natal, Daniel emprende un viaje hacia la Patagonia, donde espera encontrar a su tío. Pero sus planes se ven alterados fugaz e irremediablemente cuando tras el ataque de unos lobos queda vinculado a uno de ellos. Y eso no fue lo...