La madrugada del sábado. Tuvo el mismo sueño.
Comenzó de la misma forma, en el bosque de hojas de otoño que, está vez, sí tenía superficie, Daniel la podía ver; era nieve. Nieve que se mezclaba con las hojas, cristalizaba algunas y se derretía entre los cúmulos de estas.
Hacía frío.
A los lejos vio a las figuras humanas, que ahora eran tres, y reconocibles: Gastón, Marta y Muriel, quienes conversaban. Daniel sintió mucha duda, no entendía cómo es que ellos se pudieran conocer.
De repente, Muriel divisó a Daniel a lo lejos.
Su tío y la mamá de Muriel se esfumaron, deshaciéndose en nieve y hojas de otoño.
Muriel comenzó a acercarse a él. Y Daniel, después de un momento, también. . A medida que avanzaban, las hojas de otoño fueron desapareciendo cada vez más.
Se detuvieron cuando estuvieron a un metro y medio. Muriel era esbelto, un poco más alto que él. Iba vestido con unos jeans, una camisa blanca y la chaqueta de cuero café. Su cabello era corto y castaño claro, tenía un barba incipiente del mismo tono y una mandíbula cuadrada. Mantenía una expresión seria y fría que contrastaba con la suavidad de sus rasgos. Todo concordante a las fotos que le había mostrado y dado Marta esa vez en su casa.
Todo excepto sus ojos. En el papel, no se lograba apreciar el color de estos; un azúl opaco, pero a la vez brillante, que parecía casi gris.
Daniel comenzó a temblar, por controlar el impulso de saltar a sus brazos que le demandaba su instinto. Capu saltaba de alegría en su interior y sentía calor en las extremidades, pero a la vez, el aire frío mantenía que tuviera congeladas las manos y congelados los pies.
Muriel lo miró de pies a cabeza al igual que él.
Daniel se cruzó de brazos, y tragó saliva. Al ver que no iba a hablar, se hizo de valentía.
—¿Por qué me marcaste? —preguntó con la voz temblorosa, pero haciendo el esfuerzo de demostrar su devastación y descontento con el hecho.
—No quería hacerlo... De verdad no quería hacerlo.
Aquella respuesta pareció ser honesta, pero no demostraba arrepentimiento realmente.
Muriel se acercó más, Daniel rápidamente retrocedió, pero el otro joven agarró su brazo con su mano, impidiéndolo.
—Ven conmigo —habló bajito. Casi susurrando, lo que hizo sentir a Daniel que se le erizaba el vello de la nuca.
Quiso zafarse de su agarre, pero Muriel lo afianzó más, atrayéndolo a sí, hasta que su frente chocó con la del moreno. Daniel suspiró y posó sus manos en el pecho del joven, intentando alejarlo, pero este siguió pegándolo a él, ahora, envolviendo su cintura con su brazo y sujetándolo desde la espalda con su mano entremedio de sus omoplatos. Tacto que hizo a Daniel cerrar los ojos y afligir el ceño.
No quería tenerlo cerca... Pero a la vez, la necesidad de hacerlo era insufrible. Era como... sed.
Una sed mortal.
—Ven conmigo Daniel. Y aléjate de él.
Joseph...
Joseph a colación otra vez. Daniel lo supo. Lo supo y otra vez no entendió.
—Pero... ¿por qué...?
Muriel selló sus labios con los suyos. Daniel siguió forcejeando con más desespero para librarse del castaño. Pero este tenía fuerza, y poder sobre él.
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CAPU - La Mordida De Muriel
Hombres LoboAl irse de su pueblo natal, Daniel emprende un viaje hacia la Patagonia, donde espera encontrar a su tío. Pero sus planes se ven alterados fugaz e irremediablemente cuando tras el ataque de unos lobos queda vinculado a uno de ellos. Y eso no fue lo...