15 "Mellizo sur"

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Ya habían pasado diez minutos desde que Daniel había entrado al taller de Joseph. Continuaba viendo todo cuánto había a su alrededor, muy inmerso y curioso ante todo.

Había artesanías de todo tipo: telares con formas tribales; tallados en madera y piedra como tablas para picar, barcos de juguete y cuadros con relieve y morteros; objetos tejidos en mimbre, cestas, paneras, canastos y bandejas; también unas maquetas de retablos, relojes con forma de palafitos, casitas de colores y unas hermosas pérgolas con flores diminutas tejidas a mano.

Era un trabajo hermoso que tenía a Daniel fascinado, sencillamente. Joseph era increíble. Era...

«... Muy bacán», concluyó. Como siempre esa palabra lo expresaba a la perfección.

El perro, ni siquiera tenía palabras para hacerlo. Estaba completamente encantado y sumido por el ambiente. Si hubiera estado materializado en el cuerpo de Daniel, habría ido a los pies de Joseph y recostado a su lado, deseando acompañarlo para siempre.

En ese momento, Daniel infirió que Joseph estaba probando la greda. Estaba sentado frente a un alfarero, donde estaba moldeando un jarrón. Alrededor suyo más cercano, había muchos objetos hechos de greda, como tazones y pocillos. Algunos estaban secando, otros tenían capas de arcilla roja.

Cuando Daniel ya terminó de observar las cosas, se sentó en una silla de mimbre bajo la ventana y se quedó mirando al mayor.

—Qué lindo todo. —Le resultó gracioso entonces, el hecho de realizar que en todo ese rato no hayan dicho ni una palabra, y que Joseph, pareciera haberlo ignorado, incluso.

El hombre no contestó.

—¿Tú has hecho todo?

—Ajá —afirmó Joseph, acercándose más al jarrón, para hacer unos detalles en la base—. Me gusta hacer artesanías. De todo tipo. He probado hacer muchas cosas.

—Qué bacán... Entonces, ¿esta es tu profesión?

—No. Soy ingeniero comercial. Pero esto es a lo que me dedico ahora.

Daniel se sintió emocionado de que la conversación estuviera fluyendo bien, e intuyó que seguiría en ese hilo, que le permitiría conocer más a Joseph.

—Aún trabajo en el negocio de mi familia, en todo caso.

—Oh... comprendo. Entonces, ¿trabajas a la distancia?

—Sí, con mis hermanos.

—¿Tienes hermanos?

—Dos. Mayores.

—Oh... tú eres el menor...

—Sí, mi familia es vieja.

Daniel sonrió. Joseph lo miró por el rabillo del ojo.

—Por cierto... ¿Qué edad tienes Daniel?, te lo he querido preguntar todos estos días.

—Oh, yo igual —Daniel se sobresaltó un poco—. Bueno, tengo veinticuatro.

—Mmh.

—¿Y tú?

Joseph hizo una pausa. De repente no quiso contestar. Y es que por un instante, sintió envidia. Una envidia realmente injustificada. Daniel era tan joven aún, joven y jovial, que son dos cosas distintas. Joven y con toda una vida por delante.

He ahí la parte injustificada.

—Treinta y tres.

—Ah... —Daniel tragó saliva y metió sus manos en el polerón.

Sintió las cosas que se había metido en el bolsillo otra vez. El jockey, la carta de su tío y el dulce.

Se paró, decidido a partir con lo más fácil.

CAPU - La Mordida De MurielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora