Después de levantar la mesa, salieron al exterior del lado izquierdo de la casa.
Cuando estuvieron parados frente al otro, Daniel se quedó pensativo.
—Vale —dijo y tragó saliva—. Ummm...
—¿No te tienes que sacar la argollita? —le preguntó Joseph mientras desabrochaba los botones de su camisa.
—¡Oh!, ¡sí! Gracias por recordarme —dijo Daniel exaltado y sacó el piercing de su cartílago.
A continuación suspiró. Debía superar la vergüenza ahora o nunca.
Se desabrochó el botón del jean y bajó el cierre, luego se quitó la polera blanca que traía, enredándose un poco en el acto. De inmediato sintió frío y la mirada de Joseph en su cuerpo.
Tomó aire y lo más rápido que pudo se terminó de sacar sus prendas inferiores, y se transformó.
Transformarse era... cómo despertar. Y algo mareante. La visión se tornaba mucho más baja, pero el mundo parecía expandirse inmensamente.
De inmediato sintió el tacto de la tierra con las almohadillas de sus patas; escuchó el crujir de millones de hojas, percibió el olor a humedad del musgo trepando por las cortezas; observó a los estimulantes bichitos que se arrastraban, escarbaban y volaban a su alrededor y percibió las luces y las sombras mil veces más fuertes. Siempre le costaba acostumbrarse a todo esto, por eso casi no prestó atención al conocido dolor de cabeza del principio.
Al cabo de unos segundos, levantó su pata trasera izquierda y se desprendió del pantalón que aún tenía medio enganchado. Bostezó, gimoteando en el acto de abrir ampliamente su hocico, estiró sus patas delanteras y las flexionó levantando sus cuartos traseros. Finalmente se sacudió liberando estrés y tintineó sus orejas. La luz aún le molestaba, pero se acostumbraría.
Levantó la vista y lo vio.
Inmediatamente metió la cola entre las patas, se encogió y se alejó por inercia.
El lobo era...
«Majestuoso», pensó Daniel.
Grande y pesado, de pelaje denso y negro azabache, parecía tener una gran melena que le rodeaba el cuello y tenía unos ojos verdes brillantes.
El perro era...
«Pues, chico», se dijo Joseph. Capu era mediano, de pelaje al ras blanco con manchas color beige, y con un hocico pequeño y más menos alargado. «Probablemente tiene descendencia terrier de alguna parte». Aún entre las patas, la cola no la paraba quieta. Sus ojos eran casi completamente cafés y tenía una mirada perruna irresistible.
El lobo tomó conciencia. Y bufó enfocando directamente a Capu con sus ojos, acercándose con suma lentitud.
Capuchino volvió a retroceder y se puso alerta. De hecho, rápidamente buscó con la mirada hacia dónde podría huir.
Pero el caso no se dio.
Estuvieron unos minutos así. Moviéndose en torno al otro. Capu con cautela, sin poder ocultar su miedo. El lobo con resignación, sumo autocontrol, y enfado al estar siendo obligado por Joseph a comportarse. No había cosa que más odiara el lobo que sentirse domesticado.
Hasta que en cierto momento, Capu se quedó quieto, temblando y alerta a lanzar la primera mordida. El lobo lo olfateó, rodeándolo desde atrás, y comenzó a hacerse una idea de la criatura. No cabía duda en que le molestaba su presencia, pero, había algo estimulante en ella.
Es que... era tan pequeño y vulnerable.
Sintió la inmediata convicción de que nunca le podría hacer nada. De que aquel macho no supondría nunca amenaza alguna.
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CAPU - La Mordida De Muriel
Manusia SerigalaAl irse de su pueblo natal, Daniel emprende un viaje hacia la Patagonia, donde espera encontrar a su tío. Pero sus planes se ven alterados fugaz e irremediablemente cuando tras el ataque de unos lobos queda vinculado a uno de ellos. Y eso no fue lo...